En la tarde del 24 de abril de 2024 el presidente del Gobierno emitió un insólito mensaje en la red X. En él, Pedro Sánchez informaba a la ciudadanía de que cancelaba su agenda pública "para reflexionar" y anunciaba que comparecería el día 29 para dar a conocer su decisión. Denunciaba el presidente una "campaña de acoso y derribo" contra su esposa, que acababa de ser imputada por tráfico de influencias y corrupción en los negocios por el juez Peinado, que, en realidad, según su opinión, iba dirigida contra él. Esa campaña la atribuyó a una "máquina del fango" mediática compuesta por pseudomedios de derecha y de extrema derecha en connivencia con el PP y con Vox. Sánchez se preguntaba: "¿Merece la pena todo esto?".
Un año después de la amenaza de dimisión de Pedro Sánchez, los jueces siguen instruyendo sumarios y los periodistas seguimos publicando información
Sánchez no discutió con sus ministros esa decisión, que dejaba al país en una situación de vacío institucional no contemplada en la Constitución, que atribuye al presidente la "dirección de la acción del Gobierno" y la coordinación de los demás miembros del mismo.
Fue una decisión adoptada en el ámbito estrictamente familiar. Aunque, evidentemente, el presidente sabía que su amenaza iba a tener una enorme repercusión y eso era lo que buscaba.
No creo, ni conozco a nadie cercano a él que lo piense, que al presidente se le hubiera pasado por la cabeza dimitir. Quería crear un estado de shock. Generar en torno a él una oleada de apoyo que le blindara respecto a los casos de corrupción que minaban su credibilidad y que iban a marcar gran parte de la legislatura.
En 1979 Felipe González presentó su renuncia a la secretaría general del PSOE cuando la mayoría de los delegados al XXII Congreso del partido rechazó el abandono del marxismo que él propugnaba. Cuatro meses después, se celebró un Congreso Extraordinario en el que las tesis de González salieron victoriosas y él volvió a ser elegido como líder de un PSOE no marxista, sino simplemente socialdemócrata. Fue el propio partido el que reaccionó ante la eventualidad de quedarse sin el secretario general que había situado al PSOE como principal partido de la oposición y, de paso, había orillado el peligro de que el PCE le arrebatará la hegemonía en la izquierda. A González la jugada le salió bien. Tres años después, el PSOE ganó las elecciones por mayoría absoluta.
El gesto de Sánchez no tuvo nada que ver con la apuesta de González 45 años antes. En aquel había un objetivo político; el partido entró de lleno en un debate que puso las bases de un cambio de rumbo ideológico; González se arriesgó a quedar apartado del liderazgo del partido,... Mientras que en el caso de Sánchez sólo había un reclamo a un respaldo personal acrítico y un tanto infantil.
Tres días después del tuit que insinuaba una posible dimisión se celebró una sesión del Comité Federal del PSOE que se convirtió en un aquelarre en favor del líder. La sesión se interrumpió para que los dirigentes del partido se mezclaran con los manifestantes que en discreto número se agolpaban ante la sede de Ferraz. María Jesús Montero se abrazaba a unos y a otros entre gritos de a favor de Pedro.
El juego terminó dos días más tarde con una comparecencia en la que, no sin suspense, el presidente desveló que sí le merecía la pena seguir en Moncloa. Los ministros respiraron tranquilos, los militantes del partido también, pero la mayoría del país tuvo la sensación de que se le había tomado el pelo.
Un año después de la farsa los medios que revelaron los escándalos que hicieron al presidente dudar sobre su futuro siguen sacando a la luz datos que le ponen aún más contra las cuerdas. Sólo ha conseguido discriminar con la publicidad institucional a los medios que le respaldan de los que son críticos, sumando a esa discriminación poco democrática a alguna gran empresa que depende demasiado de decisiones gubernamentales. En la guerra contra la "máquina del fango" Sánchez va perdiendo por goleada. Independientemente de lo que dictaminen los jueces, los casos de Begoña Gómez, de José Luis Ábalos, de su hermano David, etc. tienen un denominador común que consiste en el uso del poder para beneficio propio, no distinguir entre lo público y lo privado haciendo un uso obsceno de los fondos públicos y de las influencias. Ese aprovechamiento en beneficio propio del cargo público no necesita de veredicto judicial porque todo el mundo entiende que hay cosas que no se deben hacer.
Un año después del tuit en el que Sánchez confesaba sentirse "profundamente enamorado" de su mujer -como si eso estuviera en cuestión o como si su enamoramiento tuviera que ver con su función al frente del gobierno- las cosas no han mejorado para el presidente. Más bien al contrario. La clave es que la democracia ha resistido bastante bien los embates autoritarios. Afortunadamente, los medios seguimos publicando información y los jueces siguen haciendo su trabajo.
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