Yolanda Díaz, que ya era la rosa de té o de Alejandría de la izquierda, ahora también es algo así como la rosa de los vientos. Sumar es la “brújula ética y moral” del Gobierno, según se dicen ellos mismos, así que nuestra vicepresidenta vuelve a ser alegoría, mascarón de proa y diosa alada del amanecer, de las abejas o de las puertas con corriente (como Cardea, diosa de las bisagras, que a mí me parece el doble mitológico de Yolanda). Yo creo que Yolanda no se va a ir nunca, porque en Sumar no hacen más que añadirle títulos, atributos, ropajes y dominios. Ahora hasta la han hecho “invitada permanente” en la Ejecutiva, que suena a cargo emérito o a infantazgo, ella que se mueve siempre entre la caridad, el simbolismo y el folclore, precisamente como una infanta. Pero este nombramiento yo diría que la declara imprescindible, consustancial, inescindible. Sumar intenta fabricarse cargos o estructuras ajenos a Yolanda, pero es incapaz de prescindir de Yolanda, a la que tienen que meter siquiera como patrona. Yo creo que en Sumar se han inventado lo de la brújula sólo para poner otra vez a Yolanda de capitana o de Virgen marinera.
Lo de la “brújula ética y moral” lo ha dicho, como levantando un crucifijo pío e impío a la vez, Lara Hernández, nueva co-coordinadora de Sumar, que por cierto suena fatal. Sumar, como vemos, tiene una estructura tartamudeante, redundante y cacofónica, que es lo que pasa cuando te tienes que inventar una estructura para ocultar que, con más o menos éxito o futuro, todo sigue siendo la presencia, la herencia y la fragancia de la persona que se inventó aquello, o sea Yolanda. Los cargos de Sumar son repetidos, intercambiables, múltiples, olvidables o intrascendentes, y parece que están pensados para que el poder se divida o se diluya, igual que nuestra atención. A Yolanda no tendrían que estar buscándole una trona en la Ejecutiva, ni un sanedrín de cocolegas, sino un sustituto. Igual que Sumar no tendría que estar buscando un nuevo emblema o divisa, esta brújula como de aerolínea o marca de todoterrenos, sino un nuevo paradigma o una nueva utilidad. No lo hacen porque sólo está Yolanda como pálida luminaria, como estrella solitaria o moribunda, o quizá como sirena que conduce al puerto o al naufragio.
Sumar es la “brújula ética y moral” del Gobierno, proclaman ellos mismos, engloriados, como siempre, en su pomposa modestia o sólo en su ventaja histórica (como ha dicho alguna vez Savater, aunque no sé si la frase es de otro, a la izquierda se la juzga por sus intenciones y a la derecha por sus resultados). Pero a mí la ocurrencia de la brújula, aunque vistosa y visual, me parece bastante mentirosa. Primero, porque el Gobierno no tiene brújula más allá del interés cambiante y polarizante de Sánchez, y menos una brújula moral, que se volvería loca ante nuestro presidente como en los polos. Y, después, porque hasta en Sumar esa supuesta brújula moral, pesada y simbólica como un ancla, sería sólo pose y excusa. Por ejemplo, se han tragado todo el plan de rearme a cambio de rescindir el contrato mínimo o incluso ridículo de las balas israelíes, como si las demás balas fueran sólo de algodón. La verdad es que a mí lo de la brújula me suena a la cacharrería de Yolanda, a sus aperos de pastorcilla, a su polvera de viaje o a su talismán mágico, como el del personaje de Narnia o La brújula dorada que parece ella.
No podía ser de otra manera porque Sumar fue, es y seguirá siendo Yolanda: ella pensando, ella escuchando, ella deshojando las margaritas de la política"
Esta brújula de Sumar yo creo que no es otra cosa que la justificación del yolandismo, o sea esa manera suya de estar sin hacer, de señalar sin mover, de trazar sin ir, de inspirar sin empujar, de flotar sin comprometer. La brújula es Yolanda, no puede referirse sino a Yolanda, ni creo que quiera Sumar que se refiera a nada más que a Yolanda. Esa brújula, que no puede hacer más que temblar quieta y azuzar la imaginación, pertenece a Yolanda como la lanza a Atenea o la manzana dorada a Eris, la diosa de la discordia. No podía ser de otra manera porque Sumar fue, es y seguirá siendo Yolanda: ella pensando, ella escuchando, ella deshojando las margaritas de la política y de su pelo, ella siendo vicepresidenta sin querer y siendo Gobierno sin poder, pero con una luz simbólica y un magnetismo etéreo que ahora por fin sus compañeros, con este símil de la brújula, han sustanciado en cartografía y en ángel de veleta.
Yolanda, que llegó despidiéndose y se despidió sin irse, no se marchará nunca de Sumar. O tardará tanto que ella y Sumar se desintegrarán a la vez, como criaturas mágicas, un poco hadas de los bosques y un poco vampiros adolescentes. La brújula me parece sólo un artefacto para seguir apuntando adonde siempre ha apuntado el nopartido de Yolanda, o sea a ella. El simbolismo de Sumar remite a ella, como el de una constelación, y la estructura desganada o ineficaz remite también a ella, a su dependencia primitiva, a su necesidad casi ontológica o por lo menos arquitectónica, como una cariátide de mármol rosa. Ya verán cómo, al final, entre tanta gente repetida o repetitiva, entre tanta marinería pelona que hay en Sumar, resulta que no hay nadie con fuerza, carisma o aura capaz de sustituirla. Yolanda, igual que no tuvo más remedio que sacrificarse y ser vicepresidenta, no tendrá más remedio que sacrificarse y volver a ser Yolanda. Y para eso, la verdad, no necesitábamos ni brújula dorada ni mapa celeste.
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