Es difícil escribir sobre la política económica de Trump cuando decide, suspende y deshace sobre el mismo tema y constantemente. A su vez, nos afirma que es un habilísimo negociador y que negociar es lo que ha hecho toda la vida, por lo que podemos sospechar que lo que dice y lo que hace no es más que dotarse de bazas para utilizarlas en una fase posterior.
Claramente su política económica pretende reindustrializar EEUU, recuperar esa industria perdida en los años de la globalización. Su medida estrella parecen ser los aranceles, que al encarecer las importaciones permiten competir mejor a los productores locales. Es una solución anticuada, con raíces del partido republicano del siglo XIX y de los años 30 del siglo pasado y llena de contraindicaciones. La opinión unánime es que será inflacionaria, perjudicará a los consumidores y afectará negativamente al crecimiento económico. En resumen, un despropósito.
Dentro de su gobierno, como es lógico, las posiciones coinciden con su presidente, pero añaden que la verdadera causa de la desindustrialización es la sobrevaloración del dólar y ello se debe a su posición preeminente en el comercio y las finanzas internacionales. Así lo afirmó el vicepresidente Vance el verano pasado, siendo senador, señalando el enorme coste para los EEUU de la posición privilegiada de su divisa.
Veamos un ejemplo: un importador español de café tiene que comprar dólares para pagar al exportador guatemalteco. Este, al recibir los dólares, los cambia a quetzales, pero su banco central puede que los conserve comprando bonos del tesoro americanos. Se ha producido una transacción en dólares en la que no estaba involucrada ninguna persona o empresa norteamericanas. Ello explica que el 88% de las transacciones en divisas tengan al dólar como protagonista, lo que produce una presión compradora que tiende a subir el precio. A su vez, los bancos centrales mantienen una parte significativa de sus reservas internacionales en bonos del tesoro americano, que con 36 billones de $ en circulación es el mercado financiero más líquido y eficiente que existe. Ello introduce otra presión compradora, por lo que Stephen Miran, presidente del comité de asesores económicos de la Casa Blanca, ha llegado a proponer que se graven las posiciones extranjeras en deuda pública.
Este privilegio del dólar existe desde el final de la II Guerra Mundial, donde por los acuerdos de Bretton Woods se estableció un sistema de paridades fijas referenciadas al dólar y este convertible en oro a una cotización determinada. El sistema se rompió en épocas de Nixon, hace más de 50 años, quien anuló la convertibilidad del dólar en oro y todas las divisas fluctuaron libremente. Ello no impidió la preeminencia del dólar debido a la fortaleza de su economía, la eficiencia de sus mercados financieros y su estado de derecho.
Hay que reconocerle su facilidad para rectificar cuando se equivoca. El problema es que se equivoca constantemente
Lo que sorprende de la posición del gobierno americano es que no vean las consecuencias positivas: que pueden financiar su economía en condiciones muy favorables, lo que es especialmente importante en EEUU, dado su déficit crónico de la balanza por cuenta corriente. Es un país fuertemente inversor pero muy poco ahorrador, necesitando atraer ahorro exterior. Y claro que lo ha conseguido: se estima que las posiciones de extranjeros en los mercados americanos de renta fija y variable ascienden a 32 billones de $.
Por ahora el dólar se ha depreciado. Con el euro un 10% en lo que llevamos de año, un triunfo para la Administración americana. Todavía no parece que se haya producido una corriente vendedora internacional importante en el mercado de bonos del tesoro, aunque un día de abril en el que el bono a 10 años subió su rentabilidad 20 puntos básicos, con la consiguiente bajada de precios, hizo que el presidente suspendiese la aplicación de su última subida arancelaria y los mercados se tranquilizaron. Ni siquiera el todopoderoso Trump, con sus inmensas capacidades ejecutivas, puede con los mercados y tuvo que rectificar rápidamente para que no le pasase lo que a la primera ministra británica Liz Truss en 2022. Hay que reconocerle su facilidad para rectificar cuando se equivoca. El problema es que se equivoca constantemente.
Esta actuación tan errática y sin sentido aparente parece que esconde algo. Sus medidas absurdas, que obviamente son perjudiciales, no tienen sentido. Puede que dada su afición a los tratos lo único que persigan es abrir múltiples procesos negociadores bilaterales que mejoren la posición de EEUU y que, al final, acabemos en un mundo más abierto en el que se hayan reducido barreras comerciales no necesariamente arancelarias. El problema es que, en el proceso, se rompa esa relación de confianza en que se apoya la preeminencia del dólar. Sería un desastre para EEUU y para el mundo en general, porque el dólar no tiene sustituto.
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