¿Quién será el sucesor del papa Francisco? Obviamente, nadie lo sabe, pero el propio pontífice parece estar seguro del nombre que elegirá quien será elegido después de él. Así lo ha dicho en dos ocasiones. La primera vez, en 2021, al hablar con el obispo de Ragusa, que lo había invitado a visitar la ciudad en el 75 aniversario de la diócesis. «En broma me respondió que en 2025 será Juan XXIV quien haga esa visita», reveló el prelado siciliano.

Menos concreto fue Bergoglio la segunda vez. Durante la rueda de prensa en su vuelo de regreso de Mongolia, en 2023, respondió a una pregunta sobre Vietnam y una posible visita suya al país: «Si no voy yo, seguro que irá Juan XXIV». Pero ni siquiera el papa puede predecir el futuro. A diferencia, en cambio, de gran parte de los periodistas, que desde hace años — con ejercicios prematuros e inútiles— se afanan en saber a qué cardenal elegirá el próximo cónclave, y a menudo han señalado al filipino Tagle o al italiano Zuppi.

«Si no voy yo, seguro que irá Juan XXIV». Pero ni siquiera el papa puede predecir el futuro

Hasta las primeras décadas del siglo VI, los papas conservaban su nombre de pila. Pero el último día del año 532 fue elegido el sacerdote romano Mercurio, que decidió llamarse Juan II, tal vez por considerar que el nombre de un dios pagano no era adecuado para un papa. Algunos pontífices cambiaron entonces de nombre: en el 561 y, otros, en el siglo X, cuando la costumbre se impuso y se hizo permanente tras la elección, en 1009, de otro romano, Pedro. Éste — no atreviéndose a conservar su propio nombre, que era el del primero de los apóstoles— se hizo llamar Sergio IV.

Desde entonces, sólo dos pontífices han sido la excepción y conservaron sus nombres de pila. Ambos eran reformadores, a principios de la Edad Moderna: en 1522, el flamenco Adriaan Florenszoon — hasta la elección de Wojtyła, el último no italiano— se llamó Adriano VI y, en 1555, Marcello Cervini, originario de las Marcas, se llamó Marcelo II, pero reinó sólo tres semanas y Palestrina dedicó a su memoria la célebre Missa papae Marcelli.

La elección del «nombre» también encierra un «destino»: nomen omen, decían los romanos, y el cambio de nombres de personajes clave, de Abraham a Pedro, está cargado de significado en la Biblia hebrea y cristiana. Luego, en la serie de papas (y de antipapas), Juan es el nombre que se repite con mayor frecuencia, pero a finales del siglo x la incertidumbre de las noticias sobre las sucesiones en la cátedra romana creó papas que nunca existieron y alteró la numeración de los Juanes, como en la serie de retratos papales de la basílica romana de San Pablo Extramuros, durante siglos considerada oficial.

Fue el napolitano Baldassarre Cossa quien eligió este nombre recurrente, convirtiéndose en Juan XXIII, en 1410, enfrentado a otros dos papas en el caótico contexto del Cisma de Occidente. Desde entonces, durante más de seis siglos, no se retomó el nombre hasta 1958, cuando lo eligió Angelo Roncalli, el patriarca de Venecia, de setenta y siete años. Al asumir también el número ordinal del controvertido prelado, el nuevo papa demostró que lo consideraba un antipapa. Pero, sobre todo, confesó que el nombre de Juan «nos resulta dulce porque es el nombre de nuestro padre, nos resulta agradable porque es el nombre de la humilde parroquia en la que recibimos el bautismo».

La enorme popularidad del «papa bueno» que convocó el Concilio y su mito explican quizá el nombre elegido por el papa Francisco para su sucesor. Pero la mitificación de Juan XXIII, considerado progresista y profético, ha implicado su contraposición a Pablo VI, acusado de conservador, hasta el punto de que, para mitigarla, de 1978 a 2005, dos papas eligieron inusualmente el doble nombre de Juan Pablo. Y el propio Bergoglio — que ha elevado al honor de los altares a los tres últimos papas italianos y al pontífice polaco, un hecho sin precedentes— no cree en esta oposición, ideológica e infundada.


Extracto de El último papa: Retos presentes y futuros de la Iglesia católica, publicado en español por Ediciones Deusto.

Giovanni Maria Vian ha vivido y trabajado siempre en el Vaticano. Nació en Roma en 1952. Hijo del secretario de la Biblioteca Apostólica Vaticana, fue director de L’Osservatore Romano, el periódico de la Santa Sede, entre 2007 y 2018. Ha trabajado también en el Archivo Secreto Vaticano y ha sido bibliotecario en la Biblioteca Apostólica Vaticana. Su producción ensayística abarca varias decenas de libros sobre la historia del papado y la Iglesia.