Feijóo ya da vértigo. Se va a poner a preparar un congreso del partido antes de que toque, antes de que suene el despertador de Génova, que es como el despertador del oso Yogui, antes de que le empiece a dar pereza, antes de que se le caigan encima, como perchas del armario en un remolón cambio de armario, las urgencias siempre aplazables, los problemas siempre problemáticos, los equipos siempre por renovar y las decisiones siempre por tomar. O quizá no, claro, que nunca se sabe. Una cosa es poner fecha para un congreso y otra tener claro qué quiere hacer con el partido y con España cuando llegue el día y en IFEMA se congreguen los cuadros y los meritorios como concejales de Turismo. Tampoco hay que precipitarse haciendo pasar por ese estrés innecesario a Feijóo y a toda su gente, acostumbrados a un ritmo como de balneario decimonónico, entre tomar aguas para el lumbago y tomar sales para los soponcios. Yo creo que les puede dar algo, siquiera de la aprensión, como cuando la gente creía que se le licuarían las vísceras por la gran velocidad que alcanzaba el ferrocarril de vapor.
Feijóo de repente nos ha anunciado un congreso para principios de julio en IFEMA, que suena como un gran premio de Fórmula 1, muy pepero siempre, aunque al final sea una competición de globos aerostáticos con cenefa, como los de los hermanos Montgolfier. Está uno entre la sorpresa, la biodramina y la incredulidad, porque Feijóo lleva planeando el gran plan, sin planear mucho o nada en realidad, más o menos lo que lleva muriéndose Sánchez en la presidencia del Gobierno (Sánchez es como un faraón niño momificado en vida, pero que ahí sigue, gobernando con la calavera bañada en oro). Digo que el plan no lo hemos visto, o no lo hemos notado demasiado, porque incluso a las últimas elecciones generales Feijóo llegó presentándonos más a Sánchez que a él, y sin haber quitado las telarañas de Génova (como el edificio parece un velero, sus telarañas son como foques o como una harapienta escenografía para El holandés errante). Y, sobre todo, llegó sin haber resuelto el problema de la relación con Vox. Y ya sabemos lo que pasó.
A muchos, también a Feijóo, les parecía entonces que la campaña contra un muerto como Sánchez la hacía mejor que nadie el muerto, y que las encuestas habían hecho ya todo el trabajo, como unas aplicadas mecanógrafas. Pero bastó con que a Vox le diera por esa absurda campaña de quitar banderas arcoíris de los balcones, todavía con pestañas y nidos de pájaro pegados, y con que Sánchez arrinconara a Pablo Motos como contra la taquilla (el PSOE es una banda de instituto, decíamos ayer), para que Sánchez consiguiera su milagro aritmético, o sea sumar con toda la morralla iliberal, anticonstitucional e insumable. Ahora, Feijóo tiene su congreso, pero no sabemos qué más tiene. Aún no sabemos cómo va a vendernos a Vox, sobre todo ahora que, con Trump, Abascal está entre azafata de rodeo y ese coronel del pollo frito americano. En cuanto al equipo que lo rodea, sigue pareciendo gente como de pensión, con Miguel Tellado o Elías Bendodo como viajantes de telas, o gente de capilla, como Cuca Gamarra, que aún sale entre santificada, embalsamada y póstuma, como Teresa de Jesús, a quien ahora exhiben como un esqueleto templario de Indiana Jones.
Lo que ha estado haciendo Feijóo hasta ahora, ha sido aplazarlo todo y hasta aplazarse él, que parecía que se citaba a sí mismo siempre para otro día, como el de la ventanilla municipal
Lo que ha estado haciendo Feijóo hasta ahora, más que otra cosa, ha sido aplazarlo todo y hasta aplazarse él, que parecía que se citaba a sí mismo siempre para otro día, como el de la ventanilla municipal. Esto no parece el mejor entrenamiento para este acelerón final que parece un acelerón del coche de los Picapiedra. Pero es que, además, aún no sabemos si su PP es constitucionalista, regionalista o folclorista, que algún intento hubo para inventar una especie de catalanismo gallego que sonaba y sigue sonando a potaje. Ni sabemos cómo manejaría Feijóo a un ministro o un vicepresidente con gorrita de franquiciado trumpista como un encargado de McDonald’s. Ni sabemos si les tiene tanto miedo a los menas y a los okupas como al gay con bandera o camiseta sin mangas en el balcón, como parece que les tiene miedo a todos Vox. O si le sigue teniendo miedo a Cayetana Álvarez de Toledo, que aún es como una aparición, la marquesa difunta que se les presenta y les habla sin ser ni de este mundo ni del mundo del PP ni del más allá. O a Ayuso, claro, que es como la Virgen de la Macarena de la derecha pero tiene el inconveniente de ser también la favorita de Sánchez, la bruja que su nuevo milagro necesitaría.
Feijóo da vértigo, creo que va demasiado rápido para las velocidades y tempos que ha manejado hasta ahora, y quizá por eso mismo parece que se va a parar, desfondado, en cualquier momento. Uno no termina de creerse su apretón final, como si el farero que ya hemos dicho que parece se reconvirtiera de repente a la vida fitness y pasara del barco de botella al crossfit y de la contemplación a la inminencia del jamacuco. Me doy cuenta de que uno todavía se enfrenta a la columna sobre Feijóo como se enfrentaría a una columna sobre Rajoy, o sea como se enfrentaría a la eternidad, algo que uno no ha sentido ni con el aleteo de los papas, pero sí con este PP. Feijóo ha hecho paralelismos con un cónclave y puede que la comparación sea acertada, porque el PP tiene más curia que doctrina. De todas formas, lo que pasa es que aún no sabemos si Feijóo se atreverá a ser algo o aún juega a serlo un poco todo, al aciago bienquedismo que ya atacó a Rajoy y hasta a Casado. Hay congreso pero no sabemos si hay partido o si hay ideas. Más o menos, en fin, como en los últimos diez años.
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