La próxima vez que a un colaborador de La fábrica de la tele le ingresen 1.000 euros en su cuenta corriente por el último programa, debería pensar en algún lugar de España hay un autónomo al que Hacienda le ha abierto una inspección o al que la Seguridad Social le ha remitido una notificación para regularizar las cuotas de 2023, lo que quizás implique algún sacrificio económico que no preveía.
Podría alguien considerar que esta comparación está cargada de demagogia. Nada más lejos de la realidad. Son formas distintas de relacionarse con el mismo ente, que es el Estado, donde lo que uno suma, otro suele distribuirlo. Aquí todos somos clientes, pero cada cual es beneficiario a su forma. Hay quien contribuye con la esperanza de que arreglen el carril izquierdo de la autovía por la que circula cada día y no ve resultado; y hay quien recibe por tener una buena relación con el directivo de una empresa pública audiovisual. El dinero se redistribuye, qué duda cabe. Otra cosa es que al trabajador por cuenta propia no le llegue.
Mientras ese autónomo lee sobre los sueldos públicos de Patiño, Belén Esteban y compañía, o mientras le cuentan que el próximo ganador del Benidorm Fest se embolsará 150.000 euros; o que si te llamas Jésica, INECO te financia la silicona, seguramente esté cerca de sumergirse en un bucle melancólico de difícil solución. Se habla poco de ese síndrome, que vive ese 60% de los españoles ( Confederación Salud Mental España) que se siente triste y abatido.
Digo que el afectado es autónomo, pero podría referirme a cualquier efectivo de la cada vez más amplia base de trabajadores pobres, convenientemente orillada por la estadística oficial. La fase de tristeza llega un buen día a la vida del pagador, cuando hace cuentas y observa que ya no puede cumplir con su objetivo mensual de ahorro. Lo lógico es que entonces reflexione y concluya: “¿Y si esto se acentúa? ¿Trabajaré sólo para sobrevivir, sin poder guardar?”.
El IPC, siempre bien
La pregunta la rondará cada día y se situará encima de su cabeza, con forma de pequeña nube negra de las que a veces deriva en tormenta. Habrá veces que escuche a sus gobernantes celebrar el dato del IPC y recibirá ese mensaje con cierta perplejidad e incluso con complejo de culpa. Se dirá: “Algo haré mal cuando la economía va bien, mientras yo no soy capaz de ahorrar”. En sus visitas al supermercado, notará que donde antes gastaba 25, ahora emplea 45 o 50; y donde antes veía una casa o un coche asequible, ahora sólo espera que no le quiten el descuento del bono de transporte.
Suelen ser efectivos en esa situación ciertos anestésicos nocturnos, como los reels de TikTok, que generan cierto placer instantáneo en el cerebro, similar al del adicto. Ahí defendía Jesús Cintora hasta hace no mucho a las clases trabajadoras. Hablaba de corruptelas y de la mala gestión de lo público. Incluso afirmaba que había sido un periodista represaliado por los poderes. A lo mejor, el ciudadano melancólico ha dejado de seguir su perfil después de leer que su retribución por 60 programas en RTVE es de 200.000 euros. Hacen falta muchos cotizantes para pagar un sueldo que puede alcanzar los 700.000 – 800.000 al año. Es muy fácil considerarse progresista y defender lo público desde tu programa en esas condiciones. Pues claro que lo defiendes. ¿Acaso alguien mordería la mano que le da de comer?
Otra cosa es lo que piense de eso el que ha recibido una inspección de Hacienda o una regularización de las cuotas. ¿Alguna vez se habrá preguntado Chabelita cuánto hace falta exprimir a unos para que le den coba como colaboradora? ¿Estarían dispuestos Buenafuente o Marc Giró a incluir en sus monólogos una gracia sobre lo poco que le gustan a algunos contribuyentes sus monólogos cuando tienen que hacer la declaración trimestral?
¿Y qué van a hacer? ¿Pensar que Inés Hernand y María Patiño ganan en dos horas lo que un reponedor de supermercado en 24 jornadas de 7 horas y media?
Disculpen si personalizo en RTVE. Se podría hablar también del impacto que tiene en el currito al que le cobran el Mecanismo de Equidad Intergeneracional de su nómina irrisoria el hecho de que el líder de la oposición anuncie un cheque-celíaco de 600 euros, mientras el presidente del Gobierno le contraprograma con una propuesta de gafas gratis para los menores de 16 años, mientras reparte 500 millones de euros en un bono cultural joven.
Mientras todo esto sucede en ese ámbito, el ciudadano melancólico se ha visto arrastrado en los últimos años a renunciar a las rutinas de la clase media, que con el deterioro de la economía se convierten en lujos para los pobres. Son comer fuera una vez a la semana, la actividad familiar sabatina o los diez días de veraneo. Eso vuelve a esa gente un poco más asocial y huidiza. Más ceniza y más tendente a indignarse con los dispendios y las corruptelas, que denuncia mientras le llaman "cuñado" o demagogo.
Su ánimo suele empeorar si evita resignarse y decide compensar la pérdida de poder adquisitivo con un 'extra'. Eso obliga a comenzar la jornada antes y a terminarla bastante tarde. Esos días se inician con Intxaurrondo -537.000- y concluyen con Broncano -14 millones-. Se puede evitar ese sobre-esfuerzo, sin duda, pero, a precios crecientes, conlleva un deterioro o una renuncia. Hay múltiples variables para medir el efecto de esto último. Una muy buena es la que incide, con datos del Ministerio de Agricultura, en que el consumo de alimentos frescos ha caído el 15% desde 2019.
Precios,
Diría que esto está más generalizado de lo que los datos oficiales muestran, con lo cual, a lo mejor, y sólo a lo mejor, ofrecen una información un tanto sesgada de la realidad del país. Dios nos libre de criticar a quienes conducen a España por la senda de la gloria, pero diría que hay una combinación de factores (precios, salarios, impuestos y degradación, pero no abaratamiento de lo público) que hacen pensar que la prosperidad poco a poco se esfuma de este lugar del mundo, mientras todo parece indicar que, en el futuro, trabajaremos hasta el día antes de marchar a la casa del Padre.
En estas circunstancias, a lo mejor quien se desenvuelve en entornos de dinero público debería comenzar a tomar cierta conciencia de que la actividad privada que les sostiene cada vez es más compleja; y cada vez está más expuesta a regularizaciones de cuotas, morosos, incremento del precio de los proveedores e incidentes. Aquí hay muchos cómplices: desde el contertulio que recita argumentarios en RTVE hasta el auxiliar administrativo que aprovecha que no le mira el encargado para cerrar la ventanilla y hacer la compra a las 10 de la mañana. O la que está en la recepción del centro de salud del lector y le pone pegas para tramitar un volante que el médico le ha dado ("es que este hombre pide muchas pruebas"). O el que mira por encima de las gafas para la presbicia en la Jefatura Provincial de Tráfico.
Quienes no están en ese grupo de perceptores, les queda una tarea que es titánica. Es la de vivir con la vista puesta en el presente. Más que nada, por su bien. El futuro no está escrito, pero se puede intuir que no será muy próspero ni vendrá acompañado de una jubilación a los 65 con techo en propiedad y alimentos baratos. Quizás lo mejor sea cambiar de actitud y adoptar la de esos veiteañeros cuyo pesimismo les ha conducido a una especie de epicureismo irresponsable... o una resignación efectivo. Son los que, a la vista de su imposibilidad para reunir la cantidad necesaria para tener una casa en propiedad, se gastan las sobras de su sueldo en llenar su muro de Instagram con fotografías de actividades directivas. Es igual de patético y triste a la larga, pero a corto aplazo evita más disgustos.
¿Y qué van a hacer? ¿Pensar que Inés Hernand y María Patiño ganan en dos horas lo que un reponedor de supermercado en 24 jornadas de 7 horas y media? ¿Considerar que a Jésica y a Nicole les pagaban un sueldo público por saladas? No deja de ser curioso que la pelea nacional se desarrolle en el terreno político, cuando los pagadores, en realidad, se hallan en el mismo bando: el de los esquilmados.
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1 Comentarios
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hace 4 horas
Y dos huesos duros Rubén…🤔🤔