Edu Madina y Felipe González parecían fantasmas dickensianos de Sánchez allí en la Residencia de Estudiantes, que tenía ayer más de bosque becqueriano y cementerio del Tenorio, ese cementerio de libertinos guapos, que de parnasillo de Lorca. Un rato antes, Pedro Sánchez, libertino muerto o vivo, había aparecido en la tele, con luto, sudor en el labio y el maquillaje de zombi derritiéndosele como cera, para pedir perdón pero seguir a lo suyo. El escándalo de Santos Cerdán le había causado al presidente un sufrimiento corto, intenso, romántico y seguramente mentiroso, que el maquillador había querido fingir matándolo con el colorete o con su propio mentón afilado y pintado de sangre acrílica, como una guadaña de Halloween. Sánchez había salido disfrazado de viuda negra, como reptando entre densos encajes y falsos soponcios, y yo, mientras esperaba que Madina dijera algo sin decirlo, o diciéndolo (uno había ido a cazar a Madina como a una esquiva y singular hada del bosque), sólo podía pensar en un presidente que necesita maquillarse de carbunco para parecer espantado, helado o dolido ante la corrupción.

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El Premio Rojana, en memoria de Alfredo Pérez Rubalcaba, ya era desde hace bastante como un invernadero de cristal para un PSOE un poco póstumo o caducado, lleno de viejos piratas y expolíticos que parecen indianos regresados (el mismo Felipe González parece un indiano de lino, gafas oscuras y bastón con historia como esos bastones con estoque). Pero uno recuerda, hace un par de años tan sólo, haber visto allí todavía a ministros, a Félix Bolaños nervioso de tic como nervioso de mosquitos, o a Isabel Rodríguez, como una dama de honor muy sonriente y aburrida, a Marlaska y a Margarita Robles, uno siempre con tristeza y la otra siempre como con tambor. Y hasta a Ábalos, sí, como el muerto de parranda. Recuerdo, sobre todo, la frontera perfectamente definida, a uno y otro lado del pasillo, entre el PSOE sanchista y el otro PSOE anterior o eterno, con González, Cándido Méndez o Lambán, o sea el acto dividido como en dos trincheras separadas no ya por una guerra sino por un terremoto. Pero ya no hay ministros, que sólo se mueven en la pecera del telediario, o ya no hay casi PSOE.

Yo miraba a Madina, vestido como de primera comunión, con camisa de un blanco litúrgico o primigenio, allí entre niños que tocaban el violín tierna y horrorosamente (las nuevas pedagogías casi siempre son un horror, pero con violín todavía más); lo miraba, ya digo, porque él era un poco la novia de ese día, y me daba cuenta de que él podría decir algo pero lo diría ante nadie, que aquello ya no era ni PSOE ni nada. Sí, estaba Felipe, cuya fundación colabora con el premio, y Trinidad Jiménez, que se quedó como en la Movida con aquella chupa y con aquel contrapunto tan rocker / mod con Gallardón, y estaba algún exministro lejano y olvidado que lo mismo no era ministro sino sólo un camarero. Estaba reservada una silla de tijera para Cándido Méndez, pero yo no lo vi, aunque sí estuvo Juan Lobato, al que daban muchos abrazos como de espadachín, entre el respeto y la invitación a la venganza, él que ha sido otra víctima del sanchismo de duelo cementerial. Y poco más, oigan.

Madina sólo tenía para hablar lo que había quedado de un PSOE cultureta, más con el ponche y el poeta que con la política. Pensé que iba a escuchar muchas conversaciones sobre los escándalos del día, pero la gente hablaba más bien de cenas parisinas con novelista, un novelista al que se habían llevado a casa como un mendigo de Nochebuena, por lo visto, y cosas así más de cóctel de embajada que de un partido o un país supuestamente en shock. Así, pensé, es imposible que el PSOE haga nada con Sánchez, o sea que una gente que desaprovecha un jardincillo para la conjura y el desquite ya ha dado todo de sí invitando al poeta, o comprando un violín como un gato a un niño que seguramente no quiere tocar el violín. Incluso Madina, que toda la prensa estaba allí por Madina, por supuesto, como si fuera un heredero triste y portugués regresado; incluso Madina, decía, hablaba como la sibila, entre ambigüedades, parábolas, sueños y vahídos. Sí, él y Felipe quizá eran dos fantasmas dickensianos de Sánchez, pero se habían quedado en lúgubres transparencias.

De Madina, todavía apuñalado por el sanchismo como apuñalado por los violines de los niños (esos niños tan inocentes o asesinos como Sánchez), yo creo que esperábamos más. Sí, mencionó la temperatura política del día, y reivindicó la memoria de Rubalcaba y de Felipe (que, por cierto, tuvo días iguales o peores que el de Sánchez). Pero uno no sabía si, después de pasar por la Ilustración, el europeísmo un poco de vitrinita, la concordia un poco de ateneíllo y el humanismo un poco de fontana, él quería llegar a Sánchez y a este PSOE de Sánchez o no quería llegar a ningún sitio, sólo a que le dieran otro violín o violón. Lo de reivindicar al socialismo clásico o eterno le pareció “lo mejor que uno puede decir en un día como hoy”, y lo decía, añadía, “con todo el peso que puedan tener mis palabras”. Pero uno buscaba ese peso y ni lo veía ni lo sentía, allí en el aire sin peso de un verano adelantado, en la literatura sin peso de un PSOE hecho de señoras de orfeón, ni en un Madina con violín o violón. Yo creo que lo que más peso tuvo en su discurso fue el del violón imaginario, y luego, porque lo dijo muchas veces, la fecha, que era la fecha de la adhesión de España a la CE, no sé si como contraposición a la fecha de este singular Halloween sanchista. Pero quizá yo ya me estaba imaginando las cosas, de tanto tener que ir del humanismo a la numerología.

Su declaración “generacional”, recordando que a los socialistas de su quinta les enseñaron que había que ser demócratas antes que socialistas, no parecía un manifiesto sino un testamento.

Madina es seguramente el mejor socialista para borrar el sanchismo, aunque no sea el único que pueda hacerlo. Pero me parece que eso es lo que vemos los demás, que por eso fuimos a cazarlo a ese jardincillo de ninfas y nocturnos de violín como si fuera un gamusino. Quiero decir que creo que él no lo ve así, no quiere ni que lo cacemos con cazamariposas ni casarse aun yendo un poco de novia de media España. Así que, incluso siendo víctima de aquellas primarias sospechosas, y apaleado por el PSOE esta última semana más que esa fontanera de la muerte roja, sólo se ponía a hacer poesía, apostolado y música de cámara. Su declaración “generacional”, recordando que a los socialistas de su quinta les enseñaron que había que ser demócratas antes que socialistas, no parecía un manifiesto sino un testamento.

En un día como aquél, en el que había repetido mucho la fecha, como si fuera un aniversario de boda o de entierro, o quizá un conjuro misterioso (no puede uno, en días así, recurrir a astrologías babilónicas); en un día como aquél, pues, Madina no quiso hacer declaraciones, y sólo dejó suspiros y corcheas. Quizá Madina es el hombre, o a lo mejor no, que quizá no puede serlo quien no está por la labor. Aunque tampoco el PSOE parece estar por la labor, o al menos este PSOE, ahí haciendo todavía teatro de aficionado y caridad de pérgola. Uno se fue de allí un poco decepcionado o un poco traicionado, que es lo que pasa cuando uno cree haber vislumbrado a una novia y la novia no le ha visto a uno, claro. La Residencia de Estudiantes, me di cuenta, parece hecha entera de ventanas de enamorados, como de balcones de Verona, y en una de ellas efectivamente había una pareja besándose romántica y un poco salvajemente, entre los mosquitos del jardín como entre cocodrilos del Nilo. Así, sólo con violines, violones o vihuelas; sólo con amantes y fantasmas góticos, va a ser imposible hacer algo contra Sánchez, que ya parece, maquillado o no, el mismo Drácula.

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