A Santiago Abascal se le va a quedar el dedo en hueso, como la cara de Sánchez (de Sánchez sólo quedarán su cráneo y su pelvis, como una vaca comida por la marabunta o por una glaciación). Abascal se marchó del Hemiciclo señalando con el dedo a Sánchez, que a mí me parece un gesto muy discotequero para un discotequero como Sánchez, una cosa entre pedir un cubata y coreografía de Flashdance, y también un gesto muy colombino para alguien tan colombino como Abascal, siempre como señalando un imperio, una gaviota o un guacamayo (ahora, señalando sobre todo a Trump, que lo mismo le regala un virreinato o una cesta de papayas). Pero ya digo que el dedo se le va a quedar en hueso, se le va a descarnar si pretende señalar a Sánchez así, como el rayo o como la vecina, cada vez que a nuestro presidente picudo le surja un escándalo. Como los escándalos serán cada vez más gordos, el dedo tendría que ser cada vez más gordo o al menos más contundente, con más punta, más uña, más retroceso o más intención. Pronto se le consumirá el dedo, en fin, como un hueso del puchero, y no sé si Abascal le tendrá que tirar ya luego a Sánchez el zapato.

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Yo creo que Abascal ha gastado muy pronto la bala de ese gesto, la bala de ese dedo, como una cerbatana de un solo disparo de pluma o de plata, cuando todo parece indicar que esto sólo acaba de empezar. En general, creo que a todos nos está pasando un poco eso, estamos sacando ya el dedo neroniano, monjil, joviano, ojival, ese dedo enguantado, ensortijado y venenoso, como de Richelieu. De momento, hemos visto a Sánchez muerto sólo de tocador, como una prima donna; hemos visto al PSOE corrupto como una banda de furgoneta y butrón, sobre la que Sánchez aún discute si son dos o si son tres; hemos visto a Sánchez tocado sólo de rebote, herido sólo de refilón, con su mejilla de duelista a primera sangre. Y sí, es cierto que sólo con lo que sabemos alguien decente ya se hubiera ido. Pero queda lo más duro para Sánchez, lo cree Page, lo va entreviendo la UCO y lo supone el sentido común, y a ver qué vamos a hacer entonces con nuestros dedos ya escayolados o ya quemados, como manos de ministro.

En el Congreso no sólo se disparan dedos y reojos como los de Abascal, Francina Armengol ya traga saliva pensando en sus reuniones con Aldama, al que dijo que no conocía, mientras intenta hacer callar a la mitad del Hemiciclo

El dedo de Abascal es un gesto agresivo pero que, sobre todo, parece definitivo, como desenfundar o como firmar. Sin embargo, en Sánchez nada es definitivo, siempre puede ir a más aunque parezca imposible. Santos Cerdán nos hace mirar con melancolía la cátedra de Begoña con su tierno linkedinés, o el hermano artista abandonado por las musas y recogido por burócratas como un ángel de escayola caído en una mudanza; y hasta los comienzos, con estética y anchuras agropecuarias, del caso Koldo, con Ábalos todavía en un papel incierto. Igual, la mafia de la fontanera nos convierte en un juego de salón, en literatura epistolar, lo de García Ortiz. Y hasta la amnistía se acerca a los Pactos de la Moncloa comparada con el ataque y el asalto a los medios, a las instituciones y al Poder Judicial, con el remate escalofriante de la Ley Bolaños. Ahora, ya no sabemos qué nos traerá una trama que abarca 10 años y va de Ferraz a los ministerios y del Peugeot cuatro latas al marmóreo pórtico de la Moncloa y al marmóreo busto comido por el tiempo o la sal de Sánchez. Ni, sobre todo, sabemos qué nos traerá Sánchez intentando resistir lo irresistible y evitar lo inevitable.

En el Congreso de los Diputados no sólo se disparan dedos y reojos como los de Abascal, que ya digo que está siempre un poco entre majo con patillas, alabardero de museo y gymbro de toreros. Francina Armengol ya traga saliva pensando en sus reuniones con Aldama, al que dijo que no conocía, mientras intenta hacer callar a la mitad del Hemiciclo, como esas maestras qué solo atienden a la mitad del recreo, su mitad de niñas buenas de canesú. A María Jesús Montero, también tocada por Aldama (y, mucho antes, tocada por el socialismo andaluz, esa máquina de clientelismo y mondas), los caramelos le empiezan a saber a cicuta. Y Marlaska y Ángel Víctor Torres también esperan turno, como en el dentista. Y los demás ministros de cuerda y platillo, y los diputados socialistas, que aún se levantan y se tumban como bolos, saben que sólo durarán lo que dure Sánchez. Más allá, Chivite llora no por decepción, sino porque también está en la foto con Cerdán, que es como la foto de El resplandor. Y más allá aún, se avista a Zapatero, y otra vez a Begoña, y esta vez no por el linkedinés. Y al propio Sánchez, que alguien tiene que ser “el 1”. En el gallinero de los socios, hasta Rufián da por muerto a Sánchez. Y el PSOE, fuera de la Moncloa, está ya como de entierro de la sardina.

Abascal se va a quedar pronto sin dedo y hasta sin capote de paseo, que se le va a gastar como una bata de cola si piensa irse del Congreso todos los días así, como perdiendo el pendiente de Lola Flores. A todos, creo yo, se nos van a acabar los dedos, los adjetivos, los zapatos, los asombros y hasta las columnas apocalípticas o apopléjicas que llevamos ya tiempo escribiendo una sobre otra, como zigurats de papiroflexia. Se nos van a acabar antes de que se nos acaben los mesones, las putas, las camisetas ratoneras, los dineros con sudor de sobaco o de ingle, las cloacas arborescentes como jardines babilónicos, los viajes de aviones oficiales o fantasmas como viajes locos de los Globe Trotters, los bancos extranjeros, los gobiernos extranjeros y los sanchistas ciegos, mudos, listos o tontos.

El dedo de Abascal era una manera un poco dominguera de apuntar a la causa de todo, como el dedo que apunta al nubarrón, y decir “hasta aquí hemos llegado”. Pero todos sabemos que esto no acaba aquí, que no hemos llegado a ningún lado y que ahora empieza el mambo. Page opina que Sánchez resiste en el Gobierno porque fuera estaría aún más muerto de lo que ya nos dice la raspa de su cuerpo. Nos vamos a quedar sin dedo o nos vamos a quedar sin país, a ver qué ocurre antes.

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