A Sánchez le han llegado ahora Aznar y una guerra mundial, los dos como en moto con sidecar de guerra mundial, precisamente. Aznar siempre tuvo un germanismo leve, germanismo de bajito que no parece germánico o parece todavía más germánico, un prusianismo de pica en la cabeza y bigote hasta los pies, y eso y una guerra son lo mejor que le puede pasar a Sánchez para olvidarse de lo suyo, que es lo nuestro. Ahora Sánchez podrá retomar la agenda internacional, una agenda que por supuesto no le importa a nadie por ahí fuera, ni al emperador niño / viejo Trump, ni a los ayatolás con el minarete o el cohete en la cabeza, ni a la OTAN, a la que no aportamos ni perdigones. Eso de la agenda internacional suena a folclórica de gira y lo es, como cuando Lola Flores hacía las Américas con un alarde de cateta conquista que en realidad no conquistaba nada, pero le servía para quitarse de esos tablaos con peste a jabón verde y a niñas guapas y renegridas con hambre y picaresca de toda la historia. Aznar, por su parte, suena a enemigo con sable también de toda la historia, y hay que aprovecharlo.
Aznar y una guerra mundial, aquella foto de las Azores como de aves zancudas, Bush Jr. encendiéndose puros con el sombrero de ranchero (él heredó un imperio como un rancho o un Mustang), Aznar creyéndose Lola Flores con crítica falsa del New York Times (nadie encontró nunca esa reseña que supuestamente decía “ni canta ni baila, pero no se la pierdan”, como nadie encontró nunca las armas de destrucción masiva de Sadam, que sólo tenía tanques de cartón, patéticos como una colección de peluquines). Si hay algo mejor para Sánchez que una guerra mundial moderna, hecha con IA y joystick, es una guerra mundial antigua, germanoide, franquistoide, pérsica, médica, en la que pueda meter a Aznar con su cosa de guardia de cine mudo. Las guerras más útiles son las pasadas, que nunca terminan, por eso sigue siendo tan rentable Franco para Sánchez, o Felipe V para los indepes, o los ricos decimonónicos para la izquierda del siglo XXI (o al revés). Sánchez va a intentar salvarse como pueda, y sólo puede ganando tiempo. Si una guerra mundial puede parar un poco el globo terráqueo, y Aznar puede parar un día los periódicos, Sánchez lo aprovechará.
Sánchez va a intentar salvarse como pueda, y sólo puede ganando tiempo. Si una guerra mundial puede parar un poco el globo terráqueo, y Aznar puede parar un día los periódicos, Sánchez lo aprovechará.
Aznar se ha dejado caer con una insinuación sobre el amaño de elecciones, que es todavía más potente que un posicionamiento en las guerras mundiales, imperialistas y petrolíferas. Lo de Aznar es mejor que las guerras de Bush o de Trump porque Aznar trae las guerras de los abuelos y la tradición cuartelera del cuartelazo de la derecha. Quiero decir que el golpismo de la derecha siempre será más presunto y más vendible que el golpismo de un sanchismo que realmente colaba papeletas y despanzaba urnas en primarias, que realmente pactó con golpistas, que realmente tiene fontaneras con licencia para matar y que realmente está tomando el Estado con la intención de que deje de ser un Estado de derecho y se convierta en una jerarquía vaticanista con una especie de papado bailón en la Moncloa. Y es que Aznar lo trae todo para Sánchez, la tradición belicista de la derecha belicista y de los bajitos belicistas, más esos efluvios que persisten de la Gürtel y el Bigotes, y que aún pueden decir que les han corrompido a sus santos de pana y tripita sindicalistas.
A mí me parece que Sánchez tiene una guerra más importante por Venezuela o por República Dominicana que por Irán, donde se inventó la civilización sólo para que ahora la haya borrado una teocracia que aspira a la bomba atómica sin pasar por los libros. Igual que tiene una guerra más cruda con la propia sanchosfera que con la fachosfera (hay socialistas y periodistas que ya salen chamuscados y mojados a la vez, como de haber estado apagándose la manga en llamas a manguerazos o a lloreras). Pero Sánchez se va a agarrar a lo que pueda, a las barbas flamígeras de los ayatolás, a las barbas de fideos de los indepes (barbas de monje cocinero de Junqueras, barbas de rufián de Rufián), a las barbas también un poco sumerias de Abascal, y hasta a la barba de Aznar, que se le quedó en bigote y luego se le quedó en nada, como las armas de destrucción masiva.
Ya nos dejó claro Sánchez en su segunda comparecencia, que fue como el aria de la locura de la infumable y ridícula Lucia di Lammermoor de Donizetti (esas cosas belcantistas infumables y ridículas que le gusta dirigir a su hermanísimo infumable y ridículo); ya nos dejó claro Sánchez, decía, que a él lo necesitaban en España, en Europa y en el mundo para defender nuestros derechos. Y ahora nos va a decir que también lo necesitan para alcanzar la paz, y hasta se le sumará Yolanda Díaz con chanclas de flores, que ella está deseando sumarse, a esto y a lo que sea, apenas Sánchez le dé algo para volver a creer. Lo mismo Sánchez todavía puede aspirar al Nobel de la Paz, más que Trump, que además lo confundiría con un trofeo de bolos.
Necesitamos a Sánchez para acabar con las sucias guerras del mundo y las sucias guerras de la derecha, y Aznar, con sus guerras de butacón y su corrupción de butacón, ha venido para recordárnoslo, si aún hacía falta. Sánchez será el rebelde de la OTAN (más pobre que rebelde, eso sí, con ese 5% inalcanzable para nosotros salvo que sea un 5% en mordidas y putas), Sánchez será el contrapeso a Trump, el salvador de Palestina, el pacificador del mundo de Ucrania a Indochina, y el que le va a volar por fin el sombrero de vaquero a Aznar, que sigue teniéndolo aunque no lo tenga, como el bigote. Yo creo que esta fantasía ha calmado a Sánchez unas horas, mientras Óscar Puente y el sanchismo en las últimas, con los ojos quemados o arrancados como la Macarena, parecían volver con Aznar a los días de vino y rosas. Será para nada, porque acabará el sanchismo, acabará nuestra democracia o acabará el mundo, pero Sánchez nunca podrá ser ya príncipe de ninguna paz ni héroe de ninguna guerra.
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