Montoro está ahí para que Sánchez empate una corrupción con otra corrupción y un cadáver con otro cadáver. El presidente cadavérico coge a ese exministro cadavérico, al que ya en sus tiempos ponían de vampiro con copa de sangre y colmillo abisal, y todo queda igualado aunque, curiosamente, salvado. Podría parecer que si Feijóo tiene alguna responsabilidad histórica o hereditaria por lo que hizo Montoro, como si el PP fuera una dinastía de reyes con prognatismo, más responsabilidad directa y actual tendría Sánchez por lo que han hecho sus dos secretarios de organización y el algarrobo que les llevaba las alforjas en el Peugeot, en el partido y en los ministerios. Igualmente, podría parecer que vender leyes no es sólo lo que presuntamente ha hecho Montoro, sino lo que efectivamente ha hecho Sánchez con la amnistía, la malversación y la financiación singular o inaudita, y además a escalas milmillonarias, jurídicas, políticas y constitucionales sin comparación. Pero no, no es así.

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Este empate a mangazos, a mordidas, a esqueletos bajo la cama o a risitas con hilillos de sangre como chapapote; este empate que no es empate porque Montoro, comparado con lo que rodea a Sánchez, es sólo un muñeco de José Luis Moreno desplegado como un bandoneón viejo y lúgubre; este empate, que en realidad no tiene parangón, encima parece que salva a Sánchez. Se diría que la corrupción del PP no es sólo sistémica sino secular o incluso legendaria, mientras que la corrupción del PSOE es sólo anecdótica y accidental, además de claramente delimitada y rápidamente extirpable. O sea, los cuatro golfos que contaba Chaves en los ERE, con lo que la cosa enseguida se queda en unos cuantos horteras que asan vacas con billetes y beben cubatas con hielo de cubitera (ese hielo que sabe a quisquilla) y lágrimas de puta (lágrimas de pipermín, me suena que decía Umbral). Pero se nos olvida que el sanchismo no es ya el PSOE, ni siquiera el PSOE de los ERE.

Yo creo que este combate de vampiros lo gana Sánchez (lo pierde, más bien, ante el mal perpetuo e infernal que representa Montoro) por su cara bonita / fea. O sea que el vampiro adolescente y socialista no es igual que el vampiro viejo verde y pepero. O al menos eso siguen pensando o defendiendo en la Moncloa, donde se practica un culto al presidente que está entre el satanismo sensual y esa moda absurda pubescente del pop coreano (Sánchez no se ha vuelto enfermizo sino sólo coreano lánguido). Hace mucho que nos dicen que la izquierda te puede chupar la sangre, el alma o la libertad porque de eso luego salen hospitales, paguitas, cantautores, héroes de la igualdad o de la miseria como héroes de la minería. Por el contrario, si la derecha nos chupa la sangre, de ahí sólo salen horteras con jacuzzi y minibar y chulánganos del pelotazo con la corbata de lenguado, pringosa y escamosa. Sin embargo, el sanchismo ni siquiera puede usar esto ya, porque ni funcionan los servicios públicos ni nadie puede ganarles a ellos en chulería, horterez, lentejuela de caspa y pelotazo de ferralla. 

Aver quién renuncia al botín del Estado, del que han disfrutado todos por amables turnos. Ya no se trata de comparar mordidas, chupadas, corrupciones, podredumbres o subastas del Estado, aunque lo de Sánchez no soporte comparación

Lo malo de acabar con las ideologías, salvo como palabra arrojadiza (progresismo, derecha, ultraderecha, son ahora sólo significantes vacíos), es que a Sánchez no le sirven ni las antiguas excusas de la izquierda. Nuestros impuestos no se invierten en gobernanza ni en servicio público, sólo en mantener a Sánchez en su bañerita de burbujas. Por eso los trenes se nos quedan enredados entre girasoles o tendederos, como cometas de niño; por eso se van los plomos de todo el país, por eso donde debería haber técnicos sólo hay enchufados, matones, sorbesopas y queridas con tetamen de plástico y lorza de torrezno subvencionados por el contribuyente. Y hasta los héroes de la clase obrera van de mordida, taco, chaletito, lamparón heráldico de salsa y, claro, de cochinillo y puta en pompa y con manzana en la boca. Sí, es cierto que eso también pasaba en el PSOE de los ERE, pero, aunque el partido y su clientela se repartían el dinero, nadie se atrevió a vender el propio PSOE ni, mucho menos, el país. Aun con desvergüenza, se permitían hablar de defender a las “criaturitas”, mientras que el sanchismo ya hace mucho que no puede pasar de defender a Sánchez. 

El sanchismo ha llegado donde nunca llegó ni el más aciago PSOE ni el más aciago PP. Ya nadie cree a Sánchez, por eso no funcionan las viejas triquiñuelas, por eso se consume y se hunde, por eso agarrarse al pajarraco membranoso de Montoro resulta más ridículo que salvador. Igual que agarrarse al pelucón de algodón de azúcar de los intelectuales de la ceja, ahora del mentón cadavérico o del arco superciliar calavérico (esos intelectuales que están dentro de la nómina o fuera de la realidad, que es lo peor que le puede pasar a un intelectual, convertirse en un aristócrata diletante). Ya sabemos que habría que acabar con las puertas giratorias y que el cohecho y las mordidas deberían acarrear penas tan ejemplares que ni mesones ni chalés ni putas con carnalidad y neumática de parque acuático tentaran a nuestros funcionarios y gobernantes. Pero, claro, a ver quién renuncia al botín del Estado, del que han disfrutado todos por amables turnos. Ya no se trata de comparar mordidas, chupadas, corrupciones, podredumbres o subastas del Estado, aunque lo de Sánchez no soporte comparación. Tampoco se trata de comparar fetichismos ideológicos, la izquierda eternal contra la derecha eternal en ese combate de aleteos y trompetazos, como entre ángeles y demonios. En realidad, Sánchez, vampiro de nácar, y Montoro, murciélago de la derecha (decía Ramón Gómez de la Serna que el murciélago era el Espíritu Santo del Demonio), sólo pelean en los salones de la Moncloa, como distracción nacional, como llamamiento mitológico a una política que ya no tiene nada de política. Ni siquiera se trata del fetichismo personal, que nadie cree en el culto a Sánchez más que por interés. Ya no se trata de empatar, sólo de sobrevivir. Sánchez quiere sobrevivir y vamos conociéndolo lo suficiente como para temblar al ver su sombra no de vampiro romántico sino de ángel desplumado y caído.

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