Noelia Núñez, una estampita de escaño como hay estampitas de comodita con vela de mariposa y perejil de vieja, no tenía currículum. O sea que se lo inventó, o lo proyectó hasta convertirlo en esperanza o excusa románticas, como el tuno que nunca terminó ni terminará la carrera pero va con aura compostelana, casi plateresca, y el título póstumo por delante, como la pandereta. Noelia Núñez era una joven promesa del PP (al PP le salen jóvenes promesas que parecen del tenis) pero todo lo que tenía era la medalla del PP, el campeonato olímpico del partido, que tiene sus propias carreras y sus propios paraninfos. Pero nadie quiere poner un currículum en blanco, o un currículum con los años en blanco de los estudiantes que no estudian o los adultos que no trabajan. Noelia Núñez no tiene títulos, pero sí tenía matrículas, cursillos, traslados de expediente, trotamundismo universitario, un futuro entre el Erasmus en chanclas y el puesto en el ultramarinos familiar, o sea el PP. Eso le bastaba o le satisfacía, pero no dejaba de darle un poco de vergüenza, de ahí los currículos floridos. Al final, entrar en política como talento puro lo que da es vergüenza, como si uno se metiera a estríper.

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Noelia Núñez tenía por ahí repartidos unos currículos que estaban entre lo imaginativo y lo desiderativo, y que ni siquiera coincidían, yo creo que porque todo dependía un poco de la inspiración del momento o del sueño del día, con esa inventiva que propicia no sé si la vergüenza, como decía, o la desvergüenza, o la coquetería. Igual que hay un dandismo del feo, excesivo por sobrecompensación, hay una coquetería curricular del que no tiene currículum, y que le lleva al barroquismo de sus carencias y al salmantinismo de su insignificancia. Uno no lo ve demasiado útil, que te pillan enseguida, pero supongo que el político que no es un poco mitómano no sirve para el oficio. Así que el currículum con arabesco, greca, pirueta y hasta universidad de Wisconsin o de por ahí, ese currículum como un prospecto de antibiótico en edición bilingüe, como los de LinkedIn; ese currículum con títulos falsos como marquesados falsos, con titulitis heráldica de hidalgo tieso, a lo mejor sólo es la primera prueba de que vales para la política. Pero claro, hay que aguantar cuando te descubren la mentira.

Noelia Núñez, joven promesa con futuro de princesa casadera del PP, al final no prometía tanto, que ha dimitido por mentir en el currículum, ya ven, como si fuéramos noruegos o así

Noelia Núñez, que era como una musa huida de varios campus, varias disciplinas o varios países, esa musa que había volado soltando sus aperos y atributos en el camino de Fuenlabrada a las Cortes, tenía más currículos que estudios y más morcillas que experiencia, pero lo que a uno le parecía imposible es que todo eso, como replicó ella en un principio, hubiera sido sólo un error. Quiero decir que si uno aparece en su currículum como si fuera una eminencia internacional, no sé, como Bibiana Aído o Begoña Gómez, pero sólo es de la tuna o de la concejalía de las fiestas del potaje de su pueblo, eso no puede ser un error sino impostura. Claro que lo que pide la política ahora es aguantar la impostura, no dimitir para irse a terminar el cursillo, el grado, hasta que la madre pueda colgar el diploma merengado al lado de la foto merengada de la comunión, y expiar así la vergüenza familiar.

Noelia Núñez, joven promesa con futuro de princesa casadera del PP, al final no prometía tanto, que ha dimitido por mentir en el currículum, ya ven, como si fuéramos noruegos o así. Sí, aquí, en España, donde no dimiten ni los que mienten en cada sintagma; donde no dimiten ni los de las mordidas, ni los de la fontanería mafiosa, ni los de la impúdica subasta / demolición del Estado, todos esos que siguen ahí hablando de bulo, fango y lawfare con la nariz de payaso y el maquillaje del Muñeco Diabólico. “No somos como ellos”, ha dicho la eminencia de Fuenlabrada, que antes tenía un cargo absurdo en el PP y ahora ya tiene el ajuar en el altillo, haciéndose arqueología. Sí, no son como ellos, cosa que no sé si es buena o mala, teniendo en cuenta la política y la gente que sigue ahí, gobernándonos o desgobernándonos, mintiendo y aguantando, vendiéndonos y robándonos, colándonos sus queridas y sus egos, desmesurados como gordos de Botero. El honor es sólo una palabra, dice Falstaff, algo que se desvanece en el aire y no merece una gota de sangre. Uno no es tan cínico como Falstaff, o como Sánchez, pero pretender luchar con honor contra los que no tienen honor sigue siendo una terrible desventaja.

Noelia Núñez no tenía universidad, ni siquiera la de la calle. Antes se llevaba mucho decir eso, que uno tenía la universidad de la calle. Parecía que se refería a saber abrir botellines con los dientes o a entender los ruiditos de las tragaperras de algún bar con garrota sobre la barra, pero se refería a la picaresca y al arte de la supervivencia. Ahora se lleva más la universidad del partido, que también con picaresca te enseña a sobrevivir y a ganarte la vida bastante mejor que estudiando para abogado laboralista o para perito agrónomo, incluso en Wisconsin. La verdad es que los políticos ya no necesitan currículum, ni carrera, ni lecturas, ni siquiera labia. Son como papagayos cruzados de plumajes rojos y azules, a los que les basta el argumentario y el alpiste, de los que comen no sólo ellos sino toda la ciudadanía.

Noelia Núñez ha dimitido como por ser noruega, por mentir en un currículum que no interesa en realidad a nadie, ni siquiera al propio partido. Ya no tiene sentido publicar currículos de políticos, menos aún adornarlos, engordarlos o engloriarlos, que ya dijo aquella otra eminencia del PSOE, miembro del Consejo de Seguridad Nuclear, que tener demasiados conocimientos es contraproducente. Da casi ternura la torpe candidez de las mentiras y de la dimisión de Noelia Núñez, teniendo lo que tenemos. Es como la chica con faldita de tenis y escudo gordo en el jersey que ha caído en mitad de un tiroteo mafioso. Y esto le podría pasar a todo el PP, al que le faltan igual eminencias que pistoleros.

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