Vox es un partido que me genera una total desconfianza, tanto en lo político como en lo funcional. Conviene ser sincero a la hora de escribir y no intentar engañar al personal con medias tintas. Un buen ejemplo de lo que afirmo lo constituyen las palabras que pronunció Santiago Abascal en una reciente entrevista. Preguntado por la postura de la Conferencia Episcopal sobre lo acontecido en Jumilla, afirmó que a lo mejor la Iglesia católica teme alguna represalia del Gobierno sobre su financiación o sobre sus casos de pederastia. Ese discurso es oportunista. Lo pronuncia porque es consciente de que cualquier crítica al islam le ayuda a crecer en las encuestas y, por tanto, siempre es de recibo, aunque implique especular, mentir o polarizar todavía más a la sociedad española. Lo que Podemos pretendía con sus protestas contra los desahucios, Vox lo hace con la inmigración africana.
Abascal me merece por tanto un total rechazo, pero eso no quiere decir que opine igual de sus votantes, que muchas veces han llegado a ese territorio desfondados, ante la sensación -más o menos acertada- de que hay un sistema que les confisca una parte de su dinero creciente, pero cada vez les ofrece menos bienestar; y que, para colmo, niega algunas de las cuestiones que más les preocupan.
Existe cierta tendencia en la izquierda a considerar a estos conciudadanos como equivocados, ignorantes o ultras, lo que no ayuda a aminorar su desencanto con el lugar en el que viven. Las sociedades europeas no están llenas de extremistas. No hay un 30% de fascistas en Francia, como tampoco había 5,4 millones de comunistas en España, en 2016. Cuando las protestas del 15-M derivaron en la formación de un partido como Podemos, una parte de los líderes de opinión de la derecha se conformaron con repetir los mismos calificativos día y noche sobre ellos. Lo mismo sucedió hace algo más de un año a una menor escala, cuando Alvise Pérez fundó su partido y la conclusión de la izquierda más convencida de sus virtudes fue que quienes le habían apoyado eran idiotas y extremistas.
La realidad es bastante diferente. Hay quien se considera como un islote entre un mar de imbéciles, pero no será aquí donde reciba la noticia que no está preparado para escuchar. Conviene analizar estos movimientos con cierta frialdad, e incluso acercarse a ellos para intentar entender el porqué reciben ese apoyo. Cualquiera que asistiera a la acto que convocó el líder de Se Acabó la Fiesta durante la noche de las elecciones europeas pudo comprobar que su perfil de votante está bastante alejado del extremista. El CIS ofreció más pistas al respecto y describió al 31,9% de quienes le apoyaron como gente que estaba “asqueada” y al 4,4%, como “enfadada”. Donde más apoyo registró fue entre los individuos de entre 25 y 34 años (5,6%). Es decir, entre quienes más se informan a través de las redes sociales, donde Alvise... sabe lo que hace y sabe lo sencillo que resulta el ejercicio alquímico que busca transformar el malestar en voto antisistema.
El crecimiento de Vox
Publicaba el domingo El País un artículo que merecía la pena leer. Su título era el siguiente: “Abascal gana fuerza entre obreros y parados y se acerca al umbral de Le Pen”. El texto incluía una cita textual de un hombre llamado Juan Carlos Morago, conductor de una empresa de limpieza y actualmente afiliado al sindicato Solidaridad, de Vox, al que se unió después de abandonar UGT. “Los currantes estamos hartos de promesas que sólo nos han llevado a la pérdida de poder adquisitivo”, afirmaba. Esteban Hernández concluía -también el domingo- en un brillante artículo en El Confidencial que incluso los partidos de la derecha tradicional todavía tienen dificultades para entender que la clave del ascenso de estos partidos es que el sistema ha dejado de generar prosperidad en occidente.
Mientras la izquierda se ha ocupado en alimentar las causas identitarias y en negar los problemas de la 'gente corriente' porque eran contrarios a su agenda política e ideológica, las fuerzas radicales han crecido en toda Europa por realizar un diagnóstico de la realidad que calaba de una mejor forma en los barrios, donde habitan los más vulnerables, a los que la izquierda les animaba a convencerse de que su percepción sobre la decadencia de esos lugares era equivocada y profundamente injusta, en un ejercicio que roza el maoísmo post-revolucionario o el deber cristiano de confesión y propósito de enmienda. No es casualidad que partidos como Alternativa por Alemania (AfD) tengan un mayor número de adeptos en las zonas más pobres (el este del país) y entre las que se sienten perjudicadas por la globalización (rurales). Tampoco que los hombres jóvenes (de 35 a 44 años) se sientan más identificados por su discurso.
Chega arrebató la segunda posición a los socialistas en las pasadas elecciones portuguesas, entre otras cosas, por el impulso de las clases populares y por el apoyo que recibió por parte de los trabajadores por cuenta propia y ajena que consideran que pagan muchos impuestos, pero a la vez están cabreados por tener que vivir con lo justo. Porque el esfuerzo que antes garantizaba un nivel aceptable bienestar en estos lugares, ahora no sirve para obtener lo suficiente. Hay quien está atemorizado con el futuro porque observa el presente y observa que todo es peor. Que todo es distinto.
Vivienda e inmigración
Las condiciones son parecidas en España, donde una parte de la población no puede adquirir una vivienda -mientras no se acometen cambios legales efectivos para estimular el mercado y mientras escucha expertos, como Jaime Palomera, que en su superchería llegan a negar que en el sector impere la ley de la oferta y la demanda- y ni siquiera alquilar, dado que el mercado está roto. El 35,8% de los ciudadanos no puede afrontar gastos imprevistos (Encuesta de condiciones de vida), el 24,5% no tiene capacidad de ahorro (Unión de Créditos Inmobiliarios, 2024) y al 40% de los jóvenes emancipados no le sobran más de 100 euros a final de mes (Consejo de la Juventud).
Si todas estas condiciones no existieran, los discursos de los extremistas no tendrían tanta repercusión, pero en tiempos de dificultad, hay millones de ciudadanos que, al sentirse asfixiados, buscan soluciones en quienes les prometen el cielo... o simplemente mano dura.
La centroderecha tradicional, con la vista nublada por la batalla política y sus cálculos, amén de por sus problemas y cismas, no ha abordado con suficiente intensidad y valentía estos temas; y menos el de la inmigración, el gran elefante en la habitación. Un factor que deriva de la crisis demográfica y del que se alimenta como ningún otro el populismo de derechas, aunque también, en menor medida, y en un sentido diferente, el de izquierdas. Hace 10 meses, el CIS apuntaba algo que latía en el corazón de los barrios desde hace mucho tiempo, y es que los españoles lo consideraban el principal problema. Hay quien cree que en España viven más extranjeros de lo recomendable.
La derecha moderada no ha demostrado -ni aquí ni en otros lugares- durante muchos años las agallas necesarias para afrontar este tema, por temor a que la izquierda más sectaria le asignara calificativos despectivos. Eso ha entregado este debate tan relevante a las fuerzas extremistas, las que, en ocasiones, blanden discursos racistas (repugnantes) o las que, por la izquierda, recitan aquello de que “ningún ser humano es ilegal” cuando se plantea la posibilidad de controlar la inmigración irregular. Esta postura es aberrante, dado que no sólo expone al país a la amenaza de la guerra híbrida, avivada hoy por los autoritarismos; sino que parece obviar que quien reside en un lugar en situación de clandestinidad está destinado a esconderse o a ejercer trabajos sin ningún tipo de derecho. Para el país, además, supone un coste elevado, tanto político, como económico, como social.
Las redes sociales
Los mismos vídeos que circulan en las redes sociales sobre agresiones protagonizadas por población extranjera en París o en Berlín se reprodujeron también antes de los comicios portugueses en las zonas de Picheleira e Intendente, en Lisboa; o en El Raval, en Barcelona. ¿Son falsos esos episodios? En absoluto; y la población local los teme, como sabe cualquier persona que proceda de lugares que han absorbido mucha inmigración africana o asiática durante los últimos años. Ahora bien, el problema se produce cuando se distorsionan o se exageran porque una fuerza política sabe que le sirve de alimento. Las generalizaciones en este caso son muy injustas y tienen un fin demoscópico.
No, los extranjeros no delinquen por el mero hecho de serlo ni los musulmanes son radicales per se. Quien sostenga eso está en un enorme error. Tampoco es la España actual igual a la de 1990. Hay 2,5 millones de mahometanos que reclaman celebrar sus ritos. Eso no implica que aquí vaya a incumplirse ninguna ley. La libertad religiosa, al contrario, es un derecho fundamental. Por otra parte, el islam se ha enfrentado durante décadas al riesgo de la radicalización y las organizaciones que consideran que no sólo es una religión, sino una forma de vida completa que debe gobernar todos los aspectos de la sociedad existen en el mundo musulmán... y deben ser controladas en el occidental. Lo contrario sería negligente. Este artículo del Real Instituto Elcano es muy ilustrativo al respecto. También esta pieza publicada por Ignacio Cembrero, muy acertada.
Sucede que la izquierda se ha empeñado en negar los problemas que genera la inmigración -que sufren también los propios extranjeros, por cierto-, pero tampoco esta actitud es exclusiva de este tema. También ha actuado de una forma similar con el encarecimiento de la vivienda, de la cesta de la compra, de los vehículos, de las vacaciones o de las reparaciones. Es un error hablar de España como un país pobre, pero no lo es calificarlo de “empobrecido”. ¿Qué sentido tiene calificarlo como “la locomotora de Europa” cuando estamos lejos de resolver problemas estructurales, como el demográfico, con el incremento progresivo de los impuestos que eso implicará y la emigración de jóvenes que seguramente provocará?
Contra el extremismo
No creo en el oportunismo político y los partidos extremistas o antisistema generalmente lo son, pese a que siempre se consideren dueños de las mejores soluciones. Quien hace más ruido con la memoria histórica o con la construcción de un toro de 300 metros, o quien cita a Hugo Chaves o a Ramiro Ledesma (ay, ese neofalangismo...; ay, ese Noviembre Nacional), mientras pasa de puntillas sobre modelo económico o mercado laboral, no me merece la menor de las confianzas. Eso no es óbice para salir en defensa de quienes se refugian en estos partidos porque consideran una tomadura de pelo la propaganda que afirma que “los españoles viven mejor que en 2018” -Pedro Sánchez- o que “el ferrocarril vive en España el mejor momento de su historia -Óscar Puente-. Su diagnóstico es tan erróneo y malicioso que es normal que los españoles opten por retirarles la confianza y buscar nuevas opciones.
Por eso es fundamental que las formaciones moderadas aborden con determinación esta cuestión, como todas las relacionadas con el bienestar: desde las pensiones hasta la vivienda. Lo que no tengo claro es que en el PP exista la valentía suficiente para proponer la necesidad de mejorar la política migratoria española -cosa que ha hecho hasta el 'laborista' Reino Unido- y abundar en los esfuerzos contra la inmigración ilegal. Tampoco que el PSOE, convertido en una fuerza populista y cada vez más iliberal y bananera, tenga voluntad de volver al terreno de la racionalidad.
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1 Comentarios
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hace 11 minutos
Vox es un partido opositor, o sea, pensionista, y está encantado de serlo. Cuando las cosas le vienen horribles a la pesoe y a su líder menguante, salen ellos en plan «Santiago y cierra, España» para salvar todo el tinglado. Lo hicieron en el 23 y lo están haciendo en este tórrido verano cuando de un reglamento muncipal que ellos ni siquiera votaron a favor, dedujeron que había que defender la identidad española y blablabla. Pura verborrea basada en la nulidad intelectual de su líder, Santi Abascal, y en la sumisión de su parroquia. Recuerden que abandonaron los gobiernos autonómicos en coalición con el PP porque patata y desde entonces juegan con la rabia y la frustración de los españoles. Para que la pesoe siga y ellos sean eterna oposición. Un caso clínico. O cínico.