Virginia Barcones, con uniforme o mono, remachada de logos geométricos y bajo los colores inflamables de Protección Civil, me ha recordado a Diana, la de V, aquella lagarta. Entre letrada y soldado imperial, entre política y bombero, entre funcionaria y paje, entre jefa y mandada, entre la tapadera y el descaro, supongo que es inevitable que quede esa cosa rara, esa especie de quimera alienígena que son siempre los carguitos políticos de nuestros organismos, instituciones y administraciones. Por eso el fiscal general del Estado parece un monaguillo de la Moncloa, o el presidente de RTVE parece un electroduende sanchista. Yo no diré que Barcones sea una pirómana como dijo Bendodo, que entiende las sutilezas de las metáforas casi tan bien como Óscar Puente. Sólo diré que parece el butanero presidencial repartiendo butano a Sánchez. No es una cuestión personal, como ha dicho ella creyéndose la reina de la fiesta aunque vaya disfrazada de electricista. No, es una evidencia: es un cargo político haciendo su trabajo político. Uno, pues, se la cree como a cualquier político, o sea poco.
Virginia Barcones, licenciada en Derecho, ha acabado dirigiendo nuestras emergencias como podría haber terminado encargada de los sellos de Correos, igual que la fontanera Leire (ahora tenemos una fontanera y una butanera); o en un ministerio random, o cepillándole a Begoña Gómez los bucles complutenses, como la peluca emperchada de un profesor de Oxford. Barcones, vestida de mecánica del coche fantástico o de vigilante de parquímetros, es una política, su cargo es político y su obediencia es política, no sé por qué algunos la atienden y le preguntan como si fuera Félix Rodríguez de la Fuente. En la prensa del Movimiento le han hecho una entrevista en la que aparece con el logo de Protección Civil como si fuera no ya el logo de la NASA sino la corona de la Macarena: “No voy a consentir que se dañe ni a la institución ni a servidores públicos”, dice al principio, dignísima, igual que ese profesor de Oxford sosteniendo la peluca empolvada como una calavera de Hamlet.
Barcones, como todos los suyos, sólo atiende a las emergencias de Sánchez, y hace mucho que las emergencias de Sánchez no son las del ciudadano
La verdad es que tampoco Protección Civil son las Cortes, quiero decir que aunque tenga su dignidad institucional no da para la blasfemia (como yo tengo a la gente de Protección Civil asociada a la playa, su dignidad institucional me parece un poco la del señor del bombón helado, entre la emergencia ligera y el paisajismo). Pero esto pasa mucho ahora, o sea que el cargo político confunde su amor propio con la dignidad de la institución, o del país, o de la democracia entera incluso. Algo parecido podría decir, o quizá lo ha dicho ya, el fiscal general, Álvaro García Ortiz, sin dejar de sostener entre las manos el rosario sanchista, pesado y sucio como un ancla. Esto de refugiarse en la tarima institucional, detrás de los “servidores públicos”, que parecen de repente servidores del Grial, es justo lo que hacen los políticos, así que se les descubre pronto, aunque vayan con uniforme de Loro Parque.
Virginia Barcones es una sanchista a la que pusieron con el silbato, el cubito y la palita, como la pusieron de delegada del Gobierno o como la podrían haber puesto a jugar con los trenes o con los enchufes, que así nos va. No es una Minerva académica o agropecuaria con casco de barrenero, es sólo una política disfrazada de brigadista antiplásticos. La sacan ahora mucho y a lo mejor quieren que la veamos como a Fernando Simón, como la ciencia que entra en casa igual que el practicante, la ciencia cercana y potinguera contra los cuñados y magufos (él, que sólo parecía un vidente, un intérprete de presagios en las nubes y los grajos). Pero con Barcones ni siquiera tenemos la duda que teníamos con Fernando Simón, o sea si lo habían comprado o seducido, si lo suyo era ciencia alucinada o ciencia pervertida. Barcones se puede vestir de autobusera o de basurera, se puede estampar de logos como Fernando Alonso, se puede poner diez bolígrafos en el bolsillo (hay gente que piensa apilando bolígrafos), pero sabemos que es un cargo político con una misión política que va a decir lo mismo que ha dicho su jefe político, pero apareciendo con pinta de muchachita de El valle secreto.
Haya pasado lo que haya pasado, lo que uno no cree es que nos lo vaya a contar un político, aunque el político aparezca vestido como un monitor de terapia equina o un repartidor de Mahou. Mucho menos si aparece en la prensa del Movimiento como un anuncio de cerveza, con la sonrisa y la chapa a toda página. Por ejemplo, ella dice que todo el mecanismo de emergencia se activó automáticamente, y El Mundo dice que el Gobierno tardó una semana en escribir a las autonomías. Pero tampoco hace falta mucha investigación, que aquí nada se activa automáticamente, tienen que pasar muchos carguitos políticos, muchos jefes y muchas señales de humo hacia arriba y hacia abajo hasta que España se mueve, y aun entonces no se mueve como un cohete sino como un sofá.
Con seguridad, casi todos los políticos se han equivocado en esta crisis, más que nada porque suelen estar donde están para hacer política (relato habría que decir ya). La verdad es que ya no existe lo institucional, sólo lo partidista, y los servidores públicos a lo mejor son los bomberos, pero no el que posa con manguera como para un calendario de bomberos. A cargo de nuestras emergencias está Barcones, pero podría estar, mucho mejor y más cerca, el ministro Bolaños como un oficinista preparado para el paintball, o la misma Begoña Gómez vestida de kiosquera, que lo mismo nos iba a lucir. A Barcones la quieren hacer paladín, ninfa o novia de algo, de los bosques, de los bomberos, del butanero español o de Fernando Simón vestido de butanero español, como una pareja de Barriguitas sanchistas, pero a mí ella me parece tan olvidable como indistinguible. Barcones, como todos los suyos, sólo atiende a las emergencias de Sánchez, y hace mucho que las emergencias de Sánchez no son las del ciudadano.
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1 Comentarios
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hace 9 minutos
Otro cadaver del entorno de Pedro. Es gafe este tío, todo lo que está a su alrededor acaba enmierdado… o enmierdada…