En la comisión del Senado, Margarita Robles, ministra de Defensa con manoletinas, nos enardecía con la épica del pitidito de la marcha atrás de los vehículos. No quiere uno, sin embargo, minimizar o ridiculizar el efecto informativo y emotivo que tienen 50 minutos de proyección de todos los tuits de su ministerio desde el comienzo de este infierno de verano, con texto, vídeo, declaraciones y deflagraciones. Sí, porque también había helicópteros wagnerianos, militares ninjas, llamas como de una jungla de cristal de pasto, y bomberos como de una de George Clooney de bomberos, que no sé si tiene alguna. Dirán ustedes que los paisanos no notaron tanta épica viéndose solos e indefensos ante el fuego, como vacas de establo, pero ahí estaba Robles para convencernos. Y me refiero no ya a convencernos con esos tuits de que habían hecho su trabajo, sino a convencernos de que esos tuits hacían el trabajo. Incluso le seguían haciendo el trabajo de dar explicaciones: ella puso sus 50 minutos de vídeo de reclutamiento y fue como cuando la maestra con manoletinas pone una peli en vez de dar la clase machadiana de las cordilleras de España.

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En la comisión del Senado, Margarita Robles, ministra de Defensa con monederito, nos enardecía con épica rebozada en épica, con ese estofado barroco que le pone las llamas a todo. La verdad es que hay que desconfiar de la épica, que es barata, que es cuestión de partitura y de posproducción. Es verdad que los pitidos de la marcha atrás no impresionan ni enternecen mucho, que no es como si se te parara el corazón en el quirófano sino más bien como si vinieran a por el contenedor de orgánico. Para eso metió la ministra, o su equipo, la épica delicada del Canon de Pachelbel, que parecía que se casaban los bomberos en una de George Clooney de bomberos, ahí en medio de la catástrofe natural o política. Y la épica, sin duda innegable, de una pista de audio de recurso llamada Heroic victory (está en Spotify por si quieren revivir la carne de gallina en el cuello). Y la épica, esta vez evocadora, de algún intermezzo pianístico melancólico, con el piano quemándose también en las llamas como un barco vikingo que se quema o como una bandera de marine que se quema. Con eso uno ya tiene Gladiator, Braveheart y hasta Titanic.

Hay que desconfiar de la épica, que no demuestra nada ni significa nada, menos todavía que una ministra de Defensa con sombrerito haya hecho algo más que una recopilación de tuits

Como digo, hay que desconfiar de la épica, que no demuestra nada ni significa nada, menos todavía que una ministra de Defensa con sombrerito haya hecho algo más que una recopilación de tuits, sobre todo cuando se ve que la ha hecho para no tener que explicar demasiado. Quiero decir que la épica se puede conseguir enseguida cruzando bomberos con sirenas de alarma, y llamaradas con cervatillos, y soldados con muletas, y trombones con timbales. Hasta el Perejil, ese fortín con cabra, dio para épica levantisca y cervantina, para que Federico Trillo pareciera Spínola. Cómo no vamos a tener épica con media España quemándose como un galeón. Lo que pasa es que para eso no hacían falta ni soldados en llamas ni bomberos en paracaídas, bastaban señoras con capacho y paisanos con botas de agua y paraguas para el fuego, en el colmo de la ternura y de la impotencia. Es más, cuando uno va a por la épica de gramola, como Guardiola cuando les ponía Coldplay a los chavales (el Real Madrid pone a Puccini), uno debería empezar a sospechar. 50 minutos de crujidos, motores, hélices, walkie-talkies, bombazos, lamentos para tenor y adagios para cuerda dan para sospechar mucho. Y el uso de hashtags como #humildad, superpuesto incluso a compatibles referencias al orgullo (otro hashtag era #orgullozapador), no digamos.

En la comisión del Senado, Margarita Robles, ministra de Defensa con rebequita, nos enardecía con trucos cinematográficos y de escapismo. Después del publirreportaje, se llevó otro buen rato recitando, como una larguísima tabla logarítmica, las entradas y salidas de los batallones de la UME, que aquello parecía el registro de Windows. Yo creo que nadie que está orgulloso de su trabajo tras una crisis como ésta se dedica a leer tablas mineralógicas, de mareas o de cefeidas. Ni siquiera la relación de heridos o de caídos, de quemados u operados de bazo, que a mí me parece una bajeza apuntarse esas estadísticas correlacionándolas con el éxito de tu misión, o al menos con las ganas que le has puesto a la misión. El sacrificio y el pundonor se suponen en el Ejército, pero no equivalen al triunfo, ni siquiera a la eficacia, menos todavía la de los políticos. Todo el tiempo que Robles le dedicó a los datos en bruto y al metraje en bruto uno lo toma más bien como medida del tiempo que no le podía dedicar a los resultados netos, del tiempo que necesitaba para esquivar los resultados netos. 

Otra cosa muy diferente es que el Gobierno no pudiera hacer más, que los políticos no pudieran hacer más, ni antes ni durante ni (pronto lo veremos) después

En la comisión del Senado, Margarita Robles, ministra de Defensa con manzanillita, nos mostraba la eficacia de su equipo de redes sociales más que la eficacia de su gestión. Seguramente ni la UME ni los marines ni los bomberos, que parecían los últimos de Filipinas, podían hacer mucho más. Otra cosa muy diferente es que el Gobierno no pudiera hacer más, que los políticos no pudieran hacer más, ni antes ni durante ni (pronto lo veremos) después. La épica es cuestión de partitura, es algo que se puede tocar con orgullo artillero o gaitero incluso fracasando, o sobre todo fracasando, porque siempre hay héroes y caídos, y palomas y coronas sobre ellos. Pero ni los clarines, ni las cenizas, ni las tumbas, ni las llamas o borbotones en crescendo nos dicen qué pasó, por qué pasó, o por qué no podía evitarse que pasara.

Después de lo de Robles, ministra de Defensa con pastillas Juanola, uno se alegra de que, en el Congreso, los socios de Sánchez hayan evitado que comparezcan el propio presidente y sus ministros mosqueteros. Imaginen una hora de tuits de Óscar Puente, o de vídeos de los salones y sofás de Sánchez, como un publirreportaje de reclutamiento para fontaneros de la Moncloa igual que si fueran fontaneros de Isabel Preysler.

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