El fiscal general Álvaro García Ortiz, como el contrachapado de Sánchez, y el rey Felipe, como el contrachapado del Estado, van a encontrarse como dos fragatas contrachapadas en la apertura del año judicial. Desde el palco o la cañonera de sus collares, como señoras de palco, fingirán que no pasa nada, aunque el fiscal general ande camino del banquillo igual que un bandolero de gran capote y negros rizos. Los dos están acostumbrados al paripé, a posar como las figuras de baraja que parecen, y a hacer discursos sobre abstracciones que son como pomposas arias de la democracia, o más bien como españolas romanzas de Sotullo y Vert. El rey aguantará el tipo y el tono, porque ya no tenemos reyes de espada y pica sino reyes de tipo y tono, y Ortiz aguantará la cabalgada porque el sanchismo lo aguanta todo. La verdad es que hasta para el paripé hay que tener cuajo y aguante, como lo tiene Sánchez, que te miente como un bolero (como todos los boleros, que decía Sabina), con suavidad y a la cara. A veces el paripé bien mantenido causa más efecto que el desplante. Eso sí, si uno no sirve ni para el paripé ni para el desplante, puede hacer lo que va a hacer Feijóo.

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En el acto, en el que el rey, el fiscal general y la carrera judicial se verán, se moverán y sonarán como caballeros con espuela y espadín, aún no sabemos si habrá desplante o pitada de platea, como si aquello fuera el Teatro Real (el palco de los reyes en el Teatro Real, que es como un gran palanquín plantado allí en medio, yo creo que invita más a la sublevación que a la veneración monárquica). Pero si hay pañolada o boicot durante la zarzuela, o siquiera seriedad agravada de alguna gente ya muy seria (nos tendrán que avisar de que su circunspección es una protesta), no será con Feijóo. Feijóo no va a estar, y además no va a estar de la manera menos política en la que uno puede no estar en los sitios, o sea con una mala excusa. No va a estar porque dice que tiene otra cosa del PP de Madrid, con Ayuso, que nunca sonó tanto a cita con el dentista una cita con Ayuso. Estando, o al menos sabiendo no estar, aún podríamos intentar adivinar si la seriedad o la ausencia de Feijóo son por voluntad, ictus, desmayo o pereza. Pero así no hay manera. Ni no estar saben algunos. 

Esa ausencia del líder de la oposición como si fuera la ausencia de un oficinista no es que parezca dejadez o cobardía, es que parece incapacidad de ser un político

Feijóo sabemos que se marea y se enferma con las opciones y las decisiones, como en una noria. Y yo creo que la mayoría de las decisiones, después de las fatiguitas y las palpitaciones, las termina tomando ya trastornado. Feijóo podría estar en el acto, aguantando la zarzuela de gigantes y cabezudos, aguantando la mirada y el tintineo de Ortiz, que es más como una bailarina hawaiana de Sánchez que como un comendador de zarzuela. Podría estar sin sonreír, sin aplaudir, escondiendo las manos para que nadie sepa si lleva un tomate teatral o político, o un proyecto de país o de partido. Podría estar ahí ensayando la cara de grave censura y contención institucional, o sea ensayando para estadista, porque después del cesarismo chorrafuerista de Sánchez alguien tendría que ir pensando en volver a la política de Estado, aunque le vayan saliendo arrugas y pucheros en el intento. Pero no, eso es algo que descartó después de las fatiguitas.

Feijóo también descartó montar el numerito, que quizá es más propio de Vox, esa gente que se ausenta de los plenos con mucho escándalo y galope, como si salieran del Congreso a caballo después de haber entrado a caballo (como se entra a caballo en una catedral, en un castillo o en una alcoba). La verdad es que no me imagino a Feijóo yendo al acto o a la zarzuela para después ponerse de pie e irse, o ponerse de pie y dar la espalda, o ponerse de pie y desplegar un pancartón que levante polvo como un tapiz con escena de Flandes. Menos delante del rey, que enseguida puede uno parecer republicano, al menos republicano de los de quemar un sello del rey o una peluca del rey. Se podría pensar algo más simbólico, un pin, un lacito negro, volver a ponerse gafas censoras, como de institutriz, y mirar a Ortiz por encima de ellas, entre mandarle tarea de latín y castigarlo sin postre o sin poni. O quizá Feijóo podría llevar un librito, la Constitución mismamente. Pero eso también puede resultar ridículo, como cuando Monedero se fue al gallinero del Congreso con un librito de Gramsci, ese alarde y esa venganza ridículos, como si un puritano se llevara la Biblia al museo de historia natural. 

Feijóo también podía decidir no estar, pero como decisión política, no como traspapelado de citas u olvido de bolsitos. Podría no estar y manifestar su rechazo a que aparezca por allí, cargado de collares, panoplias y “ojos de Argos” de la democracia, alguien que va para el banquillo acusado de usar su altísimo cargo, y la información confidencial que conocía por su altísimo cargo, para atacar a los rivales políticos de Sánchez. Algo que, al margen de los indicios y de la presunción de inocencia, no supondría ningún desvarío, más bien al contrario. Entre fontaneras con licencia para matar civilmente, para amenazar, extorsionar y sobornar, lo que resulta increíble es que pudiera haber remilgos a la hora de reenviar un simple email, que parece una travesura de colegial. La fontanería del sanchismo lo que nos enseña es que, si algo se puede usar, se usará. Y que cualquiera que, a estas alturas, siga trabajando para Sánchez, lo haría.

Feijóo tenía muchas opciones, algunas mejores y algunas peores, algunas más teatrales o teatreras y alguna más política. No eligió ninguna de ellas. Quiero decir que eligió la única opción no política, la de no aparecer porque tenía cita con Ayuso como con la peluquera. Ese no saber no estar, esa ausencia del líder de la oposición como si fuera la ausencia de un oficinista, no es que parezca dejadez o cobardía. Es que parece incapacidad de ser (ni con contrachapado ni sin contrachapado, ni con zarzuela ni sin zarzuela) un político.

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