Las viudas de Ábalos, viudas de vivo, viudas en flor, ya se van paseando por ahí por las entrevistas y los jardines, por el morbo y los túmulos. La verdad es que, aquí, del corrupto no interesa tanto la corrupción como sus coladas de calzoncillos y sus miserias de mala uva, mal vino y mal polvo. Uno se puede perder entre mordidas, testaferros, atajos entre administraciones y atajos del Peugeot, pero al final sólo queda dinero, o sea algo que produce más envidia que desprecio. Sin embargo, sacar a las viudas, muertas en vida, con luto de biografía, con velo de olvido y lágrima de mosca, eso sí que es el auto sacramental de la verdadera España, la venganza secular y negra ejecutada como una horca en la plaza. Carolina Perles, a quien entrevista Telecinco como tras celosías de morbo, confesaba en un adelanto que llegó a pedir perdón a sus hijos “por haber elegido a ese señor como papá”. Pero a mí lo que me preocupa no es que esta señora haya elegido tan mal a su pareja, sino que la haya elegido tan mal Sánchez.
A las viudas de Ábalos, póstumas o adelantadas, con soplo negro en el corazón y churumbel moral a cuestas, nos las están sacando ahora como culebrón de sobremesa y como almas en pena. Lo que ocurre es que son el culebrón y las almas en pena de lo privado, que oscurecen ese otro culebrón y esas otras almas en pena de lo público (las almas en pena de lo público son los ciudadanos). Yo creo que no se trata sólo de los medios, que sacan una viuda como una teta de mamachicho o incluso como una teta de novicia, sino que los partidos también aprovechan las debilidades del español, estas ganas de mirar tras la mirilla y la cortinilla. Lo primero que hacen los partidos es singularizar y acotar al corrupto, como si el corrupto pudiera hacer algo él solo, o con dos o tres colegas de borrachera o de furgoneta, y no hiciera falta toda nuestra estructura partitocrática para su negocio. Pero luego suele venir, además, ese traslado de lo público a lo privado, de la moral pública a la moral privada, ese juicio de lo público convertido en juicio de lo privado. Y es que, siendo sólo humanos, ni el personaje ni la cuestión son ya tan políticos.
Llega un momento en el que del corrupto empiezan a interesar, sobre todo, su moral de alcoba, su moral de cubateo, su moral de riñonera o su moral de huevera, hasta que uno casi se olvida de su moral de gobernante. El corrupto público se convierte en corrupto privado, que tiene un ámbito mucho más estrecho para moverse. Esto no sólo amplifica y simplifica las pestilencias, siempre íntimas y poco originales, sino que amplifica y simplifica los mecanismos de su maldad. El corrupto privado se basta y se sobra con su maldad intrínseca, no necesita grandes sistemas ni aparatos que lo cobijen. El corrupto privado es mala persona, es machista, es egoísta, es tóxico, y no tiene cómplices sino víctimas. No hay ni ego ni sitio para mucho más. Las esposas o viudas, las amantes o las putas, son ante todo víctimas. Y si una mujer se puede equivocar al elegir a su compañero, y puede salir pidiendo perdón ante sus hijos y ante el mundo, también puede hacer lo mismo Sánchez. Y es justo lo que ha hecho. Sánchez es otra viuda de Ábalos, ingenua o torpe, engañada por amor o sólo por la falta de cálculo. Sánchez podría salir en lo de Telecinco, con grandes collares de varias vueltas, la del dolor, la del arrepentimiento, la de la ignorancia, y de hecho ya sale así en Tele Pedro.
Sánchez sólo está haciendo de viuda, de viuda de Ábalos, de viuda de España o de viuda sí mismo, que ya parece un muerto incluso en el atril o sobre todo en el atril, como un traje de muerto en su galán de noche
Carolina Perles, viuda de vivo, viuda de político como una viuda de torero, que parece viuda siempre, incluso antes de serlo; Carolina Perles y las que puedan venir con mantilla, relicario o cartas de enamorada engañada, como aquellas novias de pueblo, no sé lo que contarán al final. No sé si contarán algo verdaderamente relevante para lo que concierne no a las viudas de Ábalos sino a las viudas de lo público, que somos ahora mismo todos. O sea que no sé si contará que, aparte de que le gustaban las putas y el cachopo, nos robó y le dejaron robar. No lo sé, pero sí sé lo que está esperando la gente, la lágrima de esposa como de café de puchero, la lágrima de alcoba como meados de alcoba, la lágrima del mal vino que sabe a cebolla, la lágrima de los cuernos, que yo creo que en realidad crecen como estalactitas, hacia abajo, hacia lagos de sal en la boca. Es lo que espera la gente y, además, es así como hemos visto a Sánchez hacer de viuda, hasta con mecedorita en TVE.
Sánchez sólo está haciendo de viuda, de viuda de Ábalos, de viuda de España o de viuda sí mismo, que ya parece un muerto incluso en el atril o sobre todo en el atril, como un traje de muerto en su galán de noche. Sánchez sólo está haciendo de viuda de Ábalos, que en realidad no tiene viudas, como quizá tampoco la tiene España, y si la tiene no es Sánchez sino el ciudadano. Sánchez sólo quiere que la corrupción dé viudas, él la primera, y por eso seguro que está encantado de que salgan las viudas de Ábalos, o de todos los demás, a que nos describan al misógino, al machista, al putero, al mal marido, al mal padre, al mal amante, al mal parido, que siempre es mejor que describir a la mano derecha e izquierda de Sánchez, que a lo mejor eran iguales o eran la misma mano. A mí no me importa que una señora se equivoque eligiendo pareja y futuro, lo que me importa es que se equivoque Sánchez, con menos tino que la enamorada de pueblo, que la señora sin vista, que la viuda sin muerto. O que no se equivoque y sea todavía peor, no ya una viuda con velo de olvido y lágrima de mosca sino una viuda con herencia y veneno.
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