Desde hace unos años a esta parte, Mohamed VI está promocionando y exponiendo a todo aquél que quiera escucharle (y también al que no quiera) lo que él denomina “propuesta de autonomía para el Sahara”. ¿Cómo puede alguien pensar –no ya pretender– proponer un estatuto de autonomía para un territorio que no le pertenece, que está fuera de los límites fronterizos de su país y sobre el que no ostenta ninguna soberanía?

Semejante despropósito solo cabe en la mente de un enajenado o de alguien henchido y cegado por el poder –como Trump– que, además de creerse por encima del bien y del mal, está convencido de que las leyes están hechas para el resto de los mortales pero no para él (llegando, incluso, a plantearse anexionar Canadá y Groenlandia). Una cosa es intentar invadir un territorio y tratar de someterlo por la fuerza como hizo Hasan II, que pagó muy caro su craso error de subestimar a los saharauis, y ¡murió sin conseguirlo!; y otra bien distinta es que el memo (descrito con indulgencia inmerecida) de su hijo, medio siglo después, se arrogue, sin más, ese mismo territorio (que ni él ni su padre han podido subyugar) y, encima, tenga la osadía de sugerir tal disparate.

Poniendo un símil tan macabro como ilustrativo, es como si un extraño, tras allanar un domicilio y asesinar a miembros de la familia que lo habita, propusiera, a los supervivientes a la matanza, la posibilidad de seguir disponiendo de su propio hogar, siempre que lo hagan bajo la tutela de él (en su calidad de asaltante y homicida). No obstante, si insólito e irracional es lo que le ronda a Mohamed VI por la cabeza, más peregrino y farisaico  todavía es, el proceder de aquellos (Sánchez, Macron, Trump) que lo secundan en sus delirios. 

Pero ¿Cómo, cuándo y dónde empezó todo?

El 16 de octubre de 1975, el Tribunal Internacional de Justicia (TIJ), órgano judicial principal de las Naciones Unidas cuyos fallos son vinculantes para los Estados, emitía el siguiente veredicto: “La conclusión del Tribunal es que los materiales y la información que le han sido presentados no establecen ningún lazo de soberanía territorial entre el territorio del Sahara Occidental y el reino de Marruecos o el conjunto mauritano. Así pues, el Tribunal no ha encontrado lazos jurídicos de tal naturaleza que modificaran la descolonización del Sahara Occidental y en particular el principio de autodeterminación a través de la libre y genuina expresión de la voluntad del pueblo del territorio”.

Aquel otoño, el revés jurídico indiscutible sufrido por Hasan II en su ansía de anexionar el Sahara, situaba a España en la difícil encrucijada de tener que elegir entre asumir su responsabilidad como potencia administradora de iure del territorio que es, y cumplir  con los compromisos internacionales inherentes a la misma y a la defensa de los derechos del pueblo del Sahara; o plegarse, resignada y humillantemente, a las exigencias de Hasan II y entregarle –servida en bandeja de plata– su provincia 53. Para empeorar las cosas, Franco, que era el único que podía pararle los pies al sátrapa alauí, se debatía entre la vida y la muerte. Hasan II era consciente de ello y sabía que, con Franco fuera de combate, tenía vía libre para avasallar al Gobierno de Arias Navarro y al Príncipe Juan Carlos de Borbón (Jefe de Estado en funciones) y revolverse contra el dictamen del TIJ. Ironías del destino. El prestigio, la dignidad y el honor de España dependían de un hombre moribundo que había gobernado el país con mano de hierro durante cuarenta años. España dejaría atrás la dictadura para estrenarse en una democracia azorada, descafeinada y frágil que sabía a rendición y a traición.

España dejaría atrás la dictadura para estrenarse en una democracia azorada, descafeinada y frágil que sabía a rendición y a traición

El pronunciamiento –desfavorable– de la Corte Internacional no fue una sorpresa para Hasan II. Astuto, sagaz y maquiavélico donde los haya, intuía que era más que probable;  pues, de inmediato, puso en práctica el plan de contingencia (urdido con meses de antelación) basado, esencialmente, en ejercer un alto grado de coerción política violenta y, a la sombra de esta, hacer uso expeditivo de la fuerza militar.
 Así, en un principio, encomendó al coronel Ahmed Dlimi la ejecución de acciones encubiertas en la capital, para sembrar el pánico y la confusión en la población y alterar el ritmo de vida sosegado y apacible que –hasta entonces– imperaba en las calles del Aaiún.

Seguidamente, concentró en la frontera a 350.000 de sus súbditos (en su inmensa mayoría campesinos pobres, indigentes, vagabundos y delincuentes) que previamente habían sido reclutados en una criba social (centrada en zonas rurales, áreas marginales y suburbios) que abarcó todo el reino; y trasladados en trenes hasta Marrakech, para continuar su viaje en una interminable caravana de 7813 camiones que, tras hacer un alto en Agadir, puso rumbo a la frontera. Este colosal despliegue (que se conocería en el Sahara como la “Marcha Negra”) se efectuó con la ayuda de EE.UU. y Arabia Saudí, siendo su principal ideólogo y promotor el conocido secretario de Estado americano (de ascendencia judía) Henry Kissinger.

Los acontecimientos se precipitan y el órdago lanzado por Hasan II copa los titulares de los rotativos y encabeza los informativos de las televisiones –de tubo– de todo el mundo. Son días difíciles en los que España, no solo se juega su provincia 53, sino también su reputación y su credibilidad como potencia europea. Su decisión puede convertirla en un destacado actor geopolítico a tener en cuenta, o condenarla perpetuamente a la irrelevancia sin pena ni gloria.

Carlos Arias Navarro, aturdido y sobrepasado por la situación, envía a Rabat, primeramente, a José Solís, ministro del Movimiento y amigo personal de Hasan II, y, tres semanas más tarde, a Antonio Carro, ministro de la Presidencia; para suplicar, literalmente, al monarca alauí, detener el progreso (o al menos simular el retroceso) de la Marcha Negra, precisando que su Gobierno desea, únicamente, guardar las apariencias; pero Hasan II no da su brazo a torcer.

La marabunta de desarrapados, en medio de un siroco implacable y ráfagas de polvo igual de inclementes, estaba traspasando la frontera por poniente; y, simultáneamente, por levante, el ejército de Hasan II se internaba en territorio saharaui para ocupar las localidades de Echedeiria, Hauza  y Farsía que España había abandonado.  El incipiente Ejército de Liberación Popular Saharaui (ELPS), con los escasos medios de que disponía, se enfrenta a las columnas de las FAR en durísimos combates que, si bien no logran impedir la ocupación de los enclaves, dificultan el avance del enemigo, causando numerosas bajas en sus filas y consiguiendo hacerse con vehículos y material bélico que engrosarían su modesto arsenal. La guerra, a la que tanto temía el Gobierno de Arias Navarro, hasta el punto de preferir la huida deshonrosa (en contra de la voluntad de sus propios soldados) y la omisión del deber dejando solos a los saharauis; había comenzado, con la bandera de España ondeando, aún, en la capital del Sahara Español.

Solo cuando España, sumisa, se aviene a rubricar el acuerdo de Madrid (del 14 de noviembre de 1975) accediendo al reparto del Sahara entre Marruecos y Mauritania y, por consiguiente, dar luz verde a los ejércitos de estos dos países para ocupar el territorio a sangre y fuego (por el norte y el sur respectivamente); Hasan II ordena el repliegue de la Marcha Negra.

La contienda, iniciada en el cuadrante nordeste del Sahara (Echdeiria-Hauza-Farsia), y que ahora enfrenta abiertamente al Frente Polisario con los ejércitos de Hasan II y Moktar uld Daddah; se extiende como una hoguera incontenible por todo el desierto, abarcando, además del Sáhara y el sur de Marruecos, casi la totalidad de la geografía mauritana (llegando hasta la capital Nuakchot). En su tercer verano –el 10 de julio de 1978– se cobra la cabeza de uld Daddah, derrocado por los militares disconformes con una guerra injusta que ha devastado la endeble economía del país y diezmado su –ineficiente y mal equipado– ejército; conllevando (a las cuatro semanas del golpe militar) a la capitulación de la república mauritana el 5 de agosto del mismo año.
La retirada de Mauritania (de la porción sur del territorio que le había “tocado” en el reparto) le creaba un serio problema a Hasan II. Siempre había soñado con expandir sus fronteras hasta el río Senegal, pero se ha dado cuenta que, con el Sahara de por medio, eso siempre será una vana ilusión.


O sea, las FAR, que a duras penas podían mantener sus posiciones en el frente norte, debían desglosar gran parte de sus efectivos para cubrir el frente sur (abandonado por el ejército mauritano) lo cual implica una merma considerable de su potencia de fuego en ambos frentes.

A partir de este momento, las unidades del ELPS, curtidas en la guerra del desierto (entorno inhóspito e insufrible para cualquier foráneo) concentrarán todos sus esfuerzos en repeler al invasor marroquí. Ataques sorpresa letales y emboscadas mortíferas se suceden a lo largo y ancho de todo el territorio saharaui; y el Ejército de Liberación no solo se adentra en el Valle del Draa, sino que alcanzan las laderas australes del Anti-Atlas, atacando emplazamientos (Assa, Agha y Tata) que distan a menos de 200 Km de Agadir (la ciudad –turística– más importante del Marruecos meridional).

En los años siguientes, el ejército marroquí sería incapaz de inclinar a su favor el balance de los partes de guerra y su despliegue en el territorio, se ha tornado en misión imposible. Las bajas en las filas de las FAR van en aumento día tras día, y los prisioneros en poder del Frente POLISARIO ya se cuentan por miles.

Las noticias que llegan del frente a Palacio son comparables a gritos de SOS, informando, constantemente,  de unidades de las FAR aniquiladas y de aviones y helicópteros de combate derribados.

El Sahara no es El Dorado que Hasan II prometió a sus tropas. Es una tierra infernal cuya simple mención evoca, en el soldado marroquí, la muerte, la sangre, el polvo ocre y la sed.

Hallándose en esta situación, el ejército marroquí se vio obligado a renunciar a la libertad de acción (lo cual significa, de facto, en el lenguaje de la guerra, dar ésta por perdida) y opta por una estrategia meramente defensiva, parapetándose detrás de una serie de muros defensivos que, además de suponer un enorme coste (militar y humano) y asfixiar la resentida economía del Reino; no aliviarán la grave situación de declive en que se hallan las FAR y tampoco impedirán que el ELPS siga dominando en el campo de batalla.

En la esfera exterior, los saharauis tampoco se quedan atrás, y los éxitos cosechados en la arena diplomática están a la altura del triunfo logrado en el frente. La República Árabe Saharaui Democrática (RASD) proclamada el 27 de febrero de 1976 (al día siguiente de la salida de España) llegará a ser reconocida –en los cinco continentes– por 84 países. Y aquí, hemos de recordar (algo que muchos –por conveniencia o ignorancia– suelen obviar): El artículo 6 de la Convención sobre Derechos y Deberes de los Estados (adoptada en Montevideo el 26 de diciembre de 1933 por la Séptima Conferencia Internacional Americana) indica que “el reconocimiento de un Estado meramente significa que el Estado que lo reconoce acepta la personalidad del otro con todos los derechos y deberes determinados en el Derecho Internacional. El reconocimiento es incondicional e irrevocable”.

Es decir, este artículo nos señala que si un Estado reconoce a otro como Estado soberano, dicho reconocimiento solo será revocado si uno de los dos Estados (el que reconoce, o el reconocido) deja de existir. Lo que sí se puede revocar es el reconocimiento de un gobierno, lo cual no afecta, para nada, el reconocimiento –pretérito– de un Estado como persona jurídica ya constituida.
El 22 de febrero de 1982, tras ser reconocida por 26 países de África, la RASD es admitida como miembro de pleno derecho en la Organización para la Unidad Africana (OUA) y su enseña nacional ocupa su lugar junto al resto de banderas de los Estados soberanos del continente.

Impotente ante esta realidad, en noviembre de 1984 (a los dos años y nueve meses de la admisión de la RASD) Marruecos abandona la OUA. 

Aislado internacionalmente y empantanado en una guerra cuyo coste inasumible ha impactado directamente en la situación interna de la nación, erosionándola –año tras año– hasta dejarla al borde de la implosión; Hasan II, ve con claridad que la anexión del Sahara por la fuerza de las armas, ya no es una opción. Temeroso de acabar como Moktar uld Daddah, recurre  a la única vía de escape que le queda: Pactar, cuanto antes (siempre que no sea a costa de su inmenso ego) un alto el fuego con los saharauis. Él sobrevivió –en 1971 y 1972– a dos sangrientos golpes de Estado consecutivos y no le conviene tentar a la suerte arriesgándose a un tercero.

De este modo, el monarca magrebí apela a la ONU en busca de ayuda. La misma Organización cuyas resoluciones se negó a acatar en 1975. Pero claro, eran otros tiempos. Otros tiempos en los que Hasan II creía que el Sahara era un corderito manso que, fácilmente, podría llegar a comer de su mano; y el secretario general en aquel entonces era Kurt Waldheim, un hombre de principios que creía firmemente en el carácter innegociable de la Carta de las Naciones Unidas. Hoy, por el contrario, el secretario general de la ONU es Javier Pérez de Cuéllar, una persona “maleable” y un señor que “entiende de negocios”; y el Sahara, lejos de lo que pensaba Hasan II, es un león feroz que no tolera la provocación, y mucho menos la intrusión.

La ONU accede a la petición de Hasan II y el Consejo de Seguridad aprueba por unanimidad (el 27 de junio de 1990) un “Plan de Arreglo”, encaminado a alcanzar dos objetivos principales:

1-Lograr un alto el fuego entre las dos partes en guerra (el Reino de Marruecos y el Frente Polisario).

2-Llevar a cabo un referéndum mediante el cual el pueblo del Sahara Occidental pueda ejercer su derecho a la libre determinación especificando, expresamente, que ¡la lista de votantes del referéndum previsto, debía consistir única y exclusivamente en la actualización del censo de población elaborado por las autoridades españolas en 1974!Para cumplir los dos objetivos marcados en el “Plan de Arreglo” (supervisar el alto el fuego y llevar a buen término el referéndum) se establece –por la Resolución 690 del Consejo de Seguridad– el 29 de abril de 1991, la MINURSO (Misión de las Naciones Unidas para el referéndum en el Sahara Occidental).

El 6 de septiembre de 1991 –después de 16 años de guerra encarnizada– entra en vigor el alto el fuego.  La MINURSO, disponía, como máximo, de 26 semanas para cumplir con su cometido (referéndum, retorno de refugiados) en el Sahara, y dar por concluida su labor en el territorio en abril del año siguiente.

Antes de finalizar el otoño de 1991, la MINURSO logró completar (en plazo) la revisión y actualización del censo español de 1974 (detectando 1,498 fallecidos y 484 casos de duplicación de nombres). Por lo tanto, la lista revisada del censo incluyó 72,361 nombres que –acorde a lo estipulado en el “Plan de Arreglo”– conformarían el cuerpo electoral en el referéndum (o lo que es lo mismo, la lista definitiva de las personas con derecho a voto en la consulta).

El siguiente paso sería –¡por fin!– la concurrencia a las urnas y, a más tardar, en un par de semanas, la bandera de la RASD se izaría en el Aaiún y el largo exilio en la hamada argelina sería historia.

Sin embargo, Hasan II, igual que maniobró en 1975 (coaccionando a España con la Marcha Negra) para sortear el dictamen del TIJ, en esta ocasión también fraguó un plan B para frustrar este justo y feliz desenlace; y es que, antes de acudir a la ONU para que propiciara un alto el fuego en la guerra que daba por perdida, se había asegurado la “colaboración” de Javier Pérez de Cuéllar.

Dicho y hecho: De Cuéllar, cuyo mandato al frente de la ONU expiraba el 31 de diciembre de 1991, no tuvo ningún reparo en sellar su década de trayectoria en Naciones Unidas con la infamia de ponerse al servicio de Marruecos y abortar la independencia del Sahara Occidental. Dos semanas antes de dejar el cargo, cuando en los campamentos de refugiados las familias estaban empacando y guardándolo todo en los famosos “baúles del retorno”; alteró radicalmente el protocolo esencial que garantizaba la transparencia y la legalidad del referéndum. Esto es, a última hora y en contra de lo acordado por las partes en guerra (y ratificado por el Consejo de Seguridad), propuso que la lista de votantes no debía limitarse únicamente a las personas inscritas en el censo español de 1974; sino que, atendiendo a unos criterios espurios, opacos y confusos, debía ampliarse para incluir votantes que no figuraban en el mencionado censo, lo cual permitía colar –fraudulentamente– en el cuerpo electoral a cientos de miles de colonos marroquíes.

El Sr Johannes Manz, al ver que el mismísimo secretario general que lo había designado a él al frente de la MINURSO; ahora, se encargó de boicotearla impúdicamente, supo leer entre líneas y presentó su dimisión. No quería forma parte de esta trama mezquina que se valía de los mecanismos y recursos de la ONU para condenar a un pueblo y eternizar su tragedia.

La MINURSO, vaciada de contenido y saboteado su cometido, devino en una misión fantasma cuya única finalidad era mantener el statu quo

En cuanto  a la Delegación saharaui encargada de negociar el “Plan de Arreglo”, su desempeño no puede ser más decepcionante. En vez de oponerse tajantemente a la pretensión de Pérez de Cuéllar, la aceptaron sin rechistar. Estaban en su derecho de rechazarla ya que no se ajustaba a lo pactado, pero no lo hicieron.

Es incomprensible que no se hayan percatado de que estaban siendo objeto del “timo del siglo”. ¿Acaso no lo dejaba claro la dimisión del Sr. Manz? Se habían desprendido de la única garantía que daba sentido a la MINURSO y justificaba la participación del Frente Polisario en el “Plan de Arreglo”. 

Y lo más grave, la falta de firmeza y la pésima destreza para negociar demostrada por la Delegación saharaui al ceder en algo tan vital y trascendente, dejaba en desventaja a los saharauis en cualquier negociación que tuviera lugar en el futuro. Consciente o inconscientemente, le dieron alas (como en las viñetas de publicidad de Red Bull) al régimen alauí para aspirar a más y más cesiones. Tanto, que se ha atrevido a insinuar la barbaridad que abordamos en el presente artículo.

Por lo demás, Pérez de Cuéllar, en compensación por “sus servicios”, fue nombrado (en febrero de 1993) vicepresidente de la sociedad francesa Optorg, vinculada al principal “holding” marroquí ONA (Omniuni Nord Africain).

Y la MINURSO, vaciada de contenido y saboteado su cometido, devino en una misión fantasma cuya única finalidad era mantener el statu quo y simular la supervisión del alto fuego declarado ad hoc para Hasan II, amén de engullir un presupuesto anual millonario y complacer a Marruecos en lo que haga falta.

Pero, 29 años de statu quo no fueron suficientes para desgastar al pueblo saharaui (como esperaba el régimen majzení) y el 13 de noviembre de 2020, ya en la era de Mohamed VI (su padre murió en 1999); los saharauis, evidenciando que su capacidad de resistencia sigue intacta, y su firme voluntad de liberar el Sahara está más viva que nunca, reanudan la lucha armada que nunca debieron pausar.

Cabe señalar que el 26 de mayo del 2001, se crea la Unión Africana (UA), remplazando a la OUA. La presencia de la RASD en la UA se consolida, ya que es uno de los miembros fundadores de la misma.

En julio de 2016, Marruecos solicita el ingreso en la UA y es admitido el 30 de enero de 2017.

En el Boletín Oficial del Reino de Marruecos (Nº 6539) con fecha 31 de enero de 2017, haciendo oficial su ingreso en la UA, se puede leer: “Conforme al Decreto Real Nº 1.17.02, se publica el Acta Fundacional de la Unión Africana”. El acta, incluye la relación nominal de los países miembros (fundadores) que la han ratificado (precediendo a cada país las palabras PRESIDENTE DE). En el número 39 de esta relación (que, repito, se publicó en el Boletín Oficial del Reino) aparece PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA ÁRABE SAHARAUI DEMOCRÁTICA.

En otras palabras, con el Decreto Real Nº 1.17.02, publicado en el Boletín Oficial del Reino, Marruecos reconoce, explícitamente, la República Árabe Saharaui Democrática.
Como hemos citado arriba, Marruecos abandonó la organización panafricana en 1984. 32 años después, a su pesar (por lo visto “pasó mucho frio fuera de casa”) tuvo que volver al redil, solo que esta vez, para reingresar, se vio obligado a reconocer expresamente al país (RASD) que motivó su exclusión de marras.

Hemos hecho esta disertación –tal vez extensa– para que se sepa de qué estamos hablando, ya que la desinformación (uno de los principales retos que enfrenta el asunto del Sahara) constituye el terreno abonado perfecto que le sirve a Mohamed VI y a su aparato de propaganda para sembrar narrativas y mensajes falsos, aliñados con términos falaces (“integridad territorial”, “autonomía”) cuando él, como persona, ni es íntegro ni es autónomo. Es, simple y llanamente, un autómata (adornado con el título de monarca supremo) que se mueve al son de los acordes de la música del –Majzen– círculo oligárquico corrupto que lo sustenta.

Un ejemplo que nos da una idea de lo desinformada que está la gente, es cuando uno oye aquello de “Marruecos no acepta la autodeterminación”. Oiga, Marruecos no es el TIJ, ni es la ONU, ni es el Consejo de Seguridad, y tampoco es la UA, ni la UE. Solo es un régimen policial que ha institucionalizado el soborno  y el fraude en todos los engranajes  de la nación. Una narcomonarquía corrupta que presume de lo que no es y alardea de lo que no tiene.

También se suele escuchar “Marruecos tiene apoyos”.  Un delincuente puede tener tantos apoyos como le permita su talonario o su poder de extorsión, no por eso dejará de ser un forajido. Con Marruecos pasa exactamente lo mismo.

Agotados todos los medios (la guerra, el statu quo como medio de desgaste, compra de voluntades, chantaje…) sin un atisbo de esperanza de conquistar el Sahara; Mohamed VI, como última alternativa, recurre al humo del ninja para continuar su huida hacia delante. En eso se sustancia este dislate de la “autonomía”. En puro humo, que, a la vez, es lo único que tiene de ninja Mohamed VI.

Una quimera absoluta que ni siquiera merece ser sometida a debate, porque es tan surrealista que se desmonta por sí sola. No obstante, en vista, precisamente, del grado de desinformación que se cierne sobre el tema del Sahara, no está de más refutarla: 

1.- El derecho a la autodeterminación es la piedra angular sobre la que se cimienta la organización de las Naciones Unidas, ya que la mayoría de los Estados miembros de la misma, lo son gracias a la aplicación de este principio.

Es un principio fundamental del Derecho internacional público que, además de ser inalienable y generar obligaciones erga omnes (respecto de todos) para los Estados; tiene rango de norma ius cogens, o sea, es un precepto de derecho imperativo que no admite ni la exclusión ni la modificación de su contenido, con lo cual cualquier acto que sea contrario al mismo será declarado nulo de pleno derecho.

Solo este párrafo basta para echar por tierra todo el relato con el que Mohamed VI y sus acólitos tratan de confundir a la opinión pública. 

2.- El territorio que Mohamed VI trata de agenciarse, es un Estado (RASD) de pleno derecho y miembro fundador de la Unión Africana (UA); y ambos Estados (RASD y Marruecos) asisten, por igual, a las cumbres panafricanas y a las reuniones de alto nivel internacionales de la UA (como la reciente  cumbre TICAD en su edición 9, celebrada en Yokohama –Japón–). Además, como hemos citado, para poder ingresar en la UA, Marruecos hizo explícito su reconocimiento a la RASD mediante el Decreto Real Nº 1.17.02 publicadoen el Boletín Oficial del Reino (Nº 6539) con fecha 31 de enero de 2017. Inexplicablemente, este dato tan relevante, se tiende a soslayar a nivel mediático.

3.- Si el Sahara es “tan marroquí” como dice Mohamed VI ¿Por qué su padre, en 1975, se conformó con la mitad norte  del territorio y renunció a la otra mitad en favor de Mauritania? ¿A qué mapa debemos atenernos? ¿Al de antes de la salida de España del Sahara, al del acuerdo tripartido de Madrid o al que Marruecos trata de imponer ahora?

En la geografía política no existen las fronteras flotantes, existen las fronteras reconocidas internacionalmente. Y las de Marruecos terminan en el paralelo 27° 40´ N (Sebjat Tah).

4.- El control de los espacios aéreo y marítimo del Sahara Occidental –por mandato de la ONU– están bajo la responsabilidad de España (potencia administradora del territorio) y lo seguirán estando en tanto no se efectúe la correcta descolonización del territorio. 

5.- El Majzen pregona a los cuatro vientos que está plenamente asentado en el Sahara y prodiga las playas de Dajla a los youtubers europeos. La cruda realidad es otra: Para empezar, todo el Sahara ocupado es zona militar, vetada, marcialmente, a cualquier extranjero que no comulgue con el discurso oficial marroquí. La presencia, relativamente estable, de Marruecos se limita al litoral (30% del territorio). El 50% es una zona de guerra en la que más de cien mil soldados malviven atrincherados en agujeros cavados en medio del desierto, bajo la presión constante de los bombardeos del ELPS. Mal alimentados y ataviados con harapos (cual ejército de zombis escuálidos cubiertos de polvo) los soldados acantonados en el muro defensivo, viven en permanente tensión preguntándose en todo momento ¿Qué segmento del muro será atacado esta vez? Y el 20% restante, son territorios liberados que ningún soldado marroquí puede pisar, y en los que el Ejército saharaui se mueve y opera con total libertad.

6•El Tribunal de Justicia de la Unión Europea (TJUE) en su histórica sentencia (del 4 de octubre de 2024) que declara nulos los acuerdos comerciales UE-Marruecos en materia de pesca y productos agrícolas, es meridianamente claro: “El Sahara Occidental es un territorio separado y distinto de Marruecos”.
Aun así, Marruecos confía en que Sánchez y Macron (sus dos “grandes amigos” que tienen en común, además del fracaso político y su propensión a la incoherencia; el haber sido espiados por él a través del software malicioso Pegasus) no escatimarán esfuerzos en tratar de “arañar” lo que se pueda de los recursos naturales del Sahara, a pesar de la sentencia del TJUE. 

En definitiva, con este absurdo de la “autonomía” marroquí, estamos asistiendo a la viva representación del cuento de Andersen, aquel en el que el rey desfila desnudo, mientras el público (en este caso su público –Sánchez, Macron, Trump–) alaba el fastuoso traje que vestía. Nadie se atrevía a decir lo contrario porque se había corrido la voz de que los tontos y los ineptos son incapaces de ver el traje del rey, hasta que un niño dijo “¡Pero si va desnudo!”, entonces se rompió el hechizo y la multitud gritó que el rey iba desnudo. Este, que los oyó perfectamente, no se dio por aludido y, al igual que Mohamed VI, siguió desfilando. Era el rey y, por la razón –coyuntural– que sea (extorsión, interés) tanto Sánchez, como Macron y Trump, deben seguir elogiando el ostentoso traje que luce aunque no exista.


Abderrahman Buhaia es intérprete y educador saharaui