Ahora sí que va a enterarse Israel, cuando nos vayamos de Eurovisión con nuestras tetas revolucionarias que al final son sólo tetas de monja, con nuestras divas arriñonadas de anillos y folclore como segadoras, y nuestra matraca musical ideológica, que ya era coñazo con el folk de parroquia de Franco y sigue siendo coñazo con el folk de parroquia de Sánchez. Dijo Sánchez que España no puede hacer nada en la guerra de Gaza porque no tiene bomba atómica, pero sí tenemos Eurovisión, que es nuestra única arma de destrucción masiva, capaz, si no de matar, sí al menos de desmoralizar, como decía Gila. A Eurovisión mandábamos y aún mandamos modernitas que sólo son violeteras, gitanillas abarquilladas, gigolós del Palace y coros de catequistas, y yo creo que sólo para eso, para desmoralizar o desengañar a Europa. Pero esto sólo funciona si vamos. O sea que uno no entiende la amenaza de irnos, que nadie nos va a echar de menos en aquella discoteca eslava, apenas perturbada por la bella cantante herodiana que sigue mandando Israel para seducirnos o para recordarnos nuestros orígenes. Pero esto, claro, no lo hace Sánchez para el mundo, sino para casa.

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RTVE, que está ahora a las órdenes de la Moncloa de fresa y nata como antes estaba a las órdenes de El Pardo de chocolate y soconusco (Umbral); RTVE, decía, o sea Tele Pedro, se va a plantear abandonar Eurovisión por seguir en esa guerra sin bombas que tiene Sánchez contra Israel o más bien contra su propia putrefacción, pero que vuelve a ser como nuestras guerras de folclóricas. Con Israel, Sánchez ha recuperado la guerra de folclóricas, tan franquista (Sánchez va a superar el trumpismo socialista hasta llegar al franquismo socialista). Sí, esa guerra de esencias y representatividades, de abalorios y preponderancias, con desplante y batacolaje, con insinuaciones y reojos egipciacos, a través de coplillas y claque, a través de orquestas y pianos militarizados, siempre con señor de gafa gorda como un general con gafa de aviador. Tampoco las guerras de folclóricas de Franco salían de España, ni siquiera cuando se iban a hacer giras por las Américas o a hacer apostolado en Eurovisión. Era algo nuestro, y de hecho yo creo que Israel ni se va a enterar, como el mundo tampoco se enteró mucho de nuestros purismos y odios folclóricos.

            Ya que no tenemos bomba atómica, podemos mandarles a todas nuestras folclóricas, o más bien quitárselas, quitárselas a Eurovisión o quitárselas a Israel para tenerlas dando el mitin folclórico en RTVE, que es donde importa que estén

Todas nuestras folclóricas con peluca y charol, con tetamen simbólico y navajeo simbólico, se van a enfrentar a Israel pero no en Gaza ni en Eurovisión, sino en nuestra televisión, que vuelve a ser como de José María Íñigo. De alguna manera, mandarlas a Eurovisión era tenerlas menos por aquí, sufrirlas menos por aquí. Ahora no sólo tendremos que aguantar el divismo ocasional de una sola canción ideológica, sino aguantar el divismo aún más insoportable de todo su repertorio de baúl ideológico. Y no sólo tendremos que aguantar el divismo de ir a los sitios, sino el divismo aún más insoportable de por qué no vamos a los sitios. Eurovisión durará lo que queda de legislatura, nuestras divas durarán lo que una ministra de Hacienda, y eso quizá lo pueda soportar Israel pero nosotros seguramente no. O sea que nos rendiremos nosotros antes que el sionismo, que es lo que busca Sánchez.

 La guerra de folclórica de Sánchez contra Israel ya empezó en la Vuelta, con el maragaterismo de nuestros ciclistas, siempre entre pobres y vistosos, y el maragaterismo de nuestra izquierda, un poco igual. Luego siguió con Javier Bardem en los Emmy, con su pañuelo / mantón de Manila, porque Javier Bardem es como nuestra folclórica con embajada, con su catetismo de cóctel (el cateto no es el que viene del pueblo, sino el que no puede evitar llevar su pueblo allí donde va, como si cargara con un botijo, sobre todo si el botijo es ideológico, mucho peor). La guerra folclórica, ahora, puede que culmine en lo de Eurovisión, no estar en Eurovisión para estar todo el tiempo con lo de Eurovisión, y estar todo el tiempo en guerra aquí sin estar en guerra allí, que no tenemos ni bombas ni dinero ni influencia más que para hacer guerras de cucañas o de becerradas. Pero todas las guerras de Sánchez, en realidad, le caben en el colchón. Así que, ni siquiera ahora, cuando nos habla de Israel, podemos dejar de pensar que sólo se ha llevado al colchón nuestro eterno folclorismo ideológico, si acaso pasado un poco por lo punki, como si se hubiera llevado a Martirio.

RTVE, que es Tele Pedro (el presidente debería aparecer en las cortinillas de continuidad o en las cabeceras de los programas, como un león de la Metro desnutrido y al cero); RTVE, decía, reunirá a su consejo y es probable que decida elevar o reducir la guerra con Israel a esta guerra de folclóricas o teleñecos, hecha un poco como un programa de José Luis Moreno, para distraer y aburrir a la vez. No tenemos bomba atómica, y menos mal, porque Sánchez ya ha demostrado que no tiene remilgos en usar cualquier cosa que tenga a mano, desde las instituciones y altos cargos del Estado a las fontaneras de los bajos fondos o fondillos. No tenemos bomba atómica, pero tenemos bombas de laca, purpurina u odio y, sobre todo, tenemos periodistas vestidos de chisperos, antisistemas vestidos de lagarterana, barateros vestidos de mariachi, mandados vestidos de algarrobo y tontos vestidos de profeta. Nada de esto nos sirvió nunca para vengarnos de Europa ni del mundo, sólo para vengarnos de otros compatriotas. A Israel no sé, pero a los españoles sí nos va a freír Sánchez con esta guerra de sus colchones y de nuestras ferias.

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