Emitió LaSexta este fin de semana un par de reportajes muy interesantes. El primero estaba dedicado a un edificio en cuyo sótano se alquilan camas calientes. Una mujer china lo compró y lo reformó para sacarle la máxima rentabilidad, de modo que instaló literas en cada habitación y llenó aquello de personas que no podían permitirse una casa... y ni siquiera un cuarto para ellas solas. Entre ellas, se mostraba el testimonio de una camarera española que, con su sueldo de 800 euros mensuales, no tuvo otra opción que ir a parar a esa especie de perrera. Guardaba su ropa debajo de la cama, aunque eso no garantizaba que los desconocidos de su alrededor no la robaran.
Al término de ese capítulo -de Equipo de investigación- se ofreció otro en el que estudiantes de Santiago de Compostela hacían cola a la puerta de una inmobiliaria, desde las 2.30 de la mañana, para intentar conseguir un piso de alquiler; cuestión compleja, dado que la demanda es mucho más grande que la oferta; y la oferta es prohibitiva y, en algunos casos, ruinosa. Esto sucede en una ciudad que los alumnos abandonan tras graduarse, quizás rumbo a Madrid, donde los intermediarios también convocan procesos de selección en los que se impone la nómina más alta, la estancia más corta o la persona con menos hijos.
Hay un trabajo en la actualidad que requiere tener poco corazón y menos escrúpulos. Consiste en responder, a la gente que está desesperada, que no ha pasado un test de solvencia para alquilar una habitación. Puedo imaginar a esos empleados, bajando la persiana de metal a las 20.30, disfrutando por el deber cumplido y por la angustia generada entre quienes necesitan un techo.
El mundo está mejor que nunca... y es verdad
Leí este verano dos textos interesantes. Uno es el nuevo libro de Fernando Díaz Villanueva -Contra el pesimismo-, uno de los pocos intelectuales que se atreve a jugarse el pellejo en este país de escribidores glotones y artistas pluri-dependientes. La tesis del ensayo es que el mundo se encuentra en el mejor momento de su historia y está refrendada con infinidad de datos. No hace ni un siglo de la comercialización de la penicilina y, antes de este suceso, la gente moría en gran número de escarlatina o sífilis. La tecnología, además, ha contribuido a reducir el hambre, el frío y la incertidumbre. No nos va tan mal. Sin embargo, hay algunos problemas acuciantes que están lejos de resolverse. Engels ya escribió sobre la vivienda -desde una equivocada perspectiva anticapitalista- y señaló las dificultades para atenuarlo en el mercado de la oferta y la demanda, en el que factores como el miedo y la ambición lo distorsionan todo.
Hay columnistas que se han sentido amenazados en los últimos días por los lamentos de los jóvenes españoles, que culpan a los boomer de la situación que atraviesan, que ni mucho menos es mejor que la de sus predecesores -es lamentable escribir para gustar al perfil de lector que esperas que te lea-, como se demuestra en que un joven español necesita 4 años de salario íntegro para pagar la entrada de una vivienda y 14 para abonarla entera, según el Observatorio de Emancipación del Consejo de la Juventud de España (CJE). Eso no es culpa de sus padres ni de sus abuelos, pero, qué demonios, es real e imposibilita a miles y miles situarse en la casilla de salida de la vida adulta.
Un joven español necesita 4 años de salario íntegro para pagar la entrada de una vivienda y 14 para abonarla entera
La tasa de desempleo juvenil era en 1980 del 28% aproximadamente. Durante esos años, encontrar trabajo se convirtió en una misión imposible y España ha arrastrado ese mal hasta la actualidad, cuando es del 24,5% (Eurostat). El salario medio nominal era en España de 17.319 euros en el año 2000, frente a los 31.698 de 2024. En este tiempo, la inflación acumulada es superior al 80%. Según Idealista.com, el precio del metro cuadrado de venta de apartamentos usados se ha disparado el 350% en Madrid (2000-2024).
El mercado de la vivienda está desatado, entre medidas populistas que han encarecido los alquileres en zonas tensionadas y una regulación que es casi tan absurda como la política impositiva para con este mercado, a las cuales se intenta poner parches con ayudas económicas que no solucionan nada.
Hay zonas que cada vez están más tensionadas y no sólo se debe a los apartamentos turísticos, como intenta transmitir la izquierda más desnortada. En el año 2000, vivían 1,4 millones de personas nacidas en el extranjero en España. En abril de 2025, eran casi 9,4, según el INE. Nadie tiene la culpa de querer prosperar en el lugar en el que le permiten residir y, desde luego, es un error cualquier intento de culpar a las personas de los males derivados de una política nefasta. Pero es evidente que existe una relación entre el incremento de los habitantes de España (de 40 a 49 millones en 25 años), de la oferta y de los precios de alquiler en núcleos urbanos.
Un país más viejo
España es hoy más vieja y cualquiera que tenga cierta capacidad de análisis podrá apreciar que la senectud, por lo general, encarece los servicios públicos, como el sanitario, y complica su gestión. Los partidos suelen tirarse los trastos a la cabeza en este punto, pero no tengo muy claro que exista una solución idónea para este problema. En 1980, la edad media era de 33,68 años, mientras que en 2025 es de 43,6 años.
Hace 45 años, había 1.024.850 pensionistas en el régimen general, 440.696 en el de invalidez, 557.393 en el de viudedad y 78.601 en el de orfandad. Hoy, la Seguridad Social abona 10,3 millones de pensiones, con una media por receptor de 1.506 euros. No estoy de acuerdo con el discurso que ahonda en el conflicto intergeneracional en este sentido, dado que quien ha trabajado durante varias décadas intenta defender lo suyo porque considera que le pertenece y lo merece. Faltaría más.
Ahora bien, ¿de veras es tan complejo entender la preocupación de los jóvenes con respecto a los esfuerzos que están obligados de hacer para mantener este sistema, en un momento histórico en el que sus escasos salarios no son suficientes para emanciparse o para formar una familia?
El llanto siempre es menos útil que la acción, pero todas las generaciones han reclamado lo suyo a gritos o con sordina impuesta. Se hizo en el 68 -de forma torpe- y se hizo en el 15-M. En este último caso, por parte de millenials cuya situación, en muchos casos, no es mucho mejor que la de los menores de 30. Planteaba Jesús Fernández Villaverde una serie de postulados hace unas semanas y concluía con una frase que hace pensar que él sí que ha entendido el problema. Incidía en que, ante el negro horizonte que atisba la juventud española, lo extraño es que no se hayan marchado corriendo de aquí o hayan comenzado a incendiar las calles.
Comparto la tesis de Fernando Díaz Villanueva en su extraordinario libro: el mundo está mejor que nunca en muchos sentidos. Lo que sucede es que aquí, en España, se avecinan nubarrones como consecuencia de políticas erróneas, cortoplacistas, ideológicas y sectarias, amén de calculadoras. Hay quien todavía, con la capacidad de razonar al ralentí, considera que los jóvenes se quejan de vicio porque, pese a todo, pueden veranear en Tailandia o disponer de un iPhone. Parece ser que, en el decadente columnismo patrio, hace falta expresar las quejas con la caña de pescar hundida en la alcantarilla -con la esperanza quizás de atrapar una bota- para que tengan crédito. Los jóvenes tienen toda la razón.
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