Uno quería escribir que Inés Arrimadas ha vuelto, aunque volviera así, entre cristalería de diario, flores y aseguradoras, como una señorita de El Corte Inglés. Pero no, yo creo que se ha ido para siempre. Inés Arrimadas participaba en un coloquio en el hotel Meliá Madrid Princesa, que está ahora entre escondido y bombardeado de obras, con la gente como huyendo con salvoconducto (parece que el mundo entero está en guerra, hasta los turistas y los botones), y uno iba a verla precisamente como se va a ver a un amor de la guerra, de otra guerra. Quería uno saber si se había perdido la guerra, o el amor, o si se había perdido ella por su Jerez de gitanilla de Jerez (así la veían los indepes), o por algún río mientras se lavaba los pies de gitanilla, o por la empresa, eso que llaman el mundo de la empresa, que suena a planeta hostil iluminado por fotocopiadoras, y en el que por lo visto terminan todos (Albert Rivera también, y desde entonces parece que habla con escafandra, la que llevan todos en ese planeta). Y yo creo que sí, que Inés Arrimadas está ya perdida o robada, como Lolita.
El coloquio, con comida o merendola (el mundo empresarial parece que digiere las ideas como un cruasán), pertenecía a un ciclo llamado Diálogos para el desarrollo y tenía el título, tema o invocación de los “nuevos retos empresariales en España y en Europa”. La verdad es que el mundo empresarial o su planetoide llevan toda la vida dándole vueltas a lo mismo, que no es otra cosa que el dinero, y por eso todo suena tan gastado como una peseta. Quiero decir que el desarrollo o desarrollismo lleva desarrollándose no desde Franco sino desde el Neolítico, y las innovaciones siempre consisten en innovar, y los nuevos retos son justo ésos que ves que te van embistiendo e incluso te han rajado ya el bolsillo. Así que uno lo que se pregunta es si las empresas realmente necesitan que alguien les diga que la cosa está como está, cuando todo el mundo ve cómo está, o necesitan la merendola, o sólo necesitan publicidad alrededor de la agonía, como las flotillas bélico-lúdicas. Todo esto lo dice uno porque, encima de que se han llevado a Inés Arrimadas, por lo visto se la han llevado unos vendedores de farolas o de molinillos, o una secta que te habla como Begoña Gómez, en linkedinés de taxista (existe el linkedinés de taxista como existe el inglés de taxista).
Inés Arrimadas es esa musa perdida o robada, al menos para el ciudadano, para la política, para el país, aunque no para el planeta de las fotocopias ni para vender losetas, o ventiladores, o lo que venda ella ahora como la mejor de las señoritas de El Corte Inglés que hayamos tenido. Con cargo largo o absurdo en una multinacional energética, está perdida o robada como Lolita, aunque todavía aparezca de rosa palo y oro, como una flor de centro de mesa en las mesas de los empresarios grises, tímidos, sosos como su agua sin gas, y con servilleta como puesta ya por la enfermera o la heredera. Tenía uno la esperanza de que Arrimadas no se hubiera perdido del todo, quería uno tragarse el reproche que llevaba hecho un gurruño en el puño (la aliteración de la rabia), ese reproche sin derecho, que es todavía más tonto. Pero ya ven, los políticos inútiles o aciagos no hay manera de que dejen la política y los políticos esperanzadores la dejan enseguida para hacerse una tumba gótica bajo el flexo, contar celdas de hoja de cálculo y hablar de las incertidumbres del futuro o de los nuevos desafíos que plantean los retos de este tiempo, o sea redundancias en un ambiente de teterita y Powerpoint. No entiende uno que la vocación te lleve de lo público a esto, o va uno a tener que dejar de creer que quede alguien con vocación de lo público.
La razón ya no significa nada, en el Nuevo Orden ya no hay normas, como dijo él recordando a Ortega (En torno a Galileo), además de que la gente ha cambiado de idioma y de milenio
A Inés Arrimadas, cogida de las trenzas por empresas aviónicas, la acompañaba para el coloquio José Manuel García-Margallo, muy atento a sus papeles, como un traductor de jeroglíficos. Margallo tiene una especie de cátedra, o silla gestatoria, o silla al menos de los Luises, de la que no puede desprenderse y desde la que todo le queda entre latino y napoleónico. Aunque frecuenta tertulias, no usa la demagogia ni la falacia, y suele tener la razón porque la lleva muy trabajada, como una sillería de coro. Aun así, yo creo que esa razón latina hace que, como a Séneca o Cicerón, no le sirva de mucho, o no le sirva de nada, tener razón. Y es que la razón ya no significa nada, en el Nuevo Orden ya no hay normas, como dijo él recordando a Ortega (En torno a Galileo), además de que la gente ha cambiado de idioma y de milenio. De nuevo son obviedades, pero obviedades catedralicias, que calan más. Yo pensaba que Margallo, que no puede dejar de ser pedagógico ni político como los romanos no podían dejar de ser romanos, podría arrastrar un poco a la actualidad y a la batalla a Arrimadas. Pero no fue así.
También estaba por allí Begoña Villacís, como una vieja hermana de armas, como una amistad de la guerra, de otra guerra, o quizá de otra vida. Pero viendo a Arrimadas y Villacís, una junto a otra, yo diría que lo que parecían eran monjas, o sea que no es que hubieran pasado de la política al mundo de la empresa, ese planeta hecho de compresores, sino que se habían retirado las dos a un convento. Margallo hablaba de geopolítica como del Imperio Austrohúngaro y Arrimadas hablaba de las varias revoluciones industriales como una maestrita, aunque, durante un momento, Arrimadas pareció iluminarse (yo creo que yo fui allí por si pasaba esto, por si se aparecía como una virgen de cueva o de copa de árbol). Fue al hablar de la “concentración de poder” del sanchismo, el ataque a los jueces, las libertades y hasta el 1-O, que es como su Lepanto. “Esto suele acabar muy mal”, nos advertía. Pero enseguida volvía a hablar de ventajas competitivas, sectores estratégicos y demás literatura metalúrgica o fotovoltaica. Yo creo que ya no se permite la emoción (el dolor) de la política, y hasta cuando el moderador invitó a entrar más en la actualidad, ella prefirió la diversificación del riesgo, la IA y el runrún de las fotocopiadoras, que quizá tiene algo de oleaje del mar para las gitanillas de Jerez.
Es como nuestra Lolita casada con un jefe de zona, un product manager o un synergy facilitator, y uno no soporta la rabia ni los celos, ciudadanos o masculinos
A Inés Arrimadas la han raptado vendedores de cafeteras o la han raptado linkedineses como marcianos. Es como nuestra Lolita casada con un jefe de zona, un product manager o un synergy facilitator, y uno no soporta la rabia ni los celos, ciudadanos o masculinos. Uno veía a aquella gente, gente que uno no conocía de nada, cosa que me permitía moverme por allí como un cazador sin conciencia; esa gente del dinero, o de la empresa, o del desarrollo, o del suflé de todo eso, que no dejaban de tener conversaciones de panadería o de Ampa, y sentía que no se la merecían, claro, como si nuestra Lolita se hubiera casado no ya con un compiyogui de Begoña Gómez sino con el de la gasolinera. Alguno sacaba la campana de Gauss, como una campana de Roma de las que copió Puccini, y era incluso peor, como si nuestra Lolita se hubiera casado con el cartero de Cheers.
Yo no sé qué esperaba, si ya sabía que Inés Arrimadas había sido arrastrada por el mundo de la empresa, que, estando yo allí, entre las mesas de banquete y los menús con grecas, uno se daba cuenta de que es el mundo del dinero con coreografía de bodorrio o de baby shower. Yo creo que aquel coloquio, como casi todo, como la misma política, se montaba más que nada por publicidad. Los patrocinadores, conglomerados o divisiones de nombre líquido, dos o tres empresas o metaempresas (hay empresas que se dedican sólo a teorizar sobre las empresas, haciendo metafísica incluso de la obviedad o sobre todo de la obviedad, que es lo que más alimenta la metafísica); las empresas, decía, iban subiendo a un cargo, que leía mal, como un niño de catequesis, y luego ponían un anuncio de lo suyo, siempre como una promo de la Champions. Así nos íbamos enterando de que toda la innovación y todos los retos de futuro se siguen basando en encontrar pardillos a los que venderles cosas. Aquello era como esos anuncios con praderas, soles y familias para venderte butano. Inés Arrimadas, luz de nuestra vida, había quedado para vender butano. Y yo no tengo ningún derecho, pero me enfadé y me fui de allí como si me hubieran puesto los cuernos con el butanero.
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