Pedro Sánchez es un superviviente. Él mismo se considera un superviviente. Por eso, cuando escribió su primer libro lo tituló Manual de Resistencia. Lo que para una persona normal sería una situación límite, para él es un modus vivendi. Siempre al borde del abismo, contra viento y marea, saca fuerzas de flaqueza y ejerce sobre sus fieles la irresistible atracción de un mesías laico.
Cualquier político que se hubiera desayunado con los mensajes que refleja el último informe de la UCO (putas, polvos, dinero en efectivo, chistorras, soles y lechugas...) hubiera acudido a la sesión de control del miércoles avergonzado, humillado. Pero él no. Tras el anuncio de Feijóo de que se le llamaría a declarar en la comisión que investiga los chanchullos de Ábalos/Koldo/Cerdán en el Senado, él respondió con un retador: "Ánimo, Alberto", que fue recibido con estridentes carcajadas y aplausos desde la bancada socialista. Ese es Sánchez.
Con habilidad, ha conseguido encapsular el escándalo de los dos anteriores secretarios de Organización del PSOE. Les ha situado extra muros de la 'casa común', como pecadores que no merecen pertenecer a la iglesia socialista. Reniega de ellos: él nunca supo de sus chanchullos, fue engañado como todos los demás. Lo finge con la misma desfachatez con la que Ábalos dice que las chistorras eran de verdad, que Koldo solía traerlas desde Navarra, como si fuera el Paco Martínez Soria de la izquierda recién llegado del pueblo.
¿Dinero en efectivo? "Ni lo sé, ni me importa", dijo esta semana la portavoz de la Ejecutiva socialista, Montse Mínguez, que ha acabado haciendo buena a Esther Peña, que ya es decir. El dinero en efectivo ha pasado de ser un pecado mortal, la prueba irrefutable del blanqueo, a ser algo normal, que hacen casi todas las empresas y organizaciones. La escala moral del PSOE cambia de baremos casi a la velocidad con la que Sánchez cambia de opinión.
La táctica ante los escándalos es siempre la misma: el ataque. Contra las chistorras, Gaza. Contra las prostitutas, el aborto. El ruido siempre termina disimulando el hedor de la cloaca. Mientras, el tiempo pasa.
A diferencia de lo que ha ocurrido en otras ocasiones, aquí los desterrados Cerdán (en prisión), Ábalos y Koldo (que tienen que declarar la próxima semana en el Supremo y que podrían acabar también en prisión), han mantenido la boca cerrada. Ninguno ha dicho que en el PSOE entraba dinero B; ninguno ha dicho que Sánchez conocía el cobro de comisiones. Están desterrados, sí, pero Sánchez es magnánimo con quienes no traicionan a la fe ni a su pastor. Si mantienen el silencio, con el tiempo, serán recompensados. A Ábalos no se le olvida que, tras echarle del gobierno, Sánchez volvió a incluirle en las listas del PSOE e incluso le nombraron presidente de una comisión en el Congreso. De hecho, todavía sigue siendo diputado, condición a la que no quiere renunciar aunque penalmente ser ciudadano de a pie podría beneficiarle.
Los escándalos de corrupción del PSOE no le están dado rédito al PP: Sánchez aguanta y el que sube más es Vox
El patio está revuelto, sí. Pero la economía sigue funcionando bien, ya veremos hasta cuando, y, lo que es más importante, el PP no acaba de despegarse del PSOE. Esto es lo que más anima a Moncloa a perseverar en su estrategia, a pensar que todo es posible, incluso que en unas hipotéticas elecciones, el PSOE podría ganar, y quién sabe si sumar para gobernar.
Hay tres encuestas recientes que han venido a reconfortar a Sánchez y a sus fontaneros. La primera, la del CIS (publicada el 11 de septiembre), que daba al PSOE nueve puntos por encima del PP. Es verdad que incluso en Moncloa a este sondeo no se le da mucho crédito, pero anima al personal. La segunda, la que hizo la empresa de Iván Redondo Opinión 360 (publicada el pasado 1 de octubre), que le daba al PSOE tres puntos por encima del PP. Y, por último, la publicada por El País (6 de octubre), que daba al PP poco más de un punto por encima del PSOE. El PSOE le pisa los talones al PP, titulo el diario de Prisa. Sin embargo, lo más importante de los tres sondeos es que coincidían en dar una apreciable subida a Vox: 17,3% para el CIS; 16,7% para El País, y 20,6% para Redondo. La del ex jefe de Gabinete de Sánchez es la que tiene una cocina más refinada: no da demasiada ventaja al PSOE sobre el PP, pero da la mayor subida a Vox, que, según sus cálculos, superaría los 60 escaños.
Sánchez comprobó en julio de 2023 el poder movilizador que tiene Vox para la izquierda en España. En apenas tres meses, el PSOE se recuperó del batacazo de las municipales y autonómicas del mes de mayo y logró lo que parecía imposible: sumar para gobernar. Por eso se relame cada vez que los sondeos dan una subida a Abascal a costa de Feijóo. El miedo a la extrema derecha es lo único que puede salvar a este gobierno del desastre.
Mucha gente se pregunta si Sánchez podrá aguantar hasta 2027 o si tendrá que adelantar las elecciones. La respuesta está en la ascensión de Vox. Si en las elecciones autonómicas que se celebrarán el año próximo el PP tiene necesariamente que pactar con Vox para gobernar, ese puede ser el momento elegido por el presidente para apretar el botón rojo electoral.
La estrategia de Feijóo de alcanzar un resultado que le permita al PP sumar más que la izquierda y los independentistas, para poder gobernar en solitario aún sin mayoría absoluta, no parece que esté dando resultado. Ahora PP y Vox suman suficiente para gobernar, incluso acercándose a los 200 escaños. Pero con un Vox mucho más fuerte que hace dos años.
A Feijóo y a Abascal les distancias muchas cosas. Pero les une un enemigo común. Pedro Sánchez dijo que no podría dormir tranquilo con Pablo Iglesias como vicepresidente de gobierno, y poco después pactó con él y le hizo vicepresidente. En Génova el debate no está cerrado. Pero hay cada vez más gente que piensa que es mejor admitir que sin Vox no es posible un gobierno de derechas en España, al menos a corto y medio plazo. ¿Cómo acabar con un killer? Siendo tan killer como él.
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