Las cornetas como cuernos de carnero y el carnero con vocación de cornetista de banda (ahora la Legión va con carnero) van a ser lo único que quede de España, si queda algo después de Sánchez. El 12-O es ese día en el que queremos celebrar tantas cosas que sólo atinamos a celebrar un desfile de soldados sin imperio, gaiteros sin gaita y banderas sin mástil, con lo que la gente sigue sin entender si celebramos el imperio, las gaitas, las banderas o la ausencia de todo ello. Seguimos sin saber explicar qué es España, y de eso se aprovechan los indepes, los nacionalistas, los fachas, los populistas y por supuesto Sánchez, que en 2015 se presentó con un banderón de España detrás como un edredón matrimonial o una fragata crepuscular. Quiero decir que tener un Día de la Hispanidad con sus soldados como bomberos, sus bomberos como soldados, sus políticos de minué y su familia real en su caja de música no nos dice nada de lo que es España y sobre todo de lo que queda de España, que es más importante todavía, sobre todo cuando Sánchez está desmantelando el Estado como aquella fragata con bandera o aquella bandera sin fragata.
Despertarse entre banderas húmedas, como entre sábanas húmedas, a uno le parece síntoma de pasión febril o enfermedad febril (tomar los símbolos por fetiches o reliquias es justo despojarlos de su simbolismo). Diría que hay gente que se levanta el 12-O y ve una bandera municipal en el cielo, como en un plato pintado, y ve a Felipe VI vestido de cascanueces, y ve a nuestro ejército como un ejército de sobre, de esos con los que jugábamos de pequeño, sobre el hule brillante de la Castellana, y respira tranquilo porque España todavía está ahí a pesar de Sánchez. Pero eso no es España, que ya digo que no sabemos explicarla ni celebrarla, ni es la hispanidad, que tampoco sabemos (ni Unamuno lo consiguió, él seguía usando la teología, que es lo que uno utiliza cuando no sabe explicar las cosas). El 12-O es sólo el folclore con el que hemos rellenado esa angustia histórica (metafísica, diría Heidegger) de no saber quiénes somos. Y ese folclore también lo sabe usar Sánchez.
Las crónicas del día se suelen centrar en quién celebra la cosa y quien la descelebra. Pero es que resulta que Sánchez, que iza, arría, sopla o esconde banderas, ideologías, guerras o huesos por interés y por fullería, como un barco pirata, puede hacer las dos cosas. Puede poner en redes un vídeo sin una bandera española, aunque sí palestina (la españolidad o hispanidad quizá sea esa comunidad cosmopolita o apátrida a la que, en cada momento, sólo le importa el mundo que le importa a Sánchez); puede hacer esto, decía, e ir muy pulcro y presumido al desfile. Yo me imagino perfectamente a Sánchez presidiendo el día con uniforme de almirante, banda en el pecho como el que lleva el bombo, sable de peluche e incluso con Begoña, que ahora las circunstancias no permiten sacar como reina española o egipcia. Y él también se lo imagina, sin duda.
El 12-O es sólo el folclore con el que hemos rellenado esa angustia histórica (metafísica, diría Heidegger) de no saber quiénes somos. Y ese folclore también lo sabe usar Sánchez
Aquí no se nos ocurre otra cosa para celebrar que el folclore, que no vamos a ponernos académicos, ni cargantes, ni teológicos como Unamuno (esa teología que termina siempre haciendo la gente con boina). Eso sí, si sabemos algo del folclore de la patria es que las izquierdas y las derechas lo han usado, bruñido, bordado y pervertido casi exactamente igual. La culpa de que aquí aún dé tanta grima la bandera, como el cura, es de la derecha, que nos metió la bandera y al cura por el gañote como si fuera ricino. Pero la derecha, al civilizarse (la que se haya civilizado), tampoco encontró una pedagogía mejor que el banderazo o el cristazo para eso de la patria, y por eso hay días que siguen sabiendo a ricino. La izquierda, al civilizarse (la que se haya civilizado) tampoco entendió la ciudadanía salvo como milicia de lo suyo. Así que España, su simbología al menos, se quedó en el aire y ahí sigue, entre pajarraco, helicóptero, nublado y misterio celestial. Quizá es más útil así, que es más fácil manejar el folclore, y a la gente con él, que el academicismo.
Ante los símbolos, ya digo, hay quien queda fetichista y hay quien queda sibilino, como Sánchez deslizándose entre banderas como entre dunas. Abascal decidió coreografiar un desprecio no ya ante la traición sino ante la blasfemia de Sánchez. Abascal es teológico con la patria, o sea su patria es de ricino. Sánchez, por su parte, celebraba / descelebraba el día muy sanchistamente, gustándose en la contradicción. La gente sigue abucheando a Sánchez cuando llega al desfile, aunque se baje lejos y como acolchado o chapado en sus coches de charol o en sus paraguas de charol. Lo abuchean, cree uno, por considerarlo ajeno al día y a España. Pero Sánchez es más España que los lejías, Sánchez es la España que ha hecho posible a Sánchez, que ha aupado a Sánchez y que todavía mantiene a Sánchez. Eso lo sabe él, por eso intenta quedar bien a media luz con las banderas, igual que con la democracia.
Durante el año nadie se acuerda de España como sedimentación histórica y ferruginosa de los ríos de los fenicios, los romanos y los bárbaros, como cultura siempre entre lo sublime y lo grotesco, entre la gloria y el desastre, entre el héroe trágico y el pícaro crudo. Nadie se acuerda de España como pacto democrático (una nación que no se sustente en el contrato social sólo es superstición o feudalismo), ni piensa en la españolidad o la hispanidad como cosas que se comparten, sea la Constitución o Quevedo, sea la historia, la leyenda o la desventura. Y cuando se celebra España, o la hispanidad, tampoco se acuerda nadie de eso, sino de la cabra o el carnero, y de Sánchez con toldo hipócrita de bandera, al sol barato, como de tendedero, de la patria. Sánchez podría quedarse con las cornetas y hasta con el carnero, incluso cuando ya no haya España. Porque España no es ese ballet ni esa ceremonia sino lo común, lo que compartimos los ciudadanos, y es con eso con lo que está acabando Sánchez. Ahora es cuando menos complicado resulta saber qué es España: es justo eso que está saqueando Sánchez bajo bandera pirata.
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