No es el Nobel lo que se merece Sánchez, sino algo que está entre el Pinocho de Oro y el Goya de corcho. “Yo es que no me pronuncio sobre los premios Nóbeles [sic]”, le decía a Àngels Barceló con su cara de madera de muñeco, de madera de naufragio, de madera de leño o de madera de ataúd, explicando así no haber felicitado a María Corina Machado. Claro que cualquiera podía hacer una búsqueda y encontrar a seis nobeles de la Paz felicitados, agasajados y floreados por este presidente nuestro que no se pronuncia sobre esas cosas. Una mentira, o está muy elaborada (hay quien puede hacer de la mentira un arte, como del insulto, algo así como el churrigueresco de nuestra política o nuestra sociedad), o está muy bien interpretada, pero se diría que Sánchez ya no se preocupa ni de una cosa ni de la otra. Su mentira infantil, obvia, telescópica como la de Pinocho, ni siquiera tiene un buen Pinocho detrás, que Sánchez ya parece una rebujina de don Juan y Quasimodo interpretado por un actor de telenovela, confiando un poco en la guapura y un poco en la pena mientras lo delata el falso paquete, la falsa perilla, la falsa cojera, la falsa joroba y la falsa leyenda.

El Pinocho de Oro yo creo que es mucho, que las mentiras de Sánchez tendrían que ser flamígeras, líricas y ladronas como estrellas de cuento oriental, y ya no son ni mentiras de escolar. Quizá se acerque más al Goya de corcho, de mal actor encapotado de empaque cinematográfico español. Sánchez, por cierto, no sólo felicita a nobeles, sino también a ganadores de los Goya, nuestros volcánicos Goya, hechos como de lava escultórica y política. Ya he dicho alguna vez que yo creo que Sánchez va a los Goya esperando que le den uno, o quizá esperando robarlo con guante blanco replanchado, o, al menos, va con su esmoquin como una niña va vestida de princesa o sirenita a una película de princesas o sirenitas. Y yo creo que los de los Goya se lo darían, como El Plural le daría el Nobel (ya vieron aquí la foto que ilustraba el artículo de Rubén Arranz), un Nobel acompañado quizá de una taza al mejor jefe, o algo así.

En realidad yo veo a Sánchez muy felicitón, muy de gloria ajena robada, como cuando invitó a la selección después de la Eurocopa y le faltó aparecer en chándal pasado de moda, como de Miguel Muñoz

Sí, yo creo que felicita mucho porque él siempre se coloca un poco de musa de la cosa (el esfuerzo, el talento o la gloria siempre son un poco su propio esfuerzo, talento o gloria, o al menos de la España que él nos ha regalado), y halaga esperando que algunas de las rosas que esparce caigan a sus pies o en su pelo. No sólo felicita a nobeles, no sólo a actores con su Goya como bala de cañón política, no sólo a futbolistas o a otros deportistas más modestos, esos atletas de medalla agónica o absurda (la marcha siempre me ha parecido absurda, es como si hubiera una disciplina olímpica de correr a cuatro patas). También felicita a escritores de nuestros premios literarios de paraninfo y parafina (ya digo, como si Sánchez fuera su ninfa desmayada, que ciertamente se desmaya mucho), e incluso felicitó a Trump por su investidura. Qué tendrá María Corina, que con ella Sánchez no puede ser ni musa ni utillero, ni galán ni héroe, ni patrón ni modelo con hoja de parra.

María Corina debe de tener algo que no tiene Trump, o sea la ausencia total de beneficio para Sánchez, ni siquiera a la hora de recolectar rosas, lágrimas, sudores o sangre para su relato. Qué podría hacer que nuestro Príncipe de la Paz despreciara a un Nobel de la Paz, salvo algo con mucho más beneficio que sus títulos emplumados y que su relato plumífero… Y yo creo que ese beneficio nada lírico, ni nada ingenuo, es por supuesto el beneficio que le proporciona la Venezuela de Maduro, quizá sólo comparable en misterio y transparencia al que le proporciona el Marruecos de Mohamed VI. Para ninguno de estos dos casos o misterios tiene Sánchez justificación, y es la ausencia de justificación, no la necedad, el despiste o la perversidad, lo que le lleva a mentir con tanta torpeza. Supone uno que siempre será mejor la acusación de mentiroso que de corrupto.

Yo no creo que Sánchez sea un mentiroso por vicio o compulsión, yo creo que diría la verdad si pudiera y daría justificaciones si las tuviera. Lo que pasa es que hace mucho que no puede hacer nada de eso. La mentira ya es inevitable cuando la verdad sería una condena, incluso refiriéndose a la tontería de unas felicitaciones en las redes. Sánchez miente porque no puede hacer otra cosa, que no es como si mintiera sino como si nadara. Sánchez miente, incluso con impudicia e impericia, sabiendo que le van a coger las mentiras, porque piensa que la mentira no sólo es un arma contra el enemigo sino un argumento imprescindible de su relato: si para librarnos de la derecha y la ultraderecha, si para conservar el Gobierno de progreso, si para salvarnos, en fin, hay que mentir, pues se miente. Y cuanto más evidente sea la mentira más irán entendiendo los creyentes y los alelados la propia necesidad de mentir. Hasta las increíbles encuestas de Tezanos entran en ese esquema. Por eso Sánchez ya no se preocupa ni de ser buen actor, de si le dan el Goya de corcho o el de yunque. Ni de ser buen gobernante. Ni siquiera se preocupa ya de ser guapo. No es que Sánchez mienta mal por mala memoria, ni confiando en nuestra mala memoria, sino que se dispone a convertir la mentira en virtud. Al final no es que se merezca el Pinocho de Oro ni el Gallifante de Trapo, sino el mismo trono de la mentira, negro y retorcido como el de Mefistófeles.