Don Juan Carlos no quiere ser Rey Emérito ni Rey Mago, allí viviendo en Abu Dabi entre palmeras de plástico, ríos de envoltura de polvorón y pajes con turbante de rosca. Ahora que van a publicar sus memorias, que tendrán algo de revancha apaisada, de testamento homérico y de autorretrato aguado, él prefiere que se le llame Rey Padre, yo creo que porque quiere el perdón del padre pródigo, categoría mucho más habitual y triste que el hijo pródigo. Después del libro de la Preysler, con las leyendas napoleónicas o apócrifas de su nariz esfingina y su vida esfingina, tenía que llegar el libro de don Juan Carlos, y así completamos la historia política, sentimental, tapicera, acarrozada e irregular de la Transición y de sus iconos, que aparecían de perfil egipcio en las portadas. Lo que ocurre es que, para querer ir de Rey Padre, o sea padre pródigo, padre perdonado, él usa demasiado su figurón de rey rey, el que nos trajo la democracia como el Grial. Es la misma justificación que ha dado siempre y que no sirve, por eso él está ahora durmiendo en Abu Dabi, bajo medias lunas de estampado, en vez de estar encalándose o apalomándose en el Madrid de los reyes encalados y apalomados.
Por lo que uno ha visto de lo que se ha adelantado, don Juan Carlos no es capaz de pedir perdón del todo. Está más en volver a envidar con su rey de capa, su rey español, su rey de la Transición como un rey de bastos, ese figurón con sombra de reloj de sol o de higuera histórica ante el que todo lo demás aparece como pecadillo insignificante, jugueteos en un jardín de laberinto, gallinita ciega que termina en la lechuga de Jesulín. O sea, ese famoso “¿perdón por qué?”, como desde el palanquín. Don Juan Carlos no entiende, como rey rey, rey de fragata, de monedón, de vellocino, de globo crucífero y hasta de la Constitución, que no se trata del juicio legal a alguien inviolable como él, sino del juicio histórico a la monarquía. La monarquía, que es como magia o papiroflexia en mitad de la cruda política, es muy frágil, y toda su ilusión y todo su bordado caerá si pierde ese juicio, un juicio que se basa en la utilidad y en el ejemplo, en que su teatro sirva como pedagogía de la democracia.
El rey viene con libro y con historias o historietas. Adelanta, por ejemplo, que el 23-F no fue ningún autogolpe o teatrillo que se fue de las manos o de las cortinas, sino que fueron tres golpes como tres caídas bíblicas. O sea el golpe de Tejero, el de Armada y el de los franquistas que quedaban en la política. Lo que ocurre es que uno no imagina ninguno de estos tres golpes sin los otros dos, o sea que al final eran todos el mismo, uno y trino si se quiere. Ni Tejero iba a salir solo a tomar el Congreso como el que se va a bañar en la Cibeles, ni los políticos podían hacer nada sin los militares, ni Armada, aunque sacara todos nuestros tanques llenos de arena o de nieve como de polvo, esos tanques que parece que guarda España sin usar, en la estantería del mueble bar, podía hacer mucho sin antes maniatar al Gobierno y a las Cortes. Uno tampoco quiere ahora sacar otro libro u otra teoría, que ya hay muchas (como la de Anson, que también se colocaba él por ahí en medio, como una especie de maestro de ceremonias con vara de pomo gordo). Pero eso de parar no un golpe sino tres a la vez, como si fuera D’Artagnan pero con espada ceremonial, a mí me suena a vacile.
El vacile heroico, con el golpe que son tres y con la madrugada que es un interregno, yo creo que exagera o ridiculiza algo ya de por sí histórico, algo que terminó la Transición y consolidó o inauguró la democracia, justo porque sirvió de pedagogía. Luego, tras el triple vacile, es más fácil reconocer, como hace en la entrevista, que lo de Corinna fue un error, un calentón real, de esos calentones fernandinos o isabelinos, tan castizos. De todas formas, Juan Carlos no está en Abu Dabi, bajo una lámpara maravillosa y dorados de patriarca del cobre, por los calentones de pichabrava. Está allí porque seguía siendo un desenfadado rey de cacería y pavo real cuando España pasaba una dura recesión, porque le regalaban millones como si fuera colonia de Ceuta, porque sus ostentaciones eran como de rey del cachopo, y porque sus cuentas bancarias tenían más líos que sus calzoncillos atarzanados, de tanto salto del tigre.
Seguramente, nada de lo que hizo el rey zumbón era penalmente reprobable, cosa que tampoco tiene ningún mérito siendo inviolable, que suena absurdo y lo es, como ser inexpugnable
Pero si don Juan Carlos está en Abu Dabi, en su rinconcito de ese Babel alicatado, con olivos trasplantados y jamón ibérico con blasfemia y bula, es porque la monarquía, con él, estaba perdiendo el juicio de la historia. Ya no bastaba con ser la momia del 23-F, con telarañas de pasamanería, ni el héroe de una época de espadones bigotones, ni siquiera con ser el guardián artúrico de la Constitución, que ya nadie conoce, ni respeta siquiera. Si está en Abu Dabi, con bidé de chorritos de oro, estrellas flamígeras de cortina y recibiendo ensaimadas por valija diplomática, es por todo esto. Y porque Felipe VI se dio cuenta enseguida, por supuesto.
Ya nadie entendería la monarquía como magia de sangre ni magia de la historia, ya sólo puede entenderse como pedagogía. La monarquía ya no es potestas sino auctoritas, y por eso la familia real parece una familia de portalito, o lo intenta, y por eso sale el rey Felipe, en las nochebuenas y los desfiles, a decir topicazos como de anuncio de turrón. La democracia es un topicazo, pero es un topicazo que la gente está olvidando, que los mismos políticos están olvidando. Ya nadie sabe qué es lo público ni qué es la ley, todo es fuerza bruta, poder crudo, y la monarquía parece ser la única institución que sale, como un cuentacuentos con gorro de duende, a recitarnos los fundamentos de la democracia, cursis y necesarios. Si don Juan Carlos quiere regresar como Rey padre, como padre pródigo, tendría que volver a hacer algo pedagógico, no basta con sacar un libro como de la Preysler, dulcificando los amoríos y los focos. Pero quizá no puede. Don Juan Carlos sigue siendo un rey de otra época, un rey de mosqueteros, cuando Felipe VI, ahora, parece, el pobre, el único republicano que nos queda.
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