Doce veces mencionaron a Pedro Sánchez el empresario Pérez Dolset y Leire Díez, fontanera con guantes de mierda como los guantes de sangre de los matarifes, en su reunión con el fiscal Stampa, según ha declarado éste ante el juez. Ya saben, lo de “limpiar sin límite, caiga quien caiga” toda la escalinata policial y judicial que había osado investigar a su santa esposa, Begoña Gómez, especie de Nancy LinkedIn. Los dos iban con la autoridad de Sánchez por delante, claro, que si no parece que te están ofreciendo un soborno o un pacto con el Diablo el dueño de un cine y la taquillera (Leire Díez parece la taquillera de la Moncloa, como si la Moncloa fuera un museo de Elvis, que a lo mejor lo es, y ella cobrara o rompiera el tique vestida con flecos, pantalón de campana y gafas de Sánchez, que son como gafas del Elvis gordo). Quizá la prudencia, o el peliculeo, hubieran hecho preferible que se dirigieran al jefe de otra manera, “el guapo del ático” o “nuestro amigo del colchón”. Pero supongo que es lógico ir con el nombre de Sánchez por delante, no sólo porque les presta la autoridad a ellos, a los del cine de barrio o el quiosco de barrio, sino porque sólo ese nombre puede asegurar los beneficios futuros al pichón tentado.
Sánchez parece que lo puede todo, su mera invocación inviste a estanqueras plenipotenciarias y ablanda a fiscales y picoletos, o esa es la intención, poner a Sánchez encima de la mesa antes que nada, como el que pone un revólver. Yo creo que por eso la fontanera no se ha preocupado mucho por nada más, ni por el disimulo ni por la escenografía ni por el canon del fontanero, que uno lo tiene por espía pero a lo mejor es sólo un espía con prisa, pereza y chapucería de fontanero. Para trabajarse a un activo (hablemos como agentes secretos, aunque estos agentes sean como de garita de parking), no sólo hay que detectar la idoneidad y analizar debilidades sino generar confianza. No se presenta una en un bar de fritangas como “la emisaria del PSOE” y saca a Sánchez como un currusco de una bolsa de señora con bolsa del pan. Leire Díez ha sido directa, transparente y chancletera desde los primeros audios que le escuchamos, que eran como de madame con prisas. Este desparpajo no sólo no se corresponde con la mejor manera de reclutar o corromper, sino que tampoco se correspondería con alguien que pretende investigar, o sea sonsacar, si acaso queda algún panoli que todavía se crea esa fantasía de la periodista de investigación que, en vez de investigar, extorsiona, soborna o putea. Se acerca, eso sí, a los usos de la mafia. De todas formas, yo diría que la falta de prudencia no es temeridad, sino confianza.
Leire Díez parece que no necesitaba más que el nombre de Sánchez, no tenía que disfrazarse de dama en apuros ni de colegiala vieja, ni quedar en parques hermosos o cementeriales, ni citarse bajo puentes con cascada cursi de lluvia y de luces semafóricas, ni iniciar una amistad de borracho o un romance de bibliotecaria. No llegaba con poemario, ni guantes de lana o de viuda, ni katiuskas rojas, ni zapatos en la mano, ni gorrito francés, ni paraguas roto, que así empiezan casi todos los cebos para cazar a un pardillo (aunque no sé como le quedaría todo esto a nuestra taquillera, seguramente sólo como si se le hubiera roto la ventanilla en el crudo invierno y se hubiera puesto todo lo del armario encima o debajo de la nariz roja y apatatada). No, nuestra Leire, probablemente en pantuflas, sólo llegaba al encuentro como a la carnicería, a pedir el filete y los higadillos y a pagar con un billete chorreante, transmutado en la propia sangre carnicera y mercantil. Esto no sirve para investigar ni para seducir, salvo que detrás esté Sánchez por toda seducción e intención, claro.
Con Sánchez detrás, Leire ya no parecía la taquillera del cine o de la noria, sino una rusa con ojos y pelajes de tigre de la nieve. Vamos, que Leire podía hacer el largo y lánguido papel de la rusa, de una hermosa Natasha putrefacta, que diría Umbral, sólo con la nariz roja y el coletero en la muñeca, y además en el tiempo en que se fríen unas rabas o se calienta la leche del café con leche, que en España se calienta no en cafeterías sino en herrerías, como si con él se hicieran faroles sevillanos. Para qué más, en fin. Sánchez era toda la autoridad, toda la hermosura, toda la tentación, todo el tiempo, todo el premio, toda la seguridad que necesitaba desplegar Leire. La fontanera podía ir incluso de fontanera, como iba de panadero el panadero de Barrio Sésamo, pero con la nariz enharinada de mierda. Y así llegaba a los sitios, soltando a Sánchez por todo misterio, todo producto y todo pago.
Leire hablaba en nombre de Sánchez, ese abracadabra, y eso lo explica todo
Leire Díez (no pongo cada vez a su lado a Pérez Dolset porque me parece un personaje como de sidecar, un secundario de cine mudo) iba sobrada con Sánchez, o iba sobrada como Sánchez. No sé si alguna vez pensó que la podrían grabar, que la podrían pillar, que eso de ir al periódico de Pedrojota a ofrecer un vídeo sexual del fiscal anticorrupción José Grinda seguramente no era la mejor idea, y cosas así. Yo creo que sólo Sánchez puede darte esa seguridad, esa tranquilidad, ese pasmo o esa locura (lo mismo cuando Leire declare ante el juez también se lleva gafas de Steve Urkel y se ríe como Steve Urkel). Leire hablaba en nombre de Sánchez, ese abracadabra, y eso lo explica todo. Sánchez, en realidad, explica él solo todo lo que estamos viviendo, o al menos es la explicación más sencilla y evidente, puro sentido común, puro sumar dos y dos, como las cuentas con prisa y pringue de Leire. No hacen falta más películas, como no le hacían falta a nuestra fontanera o taquillera todopoderosa, que igual podría haber chantajeado a fiscales que podría haber matado a Bill sólo con mencionar al guapo del ático, a nuestro amigo del colchón.
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