Lo de la memoria debe de ser, precisamente, que nadie se acordaba de Franco hasta que llegó Sánchez queriendo aprovechar limaduras de muerto como limaduras de moneda. Bueno, en realidad el primero fue Zapatero, que necesitaba un enemigo, siquiera de arenisca, para volver a vender la aciaga dicotomía de las dos Españas. En realidad siempre fueron muchas más Españas, pero eso siempre ha resultado difícil de manejar, lo mismo para el político, para el párroco o para el poeta, que parece que sólo tenían dos bolsillos. De Franco ya no se acordaba nadie, decía, salvo cuatro frikis como de museo de zuecos o de gaitas. De lo que nos acordábamos más aquí era de la democracia, de la Transición, así que Franco era ese dictador hecho de bronce hueco, como una campana de su meapilismo, que aquí fundimos para hacer una Constitución como se fundieron cañones para los leones de Ponzano. Franco era como la última monja de Trento que todavía nos frenaba desde Trento, pasando por el tardío absolutismo fernandino y la propia versión meapilas del fascismo, ya digo, que se construyó Franco con cura y sobao. Pero la monja se murió de puro vieja (la lucha contra el franquismo, ya ven, no logró acabar con una vieja). Después ya no podía existir el franquismo, como no existía el cañón después del león. Salvo para los que venden cañones, claro.

PUBLICIDAD

Aquí no se acordaba nadie de Franco, si acaso alguna imposible tía suya que había sobrevivido mágicamente (esas señoras que todavía parecen tías de Franco), o algún compañero de milicia igual de mágico o imposible (esos señores con pinta de haber hecho una mili sólo de alfombra o sólo de estanco, pero bajo el cuadro con zamarra o vellocino de Franco). De Franco no se acordaba nadie, o lo confundían con otro señor que salía en los billetes (Falla, quizá) o en el NO-DO (quizá don Santiago Bernabéu), o con la mili en Melilla de algún tío de la familia con mucho vino y mucho plumón cano en el pecho. Lo demás, del skin al pijofachita de Snoopy, ya no era franquismo sino punk al revés o búsqueda de una “identidad dura” frente a la “identidad líquida” de la posmodernidad (Zygmut Bauman, si no recuerdo mal). Esa búsqueda, que es perezosa, claro (si no, uno se construiría su identidad, no la robaría de los museos folclóricos como el que roba un botijo), suele recurrir a los iconos culturales que haya a mano, y en ese sentido Franco puede ser lo mismo que el Cid, o sea apenas un pisapapeles para la mente poco asentada. En realidad, el único franquismo activo es el de la izquierda.

El franquismo más auténtico, el verdaderamente creyente en su vigencia y en sus poderes, es el franquismo de la izquierda, el franquismo de Sánchez, que le montó todo un año de homenajes como si fuera su sumo sacerdote. Eso sí, el año de Franco no está saliendo como pensaba Sánchez, con todos los ejércitos de arenisca o de parafina del franquismo asustándonos por la calle como ánimas del purgatorio. Es más el año de la fontanera que de Franco, más el año de la calavera de Sánchez que de la calavera de Franco. La pedagogía de la memoria nunca le conviene a Sánchez, que por eso lo olvida todo tan pronto, pero menos todavía le conviene la pedagogía de la memoria de Franco. Y es que uno mira el NO-DO de Franco y ve el NO-DO de Sánchez, uno mira la sagrada familia de Franco y ve la sagrada familia de Sánchez, uno mira el Estado vertical y ensotanado de Franco y ve el Estado vertical y ensotanado de Sánchez, y mira la autoridad tremebunda y con voz de flauta de Franco y ve la autoridad tremebunda y con voz de flauta de Sánchez.

A Sánchez no le conviene que recordemos a Franco porque nos recuerda a él, meapilas y despiadado, soberbio y frágil, autoritario y miedoso. No le conviene porque de Franco ya nadie recuerda el franquismo, sino su ausencia, la democracia definida sobre todo por esa ausencia, como si nos hubieran quitado un cepo de hierro. Es lo que le está pasando también a Sánchez, que empieza a ser la negación de la democracia en todo lo que hace, el peso que impide la democracia como la de un macizo generalón ecuestre. La pedagogía de la memoria nos lleva a darnos cuenta de que las dos Españas han sido inventadas, hinchadas y vendidas por puro interés; que la democracia significa que haya ciudadanos libres e iguales, no tribus en guerra, y que esa democracia no puede existir sin división de poderes, sin pluralismo político, sin derechos individuales intocables incluso por las mayorías, y sin imperio de la ley. Claro que la pedagogía de la memoria serviría si tuviéramos memoria. Pero no la tenemos ni para el telediario de ayer, la vamos a tener para repasar 50 o 90 años.

Franco debería ser una enseñanza, no la del franquismo sino, al contrario, la de la democracia

50 años después de su muerte, Franco debería ser algo así como el ridículo césar empelucado sobre su calva que nos recuerda la crueldad y la estupidez de todos aquellos sistemas sagrados, absolutos, arbitrarios e injustos. Pero seguimos rodeados de césares empelucados que se presentan como lo contrario a Franco, cuando, si acaso, son su reflejo especular. Lo contrario de Franco no es Sánchez, ni lo que hay a la izquierda de Sánchez, sino la Constitución. No por ser esta Constitución, como si fuera el Pentateuco, sino porque ahí están los fundamentos de la democracia que citábamos antes. Por ejemplo, que las ideologías, mientras se respete este marco, son sólo opiniones, no opciones de vida o muerte, de bien o mal absolutos. Y que nadie está por encima de la ley, lleve peluca, hombreras, pantalón ajustado o máscara, o enarbole, como un tapiz o como una chistorra, una de las falsas Españas machadianas (también Machado parecía un hombre con dos bolsillos nada más). Tan parecido a Franco es Sánchez que lo contrario a él no es el PP ni Vox, sino también la Constitución.

Franco debería ser una enseñanza, no la del franquismo sino, al contrario, la de la democracia. Y no está mal dedicarle un año entero, para no confundirlo con Falla o con Charlot o con un liberal con sombrero. Claro que esto serviría si nos acordáramos siquiera, de semana en semana, de lo que hemos visto y oído. Franco debería ser una enseñanza pero sólo es una moneda para seguir con viejos negocios o un pisapapeles con el que golpear viejos enemigos o nuevas cabezas huecas. El año de Franco no le está funcionando a Sánchez, y es que parece que sólo le ha montado una fiesta al jefe. A Sánchez ya le está asomando el vellocino como un bigotillo, o el bigotillo como un vellocino, la peluca sobre la calva de calavera y hasta el salmón colgando del brazo tieso.

PUBLICIDAD