Sánchez descabeza hacia abajo, descabeza como a la altura de la bragueta voladora de Salazar, pero el caso es que descabeza siempre muy lejos de sí mismo. Nos preguntábamos ayer, aún mecidos por el Spotify de Sánchez, entre el lounge y la cama de agua, qué significaría exactamente lo de “asumir en primera persona” el error, y resulta que significa echar al número dos de Salazar. El número dos era, efectivamente, la “primera persona” de su confianza, incluso es la “primera persona” en la que cualquiera pensaría para endilgarle el marrón, así que eso era lo que nos quería decir Sánchez. Él estaba tan tranquilo con su música de ducha, con su shuffle de grafitero o de universitario atorrante, porque esa primera persona se refería a la primera que se le cruzara por la mente, siempre que estuviera aún más lejos de él que el propio Salazar y su bragueta asomadiza. Asumiendo responsabilidades así, con esa contundencia, esa intención y esa direccionalidad, Sánchez terminará destituyendo a los bedeles, sin duda responsables por acción u omisión del ambiente braguetero general.
Seguramente todos los subalternos eran cómplices y partícipes, y hasta le iban mucho a la mercería a Salazar a por cremalleras, que, naturalmente, se le rompían como ramitas. Lo que no puede ser es que la responsabilidad vaya hacia arriba, hacia el que fue jefe de todas las braguetas flojas y todas las manos flojas que ha dado el sanchismo, o sea hacia Sánchez, que nunca se enteraba de nada porque estaba todo el día con los auriculares de diadema como una Nancy patinadora. La responsabilidad tiene que ir hacia abajo, siguiendo la gravedad de los bajos instintos inguinales o bolsilleros, o sea lejos de Sánchez. Bajando por los despachos y las trascocinas es donde se puede encontrar, enseguida, el chivo expiatorio, el cabeza de turco, el pringado por estar demasiado cerca de la bragueta pringosa o del dinero pringoso. Muchas veces ni siquiera hace falta escoger una víctima, sólo pedir un voluntario que se sacrifique para el control de daños. Este tipo de lealtades feudales se aprecian mucho en la política, más en la política de supervivencia donde está Sánchez ahora, intentando respirar como el patinador talludito y ridículo que se ha caído por el rompeolas escuchando a Vetusta Morla.
Lo que no puede ser es que la responsabilidad vaya hacia arriba, hacia el que fue jefe de todas las braguetas flojas y todas las manos flojas que ha dado el sanchismo, o sea hacia Sánchez, que nunca se enteraba de nada porque estaba todo el día con los auriculares de diadema como una Nancy patinadora"
Sánchez descabeza hacia abajo, desagua hacia afuera, sangra hacia dentro, silba para arriba, mata de lejos, perdona de cerca. Uno diría que no sirve de mucho cargarse a un segundón de vez en cuando mientras el jefe acumula olvidos, torpezas, ignorancias, cegueras, obviedades innegables y excusas inverosímiles como el que acumula fracturas de hueso, que incluso poco a poco es difícil sobrevivir en la catástrofe constante. Pero no se trata de que le sirva al españolito ni a la razón, sino de que le sirva al sanchismo. Es lo que está mirando Sánchez ahora, no tanto si lo apoya el votante sino la prensa del Movimiento, el partido feudal y sus terminales económicas y sociales. El segundo de Salazar parece una pieza muy menor, como una mojarrita en la selva, hasta que uno ve lo satisfechos que están en la sanchosfera por la contundencia, la ejemplaridad y tal. Todo parece, como su lista de Spotify, pensado para contentar a los suyos, a los que lo tienen que sostener. Porque mientras lo sostengan se pueden llevar altas y dignas las braguetas. Braguetas arriba y segundos fuera, en fin.
El caso Salazar no es tan distinto a los demás casos del sanchismo, estén las braguetas más o menos aireadas, amoscadas, amojamadas o encabritadas. Es, en realidad, el propio sanchismo, o sea la ausencia, a pesar de toda la propaganda y toda la mitología socialistas, de cualquier principio ético o ideológico; la manifestación de la fuerza y el poder puros ejercidos sin reconocer limitación alguna, ni siquiera la de la ley, que ahora nos dicen que es conspiración y fascismo a pesar de todo lo que llevamos visto con Sánchez. Que haya socialistas machistas, babosos, acosadores, mentirosos, mangantes, comisionistas, chantajistas, sordos, ciegos, mudos, tontos, esbirros y lacayos, no es una contradicción del sanchismo, es sólo una consecuencia. La mano que se va a la bragueta, a la chistorra, a la Fiscalía o a la alcantarilla no es ni deja de ser socialista, que eso no tiene sentido plantearlo. Las manos son herramientas, son simplemente útiles o no. Si son útiles, en un sistema sin límites tenderán a la impunidad, pero aun así las protegerán. Sólo si ya no son útiles se prescindirá de ellas. Y si amenazan a la cabeza, esas manos se amputarán a la altura de la bragueta o a la altura del segundón que pase por allí. Y así podemos explicar todos los casos de corrupción, descoco o desafuero que rodean a Sánchez.
Sánchez tiene muchas primeras personas que son incluso terceras personas, como si fuera Lopera. Tenía razón al final con lo de asumir el error en primera persona, que la primera que sobra, la primera que conviene, puede ser sacrificada, olvidada, negada. Y todo quedará siempre muy lejos de Sánchez, que no se entera de nada ni ve nada, con esos auriculares o cascos que son casi una cabeza de mosca, como los de Daft Punk o Guille Milkyway, a los que no sé si Sánchez escucha o imita saltando en su cama con bola de discoteca. Descabezar hacia abajo y tirar para adelante es ya lo único que puede hacer. Visto lo de Salazar, lo próximo podría ser echar al mecánico del Peugeot, o a las dependientas que atendían a la Paqui y a la Jesi hasta dejarlas abollonadas y martirizadas de joyas, como la Macarena que ya es de nuevo la Macarena. O al que le ponía el aro de luz a Begoña para los streamings, como una aureola de santa boba de LinkedIn o de santa electrocutada de Rosalía. Por supuesto, nada llegará al jefe, al menos mientras lo sigan sosteniendo los que lo sostienen. Porque Sánchez, por sí mismo, no puede sostenerse ni la bragueta, para la que, como Salazar, necesita porteadores, abanicadores, miniaturistas, bordadoras, escayolistas y juglares.
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