El tren de Cuba se llama Van Van, pero no es una locomotora de tecnología soviética ni aquel que bloquea el cortejo fúnebre de la película Guantamera; es la orquesta que fundó el bajista Juan Formell. Su sonido se caracteriza por la inclusión de instrumentos electrónicos y una percusión en la que la batería quitaba protagonismo a las tumbadoras, el resultado es un ritmo tan potente que puede mover vagones. No se pierdan los videos del concierto al aire libre en el Malecón, con miles de personas bailando con una emoción que contagia, o el del cuadragésimo aniversario de la orquesta en el teatro Karl Marx, con una gran bandera cubana en el escenario como única decoración, mostrando orgullo y patriotismo con una sala llena que acompaña cantando el coro: "Somos cubanos, español y africano / somos la mezcla perfecta / la combinación más pura / cubano, la más grande creación".

Pero no es simple chauvinismo, es toda una mística de la que es parte fundamental la mitología santera afrocubana. No deja de emocionarme oír a Mayito Rivera cantar Soy todo, una auténtica "oración yoruba" -que dedica a su madre- en la que pide el amparo de Dios a la vez que invoca a todos los Orishas, mientras las almas que atestan la sala que homenajea al padre del materialismo histórico se mueven con un éxtasis místico que hace que los cuerpos vayan por libre. Una emoción que también se siente cuando todos levantan los brazos para acompañar al Lele hijo, cantando "bendito tú me diste la fe / pa' cantar como va / pa' cantar como ve".

Además de por la mística, Cuba también apostó por la épica. Para muchos en América Latina Cuba ha sido un símbolo de resistencia y soberanía, era la evidencia de que se podía hacer frente a Estados Unidos y, en este sentido –no nos llamemos a engaño–, no solo tenía la admiración de izquierdistas, sino también de esa vieja derecha arielista que desprecia el protestantismo materialista anglosajón. A pesar del mito del Che, no cabe duda de que Fidel Castro era la cara visible de esa epopeya, algo que se encargó de cultivar proyectándose siempre como el comandante de 31 años que consiguió que un grupo de barbudos acabara con la dictadura de Fulgencio Batista y montó un país comunista a 90 millas de la Florida.

Pero poco queda de aquella gesta, pues Castro acabó siendo un dictador cualquiera cuyo paso a la historia, al fallecer en 2016, en lugar de ser el primer peldaño de su absolución, se convirtió en una tragicomedia que imitaba la película de Titón sobre las dificultades fúnebres que provocó el Periodo Especial. Si se tuviese que buscar una imagen que simbolice el fin de una época para Cuba, su revolución y para América Latina en su conjunto, esa sería la de los soldados empujando al averiado vehículo militar ruso -o quizá soviético- UAZ 3151 que tiraba de la plataforma sobre la que los restos mortales de Fidel Castro habían recorrido Cuba.

La liturgia preparada para llevar al líder cubano al cementerio de Santa Ifigenia, donde compartiría descanso eterno junto a José Martí y José Maceo —los héroes nacionales cubanos—, se vio estropeada por la cotidianidad de la mayoría de los cubanos, una realidad en la que faltan los combustibles o las cosas no funcionan. Ahora bien, como viene sucediendo en Cuba desde 1959, ahí estaban los miembros de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) para hacerlas funcionar, aunque sea empujando la improvisada carroza fúnebre y, sobre todo, manteniendo el orden. La puesta en escena que buscaba cerrar el ciclo del héroe de la tercera independencia cubana terminó siendo un resumen de las vicisitudes diarias de los cubanos, que no tienen siquiera un transporte fiable.

Y mucho me temo que hasta la mística se resquebraja. La última vez que vi a los Van Van, en mayo de 2023, se presentaron en una modesta sala en la Cubierta de Leganés y, aunque todos los que estábamos allí éramos fieles creyentes, faltó magia. Al tren le faltaba potencia y se notaban el cansancio y el dolor: unos días antes había muerto su bajista Juan Carlos Formell Alfonso, uno de los hijos del fundador, a consecuencia de un infarto que sufrió mientras tocaba en Nueva York. Aunque decidieron continuar la gira, a manera de homenaje, estaban tocados.

La situación actual de Cuba es dramática. Estamos hablando de un país que ha tenido muchas complicaciones por el bloqueo y, sobre todo, por la caída de la Unión Soviética, su principal socio comercial y político. En este momento, Cuba sufre una grave crisis energética caracterizada por períodos en que, en lugar de apagones, hay alumbrones; adolece de una fuerte inflación debida a la unificación monetaria; los precios de sus importaciones son altísimos porque no puede abastecerse en los mercados regulares por la imposibilidad de usar dólares y por el veto en el sistema financiero internacional. Además, se ha convertido, al igual que otros países latinoamericanos, en una economía de remesas. Pero incluso las personas que tienen la suerte de que les envíen dinero hallan dificultades para comprar alimentos o medicinas.

La situación es tan crítica que la población ha superado el miedo a la represión y se ha manifestado. Fueron muy representativas las protestas posteriores a la Covid, en julio de 2021, a las que el gobierno respondió con una fortísima represión que implicó muerte, cárcel o exilio, como suele pasar en toda dictadura que se reconoce débil y se siente amenazada.

En Cuba parece que algo se mueve, no se sabe hacia dónde, pero se mueve"

No obstante, parece que algo se mueve, no se sabe hacia dónde, pero se mueve. Acaba de ser condenado a cadena perpetua por corrupción y espionaje el exministro de Economía, Alejandro Gil, en un juicio rodeado de secretismo. Sin duda, una sentencia desmesurada si se toman en cuenta las sanciones a las que fueron sometidos otros ministros caídos en desgracia: Robertico Robaina, quien llegó a ser considerado el sucesor de Fidel, o su reemplazo en el Ministerio de Exteriores, Felipe Pérez Roque, al que le jugó una mala pasada el ron cuando, en la visita de una misión comercial del País Vasco, fue grabado junto al entonces vicepresidente Carlos Lage, ambos pasándose de graciosos. Ninguno de ellos pisó la cárcel. Lo de Gil muestra además la debilidad del presidente Díaz-Canel —el convicto le era muy próximo— frente al primer ministro Manuel Marrero, próximo al sector que siguen liderando Raúl Castro y las FAR, propietarias a la vez de los sectores económicos más rentables de Cuba, como los hoteles, de los que Marrero fue uno de sus gestores.

Una de las razones de la solidez de la coalición dominante que gobierna Cuba radica en que las FAR controlan los pocos recursos económicos del país que siguen dando ganancias y las redistribuye. La función de gran gestor de todo esto la cumplía Luis Alberto Rodríguez López-Calleja, que murió en 2022 dejando un vacío de poder que alteró los equilibrios internos. No hay que olvidar que, en los regímenes autoritarios, el poder descansa en las personas más que en las instituciones. Por ello, alguien como López-Calleja, que además de llevar la relación con las empresas extranjeras ejercía como fiel de la balanza, resulta difícil de reemplazar. Al mismo tiempo, su desaparición permite una potencial redistribución de fuerzas que posiblemente se ve agravada por la reducción de recursos que repartir y el aumento de la conflictividad social, de la que sin duda son conscientes.

¿Cómo continuará esta historia? Solo Raúl Castro lo sabe. Esperemos que se anime y algo nos cuente dando un discurso el primero de enero, cuando se cumplen 67 años de la Revolución Cubana. Por lo pronto, no está demás hacerse una limpia como la que recomienda Ng La Banda, cuando nos dicen: "Despójate / quítate lo malo / échalo para atrás / límpiate mi hermano".


Francisco Sánchez es director del Instituto Iberoamericano de la Universidad de Salamanca. Aquí puede leer todos los artículos que ha publicado en www.elindependiente.com.