Una persona cercana a Paolo Vasile contaba hace un tiempo que el ejecutivo italiano reconoció, un día, que se les había ido la mano con la telebasura. Lo afirmó tras comprobar la dinámica de Hotel Glam, un reality show que se emitió en 2003, en un intento de innovar en el exitoso género, y que provocó algunos episodios lamentables. Veintidós años después, esos concursos se organizan en internet, al margen de las principales plataformas, y se les puede comparar con las peleas de gallos, aunque, en este caso, no son clandestinas. La más conocida es La casa de los gemelos.

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Sus promotores son los hermanos Daniel y Carlos Ramos, quienes parecen haber comprendido que para competir contra la última edición de Gran Hermano –un desastre-- y La isla de las tentaciones, debían derribar cualquier barrera de contención y corrección. Explotan a personajes patéticos y a viejas glorias televisivas que han recuperado la fama a través de un formato que se dirige a un público muy distinto al de la televisión convencional, el de internet, donde las normas son más laxas y el público no espera a que aparezca el contenido, sino que lo busca.

La televisión siempre ha sido un medio cruel: ensalza con la misma facilidad que desprecia y fabrica muñecos rotos sin descanso. Esa tendencia parece haberse acentuado en internet, donde son habituales las historias de influencers que caen por sus propios precipicios tras unos años de fama. Este nuevo formato riza el rizo: equivale a situar a quienes ya se han caído anteriormente en un lugar donde saben que van a volver a sufrir. El patetismo de esa gente atrae a una audiencia masiva. Y todo es disparatado. No pretendo moralizar en absoluto, simplemente describir en qué consiste este concurso macabro.

Invitados de excepción

Conocí a Los Gemelos hace unos meses, después de que invitaran a uno de sus programas a Simón Pérez, que es un tipo que ha perdido el control de su vida. Hace unos años, trabajaba de asesor financiero y de contertulio en diferentes programas de televisión. Ganaba dinero, era tenido en cuenta en ciertos círculos y se le consideraba como alguien inteligente. Un buen día, grabó junto a su novia, Silvia Charro, un vídeo en el que recomendaba el interés de tipo fijo a la hora de suscribir las nuevas hipotecas. Lo hicieron bajo los efectos de la cocaína. El documento se hizo viral y ahí comenzó una espiral de decadencia que ha llevado a Pérez a mendigar dinero por internet a cambio de dinero para comprar drogas. A algunos espectadores les produce un morbo siniestro el que ese enfermo se haga un tatuaje, se rape la cabeza o lance la impresora por la ventana a cambio de unos cuantos euros.

Los Gemelos le invitaron a su programa porque saben cuál es la fórmula del éxito entre una parte de su audiencia. Cuando la realidad se observa a través de la pantalla del teléfono, parece que hay una parte de la empatía que se pierde. ¿Es internet un vertedero de frustraciones o, en realidad, es la demostración de que, sin contacto entre las personas, tendemos a valorar su peripecia como la de personajes de ficción o como la de avatares?

Hay gente normal, respetada, a quien le gusta observar que una tal Marrash pierde una y otra vez la cordura cuando se emborracha. Es evidente que tiene problemas serios. El otro día, lanzó un macetero al aire y aterrizó sobre la cabeza de un tal Sweet Flow, pinchadiscos y boxeador, a quien tuvieron que coser la herida. Al poco, un concursante llamado Labrador fue expulsado “tras agredir y mostrar comportamientos homófobos” hacia una compañera, que es drag queen y responde al apelativo de Cherilyn Divine.

En protesta por esta decisión de la organización, Coto Matamoros renunció a su trabajo, dentro de la organización del programa, de la que también forman parte personajes asociados a la telebasura como Kiko Hernández y Víctor Sandoval, quienes han terminado como mediadores de esta pelea de gallos, en los submundos de internet. Muy concurridos, por cierto. Las emisiones en directo del programa tienen picos de 1,2 millones de espectadores.

Problemas al principio

La primera edición del concurso se suspendió a las pocas horas de su inicio debido a la violencia extrema que habían exhibido algunos de sus concursantes. El segundo asalto se puso en marcha un tiempo después. Ahora, los espectadores pueden votar a su concursante a cambio de aportaciones de 1,98 euros por cada sufragio. No tengo ninguna duda de que todo esto es muy rentable para sus organizadores, a quienes quizás haya que nombrar sucesores de Óscar Cornejo y Adrián Madrid (La fábrica de la tele), aunque, de momento, con menos problemas legales.

Las televisiones tradicionales han puesto el grito en el cielo –en realidad, critican con sordina-- tras observar la dinámica de La casa de los gemelos. ¿Es inaceptable que se permitan estas dosis de violencia en vivo y en directo? Sería una buena pregunta, pero quizás, antes de recurrir al discurso moralizador, habría que analizar los motivos por los que se intentó ocultar y minimizar la agresión sexual a Carlota Prado, exconcursante de Gran Hermano. Nadie está aquí para dar lecciones.

No tengo dudas de que La casa de los gemelos ilustra bien sobre las miserias de la condición humana –el espectador sádico--, como tampoco de que intoxica, con conflictos emocionales disparatados y constantes, a quien observa. Pero también es cierto que hay cosas peores. Hay quien potencia debates sobre la memoria, la igualdad o sobre su propia situación personal para inyectar estados de ánimo en los ciudadanos y, sobre todo, para confundir. Les recomiendo que pregunten al espectador medio de Mañaneros 360 sobre cuál es la peor sanidad de España y que posteriormente crucen su respuesta con los datos de listas de espera y los mejores hospitales del país para comprobar el efecto de la propaganda sobre el cerebro. ¿Es esa manipulación menos nociva que una bacanal continua, retransmitida en directo, entre personas a las que les falta media primavera, con cierta incontinencia alcohólica y sexual?

Hay ejercicios mediáticos que son igual de malos para el coco que el que una concursante de un reality obsceno rompa una maceta en la cabeza de otro. El resto es pura condición humana y cierta respuesta habitual de los individuos ante la frustración que consiste en paladear las miserias emocionales de los demás para aliviar un poco la carga. Suelen criticarme por pesimista. No encuentro otra forma de ser más racional.

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