Envalentonado por una jornada dramática en la que los centenares de heridos sólo entristecieron a los independentistas cuando servían para imputarle la violencia a la Policía y a la Guardia Civil, Carles Puigdemont anunció que llevará en los próximos días el resultado de la consulta del 1-O al Parlament para que éste aplique lo que se decidió en las vergonzosas sesiones del 6 y 7 de septiembre. Es decir, para que los mismos que aprobaron las leyes de referéndum y transitoriedad, voten esta semana la independencia de forma unilateral.

El 1-O sólo ha servido para validar un guion ya escrito. No importa que no se hayan respetado ni las normas más básicas para que la consulta tuviera garantías democráticas. No importa el coste que ha supuesto en términos de heridos y contusionados. Tampoco que la fractura social en Cataluña se haya profundizado de forma casi irreversible. Por encima de todo, está la independencia.

Ayer vimos a un presidente de gobierno anunciando diálogo con todas las fuerzas políticas, sin exclusiones y a un Pedro Sánchez que manifestó con firmeza estar con el Estado de Derecho, aunque reclamó a Mariano Rajoy que negocie con la Generalitat.

Pero eso no alteró ni un milímetro la hoja de ruta de Carles Puigdemont y Oriol Junqueras, acordada con las organizaciones de masas que sustentan el movimiento: la ANC y Òmnium.

Las ofertas de diálogo no modificaron la hoja de ruta de Puigdemont, porque ya nada detendrá a los independentistas

Los independentistas van a lanzarse a por todas esta semana. Han convencido a sindicatos ¡como CCOO y UGT! para que apoyen una huelga general el próximo martes y la CUP, por su parte, se encargará de que la paz social brille por su ausencia en las calles de las principales ciudades de Cataluña.

La declaración de independencia se presentará no ya como el resultado de un proceso electoral, como el resultado de la voluntad popular, sino como la síntesis de un proceso de movilización, como un chantaje para poner fin a una tensión insoportable.

PP, PSOE y Ciudadanos van a tener que estar a la altura de las circunstancias. Si ceden a ese chantaje, no sólo habrá sido una victoria del independentismo, sino una derrota del Estado de Derecho sin precedentes. Algunos líderes europeos -una minoría- han mostrado preocupación por lo ocurrido en la jornada de ayer y han criticado la violencia de las fuerzas de seguridad. Pero ninguno de los que habló, ni Jeremy Corbyn, ni Charles Michel, ni Martin Schultz han tenido que enfrentarse a un problema como al que se enfrenta Mariano Rajoy.

Lo peor del 1-O es lo que viene después del 1-O. A diferencia del 23-F, en el que el golpismo fue derrotado en menos de 24 horas, el golpe de Puigdemont es de largo recorrido, porque cuenta con un sólido apoyo social, algo de lo que carecían Tejero y Milans.

Habrá que manejar con inteligencia todos los resortes. Hará falta mucha pedagogía, mucha comunicación. Y, por supuesto, diálogo. Pero, al final, habrá que enfrentarse a la cruda realidad: nada hará detenerse a los que quieren la independencia. Nada.

Nos esperan los días más difíciles. Jornadas en las que la unidad de los demócratas será la única garantía de victoria frente a los que quieren destruir el significado de la Constitución de 1978.