El país por una taquillera de Renfe como una taquillera de un cine de Fellini. Suena a exageración, pero todo depende de lo que te importe el país y de lo necesario que te parezca tener a una taquillera con estufa esperando a un viajero romántico igual que la Penélope de Serrat, en vez de pagarle al revisor o usar una máquina expendedora. Un país por una carretera para galgos o para tramperos, podría ser. Todo el mundo, supongo, tiene derecho a su carretera con espejismos de sol y olas de nada. No es que sea lo progresista, es que es lo justo. Aunque si los políticos hacen un aeropuerto sin pasajeros, con aviones de piedra, luego Jordi Évole te hace un reportaje con cinematografía de espagueti western denunciando la era del despilfarro.

En aquel programa de Salvados creo que salían el aeropuerto de Lleida, el puente de Talavera de la Reina o el AVE fantasma de Huesca a Madrid. Todo eso de los proyectos faraónicos, de la vanidad del politicastro autonómico, esa especie de gilismo hortera, entre Marbella y Bagdad, más esa realización con rachas de viento y crótalos arenosos, se unía para dejarnos una mezcla de indignación, estafa y salmuera.

Luego, llegó lo de la España vacía, o vaciada, y la sensación de indignación, estafa y salmuera se daba la vuelta. Teruel era una tierra olvidada y socavada, y de repente había que llevar allí un teleférico bella e inútilmente, como a un nido de águilas. Y no es despilfarro, ni pavoneo de políticos gurteleros, sino justicia. El tren a Navalcarnero que quiso Esperanza Aguirre apestaba a sospecha, por supuesto, a pesar de la indudable existencia de Navalcarnero y sus gentes, tan dignas. El diputado de Teruel Existe, con mochila de Labordeta, de hogaza y flauta, y también con sus negocietes, es por el contrario un héroe indígena y un pastor contra el supremacismo urbanita. Navalcarnero tiene unos 28.000 habitantes. Teruel capital tiene 7.000 más.

Hay tantos derechos, y tantas necesidades, y tantas contradicciones… Quizá los territorios son iguales, y a lo mejor hay que rellenar la España vaciada con la Cataluña favorecida, así como a través de un acueducto romano (eso sí que era despilfarro, porque los romanos no conocían el principio de los vasos comunicantes). A lo mejor no todos los territorios son iguales, y ni siquiera por culpa de la política, sino porque es normal que no haya aeropuertos en los desiertos, ni carrefoures en los cerros, ni hospitales para las gallinas, ni metrópolis en la Antártida. A lo mejor la igualdad que avienta la izquierda puede conciliar los privilegios de las ricas naciones sin estado con los apuros de los pobres pueblos sin casa de socorro. O más bien es que todo depende de la fuerza que tengan la nación mitológica o el villorrio señorial o la provincia sentimental y lanosa.

El disputado voto del señor de Teruel vale lo que dictan la oferta y la demanda, no hay más

El disputado voto del señor de Teruel vale lo que dictan la oferta y la demanda, no hay más. No es cuestión de justicia ni de necesidad ni de que dé más o menos pena un señor con zamarra o una gorrinera sin semáforo. Mi pueblo, Sanlúcar de Barrameda, dobla en población a la ciudad de Teruel y tiene más de la mitad de habitantes que esa provincia, y ni siquiera podemos pedir taquilleros de Renfe que se duerman con el transistorcillo porque no tenemos tren. Y para qué vamos a hablar de Extremadura… Pero se ha decretado la subasta general del país y cada uno rebaña y pellizca lo que puede. El Congreso ya no es un parlamento nacional, lo he dicho otras veces, sino una reunión de comerciales que mercadean por lo suyo. Recordaba hace poco Félix Ovejero esto tan viejo de Edmund Burke: “El Parlamento no es un congreso de embajadores con intereses diferentes y hostiles (…), es la asamblea deliberativa de una nación, con un interés, que es el del conjunto”. Suena gracioso esto, metidos como estamos en el desollamiento nacional, en el saqueo del país, entre políticos de zurrón y tajada.

El señor de Teruel hace lo que todos. Que no venga con los sabañones de pastor, con la esterilla de los pobres, con la vela de mocos del abandonado. No le asiste más justicia que a muchos otros, sólo la oportunidad y la fuerza esquinera de su asiento en el Congreso. Pero, la verdad, al señor de Teruel no se le puede pedir que renuncie a su tren con factor y a su rotonda con tomatera, a que le rellenen su España vaciada igual que se rellenan las zanjas keynesianas abiertas antes. No se le puede pedir que piense en el brumoso bien común cuando pueden ponerle un museo del queso o un médico fascinado con los potes locales, como aquel doctor en Alaska. No se le puede pedir porque no va a ser el único tonto en este juego. El país por una taquillera con termo de flores. No suena tan exagerado. Es normal que no importe el país cuando te dicen que no existe tal país. Pedir, en la subasta sanchista, no ya un gesto patriótico (no nos pongamos rancios), sino desprendido, es como pretender encontrar un escrupuloso en una orgía. La culpa no es del señor de Teruel, que es normal que quiera su carretera bien peraltada y a lo mejor una caravana de colonos o esposas, sino de Sánchez, que anima a la rapiña; de Sánchez, que ahora es como Mr. Marshall y tiene a todos los ingenuos vestidos de progresismo como de falso andaluz. Veremos si el presidente, el caro presidente, el doloroso presidente, pasa luego de largo por Teruel y hasta por Tractoria, dejando sólo el polverío de sus zapatos y sus coches de guapo sobre mesas peticionarias, farolillos raciales, labriegos estafados y alcaldes con la boca abierta.

El país por una taquillera de Renfe como una taquillera de un cine de Fellini. Suena a exageración, pero todo depende de lo que te importe el país y de lo necesario que te parezca tener a una taquillera con estufa esperando a un viajero romántico igual que la Penélope de Serrat, en vez de pagarle al revisor o usar una máquina expendedora. Un país por una carretera para galgos o para tramperos, podría ser. Todo el mundo, supongo, tiene derecho a su carretera con espejismos de sol y olas de nada. No es que sea lo progresista, es que es lo justo. Aunque si los políticos hacen un aeropuerto sin pasajeros, con aviones de piedra, luego Jordi Évole te hace un reportaje con cinematografía de espagueti western denunciando la era del despilfarro.

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