José Luis Ábalos ejemplifica a la perfección el principal vicio de los partidos españoles, y es el de moldear la realidad a su antojo para proteger sus intereses. Pocas torres hay más altas en Ferraz y pocos cargos en el PSOE con la capacidad para adaptar el mensaje a cada circunstancia, pese a que eso implique caer a menudo en el ad hominem y en la falacia.

Como la memoria es corta y el negocio de la información se ha convertido en una especie de torrente de agua que arrasa con todo a su paso, incluida la memoria de los ciudadanos, la sucesión de insidias que ha pronunciado Ábalos en los últimos días no tendrá especiales consecuencias a futuro.

Porque los partidos gobiernan sobre las instituciones y anteponen sus intereses particulares al general. Si hace falta salvar la cara de una de sus vacas sagradas, recurren a cualquier estrategia. Incluida la de acudir al plató o a las páginas de un medio relativamente afín para tratar de salir reforzado. Quien quiera entender, que entienda.

Varias versiones

Merece la pena exponer la sucesión de acontecimientos que han ocurrido durante los últimos días para poder determinar el grado de desvergüenza del ministro en cuestión. El pistoletazo de salida lo dio Vozpópuli, cuando publicó que Ábalos se había reunido con Delcy Rodríguez en el Aeropuerto de Barajas, pese a que la política venezolana tiene prohibido pisar el área Schengen. Entonces, la respuesta del Gobierno fue negar la reunión.

Pocas horas después, el Ministerio de Transportes reconoció que hubo un encuentro fortuito -pasaba yo por la pista del aeropuerto de noche, como acostumbro- y que los dos políticos se saludaron, pues lo contrario hubiera sido incurrir en la mala educación.

Posteriormente, se afirmó que Delcy había bajado del avión, hasta una sala de tránsito. Y, unas horas más tarde, se dijo que la misión de Ábalos en Barajas había sido consecuencia de una petición de Fernando Grande-Marlaska, quien había encargado a su compañero de Gobierno que Rodríguez no bajara del avión.

El domingo por la noche, en el programa de Ana Pastor en laSexta, Ábalos afirmó que Delcy descendió de la aeronave para cambiarse a otra. También incidió en que el 'saludo' duró entre 20 y 25 minutos, de lo cual se deduce que fue uno de los más largos de todos aquellos que los hombres se han dedicado en los últimos milenios.

A las pocas horas de que el ministro pronunciara esas palabras, el medio digital que reveló este escándalo publicó una información que apuntaba a que la venezolana había dado un buen paseo por el aeropuerto.

Dije digo

Lo más curioso de todo es que, cada vez que la prensa pillaba en una nueva mentira a Ábalos, el gran periódico aliado del Gobierno subía a portada la última hora sobre el coronavirus. Vaya usted a saber si el número de contagiados hubiese sido menor si el ministro de Transportes hubiese dicho la verdad desde el principio. ¡Cuánta irresponsabilidad!

No hay duda de que los hechos son lo que constituye la esencia de la noticia y que, en este caso, lo importante es que Ábalos se reunió en Barajas con una mandataria que tiene restringida la entrada en el área Schengen.

El Gobierno acostumbra últimamente a decir y a desdecirse con una especial frecuencia, así como a minusvalorar la inteligencia de la prensa

Ahora bien, conviene prestar atención al envoltorio, pues ahí se halla una nueva tropelía comunicativa del Gobierno, que acostumbra últimamente a decir y a desdecirse con una especial frecuencia, así como a minusvalorar la inteligencia de la prensa. Que, por otra parte, tampoco es excesivamente elevada, bien por interés o bien por la presencia de un cuadro patológico.

En cualquier caso, cuando el ejercicio de rendir cuentas ante los periodistas se convierte en una sucesión de mentiras, requiebros y circunloquios insustanciales, el gobernante -quien sea- incumple una parte importante de su función, que es la de comunicar al ciudadano de forma transparente los movimientos que ha realizado y su porqué.

Ábalos no caerá porque no es Máximo Huerta ni Carmen Montón. Es uno de los tótems del PSOE y eso le concede implícitamente el don de la inviolabilidad. Así funciona España y de esta forma han corroído los partidos, poco a poco, los cimientos del sistema.

En realidad, no pagarán el precio, dado que tras ejercer de verdugos del Estado de Derecho, se venderán como salvadores y las mayorías comprarán sus mensajes. Triste panorama.

José Luis Ábalos ejemplifica a la perfección el principal vicio de los partidos españoles, y es el de moldear la realidad a su antojo para proteger sus intereses. Pocas torres hay más altas en Ferraz y pocos cargos en el PSOE con la capacidad para adaptar el mensaje a cada circunstancia, pese a que eso implique caer a menudo en el ad hominem y en la falacia.

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