Vivimos polarizados. Ha llegado un momento en el que todo comentario vertido tiene su respuesta incendiaria. La quiebra social se manifiesta en todo, desde la posición contra el cambio climático hasta la inmigración, pasando por el fútbol o las creencias religiosas, todo parece incendiarse a la que alguien abre la boca, o pone un tuit.

Como especie, la comunicación no violenta se nos hace necesaria. Creemos que hemos inventado el “win-win”, pero en la naturaleza se crean asociaciones que si no es por el bien común, no existirían. La ciencia lo llama mutualismo, pero el pez payaso y la anémona conviven felices defendiéndose y cuidándose mutuamente aunque no tengan nada que ver. Conviven porque lo necesitan. En este mundo conectado en el que todos tenemos interacción, o nos entendemos un poco, o acabamos a palos.

Pilar de la Torre es psicóloga, terapeuta, y una de las mayores especialistas en la técnica creada por Marshall Rosenberg de la Comunicación No Violenta. En su libro Fundamentos y prácticas de Comunicación No Violenta (Arpa) podemos leer que todos los seres humanos poseemos unas necesidades comunes que guían nuestras acciones y que la violencia es un medio muy poco eficaz para cumplir con ellas. Si reconocemos en el conflicto nuestras propias necesidades, las de los demás, y sobre todo los sentimientos relacionados con ellas, será más fácil alcanzar una comunicación genuina y fomentar relaciones más equilibradas y serenas.

Pregunta.- Exactamente ¿en qué consiste la CNV?

Respuesta.- Es un aprendizaje muy concreto para incorporar a nuestra vida mecanismos que sean eficaces a la hora de relacionarnos con los demás. Culturalmente existe la creencia de que no ser violento en un conflicto implica ceder o aceptar lo que no queremos. No ha de ser así. No estamos hablando de pacifismo o buenismo, hablamos de comprender lo que está pasando antes de reaccionar. Tenemos un modelo “ojo por ojo” desde hace miles de años que nos hace pagar un precio muy caro, y que no nos acerca. Todos hemos aprendido a comunicarnos según lo que hemos visto, con patrones de actuación del neolítico basados en tener la razón o aplicar el castigo. Ahora no tiene por qué seguir siendo así. La idea no es que abandones tus límites, sino que profundices en la persona que tienes delante. Alguien que me llama idiota, por ejemplo, probablemente está necesitando comprensión y no sabe expresarlo de otra manera. Responder “idiota tú” no sirve de nada, pero preguntar “¿qué te pasa?” es probable que nos dé claves sobre lo que realmente ocurre.

P.- Suena muy bien. Pero hablando a nivel práctico, ¿es eficaz?

R.- Por supuesto. El ser humano tiene unas leyes universales de funcionamiento en lo emocional. Es imposible que escuches a alguien con atención profunda y se moleste. Somos un iceberg en el que solamente asoma una parte muy pequeña de nuestra personalidad. Yendo de corazón al fondo de la persona con la que nos relacionamos, y tratando de comprender, descubres otras vías para establecer un contacto positivo para ambos. Se habla mucho de la empatía, que en realidad es una comprensión profunda. No mental, sino profunda y emocional. No es ciencia ficción. Ya se ha puesto en marcha con éxito en grupos de personas como empresas y en colegios, y funciona. Suena como amor universal, etc. Pero en comunicación no violenta aprendemos a decir NO y a poner límites. El buenismo no funciona. Se confunde con caos.

P.- A mí me resulta muy violento que se interrumpa repentinamente un contenido que me gusta para poner anuncios, o que siempre, sin excepción, estén “todos los operadores ocupados” en cualquier servicio de atención telefónica. ¿Vivimos en un mundo cada vez más violento?

R.-  Es importante diferenciar violencia de frustración. Probablemente si entendieras mejor a las personas o empresas que hacen lo que no te gusta, serías capaz de ver otros caminos. A veces nos comportamos como los dos burros amarrados de la fábula, que cada uno tiraba hacia su heno y no conseguían comer. Solamente cuando se entendieron, vieron la forma de colaborar y comer ambos.

P.- La CNV no es nueva, sino que viene del trabajo de Marshall Rosenberg durante los años 60 y 70. ¿Cómo lo descubriste?

R.- Me formé en Suiza de la mano del propio Marshall, a principios de los años 2000. Él es un “ingeniero” de las relaciones, y no se trata de ningún “gurú” moderno. Creó esta certificación para poder dar seguridad a quienes se formaran. A pesar del tiempo transcurrido, en España no estaban ni sus libros traducidos. Así fue como creamos el Instituto de la Comunicación No Violenta. Durante todos estos años se ha demostrado muy eficaz para la resolución de conflictos entre las personas, tanto a nivel profesional como personal.

P.- ¿Algún ejemplo cotidiano que ayude a entender de qué hablamos?

R.- Yo le cuento algo a un amigo que me quiere mucho, y quiere demostrarme que le importo. Analiza lo que digo, me hace un diagnóstico, y me da consejos. Sin que se los pida. Muchas veces, lo último que queremos son consejos. Él lo hace desde su buena voluntad, pero también desde la ignorancia de lo que necesito. No sabe hacerlo de otra manera. Cualquier cosa que se dice hoy en día, es analizada. En la CNV aprendemos otro camino,que puede ser conseguir que la persona se sienta entendida. Aceptada. Punto.

P.- Para poder responder de forma diferente a como lo hemos estado haciendo durante toda nuestra vida, en una cultura milenaria diferente, supongo que tendremos que ir poco a poco…

R.- No se trata de cambiar de la noche al día, no es posible. Pero si vas incorporando los pasos concretos y viendo los resultados, notarás las diferencias. Aunque todo es gradual. Llevo más de 20 años en ello y a veces me doy cuenta de que “las vísceras me pueden” y no paro de aprender. Hay cosas elementales que todavía no podemos comprender de nuestra propia naturaleza.