Cada vez que Nadia acudía al colegio algo dentro de ella la paralizaba. Solo de pensar que tenía que cruzar esa puerta y encerrarse durante todo el día en aquel edificio, le entraban ganas de tirarse por la ventana. Eso es lo que le dijo a su madre cuando, desesperada por el bullying que sufría, con tan solo catorce años se vio al límite. Todos los días recibía comentarios como "bola de sebo" o "Chips Ahoy". Y no solo eso, también se metían con ella a través de las redes sociales.

Nadia no ha sido la única niña a la que ir al colegio le suponía un infierno. Se estima que alrededor de dos millones de menores en toda España sufren acoso o bullying. Y de esos dos millones de víctimas, entre cien y mil doscientos mil sufren acoso de alta intensidad.

Situaciones de maltrato entre iguales que se ve reiterado en el tiempo, un desequilibrio de fuerzas y un abuso de poder. Uno de los principales problemas del acoso escolar es que la sociedad no sabe cómo actuar. Unos miran a un lado creyendo que eso no va con ellos, otros, en cambio, se posicionan con la víctima, algo que al parecer, no ayuda. Focalizar sobre la víctima en vez de sancionar a los agresores es uno de los errores más comunes en el manejo institucional de estas situaciones.

Lo cuenta Carmen Cabestany, una de las mayores expertas en la lucha contra el acoso escolar, en el libro El bullying es cosa de todos, en el que trata de dar las claves para erradicar esta lacra social, a la vez que denuncia los errores que se están cometiendo.

El silencio de los alumnos o los profesores contribuye a que el acoso siga sucediendo

"En la comunidad educativa, conformada por alumnos, profesores, padres, directores y órganos de los centros escolares y la Administración educativa suele imperar la ley del silencio. En general, hoy en día, aún desconocen la envergadura del acoso escolar", expone Cabestany, que ha trabajo durante veintisiete años en la docencia y doce en la directiva de la Asociación NACE (No Al Acoso Escolar).

El padre de Nadia no daba credibilidad a estas situaciones o las minimizaba restándole importancia. Por otro lado, los compañeros de clase hacían como si nada pasara, los profesores tampoco intervenían... Todo ese silencio se fue caldeando hasta explotar en la pequeña. Nadie hacía nada, nadie señalaba al autor del acoso, nadie explicaba por qué recibir todos los días comentarios humillantes estaba mal, lo que, por supuesto, no ayudó a la situación. De hecho, el silencio de los alumnos o los profesores contribuye a que el acoso siga sucediendo.

Aunque parezca una cosa de dos, hay un montón de agentes y observadores como alumnos, profesores, padres, directores o psicólogos que miran a otro lado y se convierten en cómplices de la situación. "A menudo, los agentes que tienen que intervenir para ayudar a encontrar una solución, no solo no lo hacen, sino que suman toda una serie de daños colaterales", cuenta la docente en el libro.

La profesora considera que en los colegios sigue estando "mal visto" hablar de bullying, y que todo lo que rodea al acoso es un tema tabú: el sufrimiento, las secuelas de por vida o el suicidio. Denuncia, además, que los docentes no explican a los alumnos cómo deben actuar en estos casos. De hecho, el comportamiento de los compañeros tienen más importancia de la que creemos. Son el público principal del agresor para sentirse bien.

Los jóvenes suelen actuar de diferentes maneras. Se suman al agresor; no participan directamente, pero animan al maltratador; permanecen en silencio; o se posicionan del lado de la víctima. Pero esto último suele ser muy poco común porque eso supondría situarse frente al agresor, lo que asusta a la mayoría.

Centrarse en las características de la víctima para justificar el maltrato es injusto y es tanto como decir que se lo merece

Como cuenta la profesora, cuando un niño sufre acoso acaba salpicando también a la familia. A veces los padres no se ponen de acuerdo con cómo actuar. Además, Cabestany insiste en la importancia del trabajo de los profesores. Cuenta en el libro que una vez, una madre acudió a un Equipo de Asesoramiento Psicopedagógico porque temía que su hija se suicidara como lo había hecho una chica del barrio por sufrir acoso escolar, a lo que le respondió: "Bueno, señora, ya sabemos que nacemos para morir".

Además, a lo largo del libro Cabestany desmiente algunas de las falsas creencias. Recuerda que los niños no exageran, más bien al contrario, "cuentan la mitad de la mitad por vergüenza, por miedo o por no hacerles daño a los progenitores", cuenta. Centrarse en las características de la víctima para justificar el maltrato es injusto y es tanto como decir que se lo merece.

En sus años de experiencia, la autora ha tenido que atender muchos casos en los que ha podido ver cómo los agresores no se cansan, al contrario, se envalentonan. "Si nadie actúa, lo más probable es que el acoso aumente y vaya escalando hasta llegar a situaciones muy graves", cuenta.

A la hora de abordar el acoso, Cabestany recuerda que "nunca se debe enfrentar a una víctima con su agresor, no solo por lo perjudicial que es para la propia víctima, que tiene miedo a contar la verdad delante de su agresor, sino porque parece que se banaliza la situación, como si algo tan grave pudiera solucionarse con un apretón de manos entre los implicados".

En El bullying es cosa de todos la autora nos hace comprender que el acoso escolar es un problema que afecta a toda la sociedad, en el que "todos tenemos en nuestras manos parte de la responsabilidad y parte de la solución". Así, podremos intentar reducir o prevenir este tipo de situaciones que hace que para muchos niños sea todo un infierno ir al colegio.