Si hay una verdad ineludible tras lo acontecido con el apagón nacional que sumió ayer al país en la oscuridad durante más de 12 horas consecutivas es que la generación Z es plenamente dependiente de los asistentes digitales. Lo hemos podido ver con Chat-GPT, con Siri y, ahora, con la dependencia que estos tienen de Google Maps, la popular aplicación de navegación marca Google de la que, sin ella, muchos jóvenes han demostrado no saber volver a su casas.
A las 12.32 horas de la mañana del lunes, la luz se fue en toda España. Las comunicaciones dejaron de funcionar y la gente, al más puro estilo mediterráneo, se adueñó de las calles para disfrutar de una cervecita en cualquier terraza disponible. Esta desconexión digital fue abanderada por la generación de TikTok, socializando con los suyos y documentándolo todo en imágenes y vídeos con la esperanza de publicarlos en sus redes sociales una vez volviese la red. Detox digital con pinzas, vaya. Ahora bien, tras tres o cuatro horas disfrutando del buen tiempo en la mejor de las compañías, es hora de volver a casa y, como Dios con Adán en el fresco que Miguel Ángel dejó estampado en la Capilla Sixtina, los dedos jóvenes rozan sus móviles para abrir Google Maps y enfrentarse a la ruta y el tiempo estimado de larga caminata que les espera para volver a sus casas. Entonces, horror, la aplicación necesita de internet para funcionar. La disociación móvil ya no tiene tanta gracia.
Cuando el 'punto azul' se torna gris
Resulta irónico que, hace apenas tres días, un artículo publicado por el periodista británico John Harris en The Guardian evidenciara que, entre 2019 y 2024, las intervenciones de rescate en zonas montañosas de Reino Unido habían aumentado un 24%, duplicándose en el grupo de entre 18 y 24 años. Con frecuencia personas que se habían adentrado en la maleza móvil en mano, confiando plenamente en que la red no les dejaría tirados. Al final, para lo que les sirve el móvil es para llamar a emergencias: no saben dónde están y la app que les suele ser de ayuda no vale para nada.
Harris apunta que, si bien el GPS ofrece comodidad en entornos urbanos, su carencia de información detallada fuera de la urbe "infantiliza" al usuario, privándole de las destrezas necesarias para orientarse sin asistencia y "siendo plenamente dependientes de un puntito azul": aquel que indica nuestro posicionamiento en Google Maps. Sin embargo, el apagón demostró que esa vulnerabilidad no se produce únicamente en territorios de montaña.
La generación Z ha delegado la tarea de orientarse a una aplicación, renunciando por completo a todas esas neuronas encargadas de procesar rutas, referencias y direcciones. No sólo perdieron Google Maps: perdieron su lugar en el mundo. Una pérdida de autonomía que para muchos se tradujo ayer en caminatas largas y erráticas a puntos que les "sonaban de algo" y desde los que confiaban descubrir cómo volver a casa.
Atención visual alterada
La revista Nature lanzó en 2020 un estudio que demuestra lo mismo: aquellos que dependen plenamente de los GPS, sin conocer siquiera los nombres de las calles que los rodean, muestran un empeoramiento significativo de su memoria espacial y de la habilidad para crear mapas mentales del entorno cuando son obligados a navegar de forma autónoma. Las generaciones jóvenes son especialmente vulnerables a ello, pues llevan prácticamente toda su vida confiando en aplicaciones de navegación, sin plantearse siquiera cómo funcionaba el mundo hace cincuenta años, cuando no había ninguna app para guiarnos.
Un artículo publicado en 2022 ampliaba lo expuesto en Nature y alegaba que estas personas dependientes no sólo presentan un peor rendimiento en las tareas de memoria espacial, sino que presentan también un patrón de atención visual alterado. Los usuarios no se fijan en puntos de referencia a los que poder volver en caso de desastre; lo único que los reconcome por dentro es mantener una atención plena a lo que diga el móvil. Pero, si el móvil falla, el sentimiento de alerta es inminente, y no presta espacio a la calma o el raciocinio. Ya no es cosa de generación Z: cualquiera busca, con impulsividad, ubicarse en algún lugar, el que sea. Pero, si la capacidad adaptativa de tu cerebro ante situaciones de emergencia está frita, acostumbrada a un asistente móvil con el que resolver tus problemas, es ahí donde empiezan tus problemas.
Ayer, la generación Z estaba perdida. Quizá se encontraban en la madrileña Puerta del Sol y, desorientados, no sabían cómo dirigirse a Atocha. O a Cibeles desde Plaza Castilla (un trayecto que es todo línea recta). Bien es cierto que, ante situaciones de crisis, la impulsividad les hace querer encontrarse rápidamente, y para ello el puntito azul que indica nuestro posicionamiento resulta muy útil. Pero, sin internet, el azul se torna grisáceo. Opaco. Oscuro. Sin luz.
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