Ayer, la Fundación Princesa de Asturias concedió su premio de Ciencias Sociales al demógrafo estadounidense Douglas Massey. En plena cruzada de la Administración Trump contra los inmigrantes, legales o ilegales, que residen en Estados Unidos, el jurado ha reconocido las "aportaciones fundamentales" de este profesor de Princeton, presidente de la Academia Americana de Ciencias Sociales y Políticas, a la comprensión de las migraciones internacionales y sus consecuencias en la segregación urbana y la estratificación social" en el contexto de la globalización.
También ayer, el presidente norteamericano Donald Trump, en una de esas emboscadas ovales que prometen hacerse recurrentes durante su mandato, acusó al presidente de Sudáfrica, Cyril Ramaphosa, de ocultar el acoso y el genocidio contra la población blanca, esgrimiendo pruebas falsas, y pocos días después de ofrecer asilo a familias de granjeros sudafricanos supuestamente discriminados en su país.
La grotesca ejecutoria trumpiana no hace sino subrayar la oportunidad del premio a Massey, conocido por sus estudios sobre las migraciones en el continente americano, pero también sobre la desigualdad estructural que sufre la población negra en Estados Unidos. Una clase de apartheid que debería preocupar a Trump más que el imaginario genocidio sudafricano. Porque es real, porque está evaluado y porque es la herida más grave y persistente que padece la sociedad estadounidense, tal y como demuestran episodios como la muerte de George Floyd, de la que están a punto de cumplirse cinco años –el próximo 25 de mayo– y que desencadenó el movimiento Black Lives Matter.
Segregación secular
En 1993, Massey publicó con la profesora Nancy Denton el libro American Apartheid, un estudio demoledor sobre el efecto de la intersección de pobreza y racismo en las vidas de la población negra y su segregación en las ciudades de Estados Unidos. Desde que a finales del siglo XIX se reconoció la existencia de los primeros guetos negros, y pese a la Ley de Vivienda Justa aprobada en 1968, la segregación se ha perpetuado a través de una acción combinada de comportamientos individuales, prácticas institucionales y políticas gubernamentales. Un grado de "apartheid" que en determinadas áreas de las principales ciudades de Estados Unidos, por el nivel de aislamiento, marginalidad y miseria que padecen, justifica el uso del superlativo "hipersegregación", impropio de cualquier sociedad que se dice avanzada.
Desde la publicación de aquel libro y de papers previos con Denton, Massey ha monitorizado la evolución de la segregación de la población negra en Estados Unidos, y sus conclusiones, más de tres décadas después, no son halagüeñas: sigue existiendo y sigue siendo determinante para las personas que lo padecen.
A través del estudio de los datos que le ofrece la larga serie estadística, Massey ha seguido demostrando que la segregación estructural se agrava dramáticamente en situaciones de crisis económica, disparando en los núcleos de hipersegregación la indigencia y la violencia. La adaptación de la población a la dureza de las condiciones de vida de estos lugares propicia la consolidación de actitudes, comportamientos y prácticas que ahondan en la marginalidad de esos barrios, "socavan la salud de los afroamericanos, reduce su esperanza de vida y perjudican su desarrollo cognitivo", minimizando las posibilidades de éxito vital de los individuos que forman parte de estos guetos del siglo XXI.
Condenados al rechazo
Desde la Oficina de Investigación de Población de la Universidad de Princeton, Massey ha investigado a fondo el impacto de la discriminación histórica incluso en las familias negras de mayor poder adquisitivo. Su investigación muestra que en 1970, poco después de la aprobación de la Ley de Vivienda Justa, los estadounidenses negros acomodados vivían en vecindarios con un potencial de riqueza inmobiliaria promedio significativamente menor que los blancos acomodados e incluso que los blancos pobres. Para 2010, los afroamericanos acomodados habían superado a los blancos pobres en potencial de riqueza inmobiliaria, pero habían retrocedido respecto a los blancos acomodados. En uno de sus estudios con el investigador Jonathan Tannen, Massey explica que el valor de las viviendas se traduce directamente en acceso a educación de mayor calidad, dado que las escuelas públicas en Estados Unidos se financian con impuestos inmobiliarios.
Mientras que otros grupos étnicos han podido convertir su prosperidad económica económicas en viviendas en mejores vecindarios y ventajas para sus hijos, para los afroamericanos esta transición ha sido "frustrada por la segregación y el prejuicio y la discriminación que la crean y mantienen". Massey señala que este daño se extiende a través de generaciones y continúa en la actualidad.
Racismo estructural
Para el demógrafo, la "segregación residencial constituye el elemento estructural de la estratificación racial en Estados Unidos" y tiene la capacidad de reforzarse a sí misma. Según sus investigaciones, los blancos sobreestiman sustancialmente las tasas de criminalidad en comunidades con residentes negros. Aunque los datos de dichos vecindarios sean objetivamente buenos, junto con los de calidad escolar y valor de las viviendas, los blancos son progresivamente menos propensos a comprar una casa en un vecindario a medida que aumenta el porcentaje de residentes negros. Massey explica que estos sentimientos causan y son causados simultáneamente por la segregación, ya que el racismo (consciente e inconsciente) estructura la cognición social de los estadounidenses. Como parte de este ecosistema tácita o implícitamente racista, instituciones básicas como las administraciones públicas, la justicia penal, el sector inmobiliario, la banca o los seguros siguen altamente racializadas.
Según el análisis de Massey, la segregación de la vivienda no solo deriva en última instancia de la persistencia del racismo anti-negro, sino que se vincula con el reciente aumento del prejuicio anti-hispano.
Aunque existen ejemplos de comunidades integradas con éxito, son la excepción. Los lugares con poblaciones negras pequeñas y acomodadas han logrado integrarse, pero las comunidades urbanas negras más grandes del país mantienen altos niveles de segregación. Y una vez que una gran población negra está altamente segregada en un entorno urbano, se vuelve muy difícil avanzar hacia la integración porque la segregación perpetúa las condiciones del vecindario que sustentan los estereotipos negativos. La pescadilla que se muerde la cola. Aproximadamente un tercio de todos los negros urbanos viven bajo condiciones de hipersegregación. Massey es pesimista respecto va que puedan evolucionar positivamente.
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