Eliud Kipchoge lleva una hora y 40 minutos corriendo a un ritmo infernal, constante, zancada a zancada, 2:50 el kilómetro, pero todavía le sobran ánimos para posar su mirada en la cámara instalada en el coche que le marca el camino. Y esboza una sonrisa picarona. Sabe que lo va a conseguir.

En efecto, 20 minutos después, Kipchoge levanta los brazos en la Hauptallee de Viena. Se acaba de convertir en el primer ser humano que corre los 42,195 kilómetros de un maratón en menos de dos horas. Toda una hazaña, aunque muchos puristas ven con recelo este proyecto de laboratorio promovido por Ineos y Nike. No es atletismo, es publicidad, esgrimen. Quizás tengan razón, pero es indudable que lo conseguido por este keniano de 34 años en las calles de Viena quedará grabado para siempre.

El ser humano no tiene límites. Soy el primero, pero no seré el último"

Eliud Kipchoge

Al final cruza la meta en 1:59:40 y ahí le espera su mujer con una bandera de Kenia. Y el grupo de 41 liebres que le ha ayudado a la proeza le levanta y le aclama. Iba sobrado Kipchoge, porque instantes después de cruzar la meta vuelve a acelerar para chocar la mano con el público. Parece como si no pudiera parar de correr. Un superhombre curtido en el Valle del Rift, de paso elegantísimo, 1,67 metros y menos de 60 kilos.

"Me siento bien", son las primeras palabras que salen de su boca cuando le acercan un micrófono. "El ser humano no tiene límites", añade, un mantra que ha repetido una y otra vez en las últimas semanas. "Ningún humano tiene límites. Yo soy un paso más en este camino: soy el primero pero no seré el último".

Reto conseguido a la segunda oportunidad

El keniano ha mantenido un ritmo diabólico durante las dos horas: 21,1 kilómetros por hora. Es decir, a casi seis metros por segundo, lo que equivale a unos 17 segundos cada hectómetro. Imagínese salir de la Puerta del Sol, echar a correr y en menos de dos horas estar ya más allá de Alcalá de Henares, pisando ya la provincia de Guadalajara. Eso es a grandes rasgos lo que ha logrado Kipchoge. Una barbaridad.

Ya lo intentó en 2017 en el circuito de Monza, pero entonces se quedó a 25 segundos de la barrera de las dos horas. No obstante, hay que aclarar que ni aquel tiempo de 2:00:25 ni el logrado en Viena están homologados por la Asociación Internacional de Federaciones de Atletismo IAAF) debido a las condiciones «de laboratorio»: liebres entrando y saliendo continuamente y un coche que marca el ritmo además de eliminar el aire en contra.

El actual récord mundial oficial son las 2:01:39 que logró el propio Kipchoge en septiembre de 2018 en Berlín. Kenenisa Bekele se quedó recientemente a dos segundos de esa plusmarca también en la capital alemana. Son las dos únicas ocasiones en las que se ha bajado oficialmente de dos horas y dos minutos.

¿Por qué han elegido la ciudad de Viena?

Los organizadores montaron un circuito de 9,6 kilómetros en la Hauptallee de la capital austríaca, justo al lado del estadio de fútbol Ersnt Happel, donde España se proclamó campeona de la Eurocopa en 2008. Kipchoge tuvo que dar 4,4 vueltas al circuito, que constaba de dos largas rectas de 4,3 kilómetros y dos zonas de giro lo suficientemente amplias como para que el atleta no perdiera velocidad.

La empresa Ineos eligió Viena porque presenta unas condiciones óptimas para asaltar la marca: un 80 por ciento de humedad, una temperatura de entre 7 y 14 grados, una altitud de 165 metros sobre el nivel del mar y un aire de calidad sin mucha contaminación. Además, el circuito era totalmente plano: Kipchoge apenas ascendió 2,3 metros en las dos horas que duró el reto.

La importancia del coche en cabeza

Kipchoge corrió en todo momento detrás de un coche eléctrico que le iba marcando el ritmo. Además, le protegió del viento y proyectó un láser sobre el asfalto para que el keniano solo tuviera que mantener esa velocidad.

«Cualquiera que haya corrido un maratón sabe lo difícil que es mantener el mismo ritmo durante toda la carrera», señaló en los días previos el director del reto, Peter Vint. «El tema es que cualquier variación en el ritmo causa una demanda energética. Y es bien sabido que las mejores marcas se han conseguido cuando la velocidad ha sido constante».