Que un periodista especializado en música clásica reciba en el Teatro del Liceo de Barcelona el premio Biblioteca Breve por su primera novela tiene su gracia. Que la novela en cuestión trate de un escritor bloqueado después de alcanzar un éxito universal con su primer libro suena a conjuro metaliterario. El jurado no fue capaz de resistirse al juego, o simplemente se rindió ante los poderosos argumentos narrativos de El vuelo del hombre (Seix Barral), una novela exuberante e imaginativa que derrocha tramas, personajes y ambientes, y que llama poderosamente la atención en el anémico panorama literario español, dominado por la autoficción, los hechos reales o la ramplonería descaradamente comercial.

"Ahora se habla de ficción pura, novela novela, ficción ficción, como si hubiera que subrayarlo. Creo que vivimos en un exceso de literalidad, parece que cuesta dejar volar la imaginación", explica el autor de El vuelo del hombre, Benjamín G. Rosado (Ávila, 1985), en conversación con El Independiente. "El libro no solo utiliza la metáfora, sino que habla mucho de las metáforas, que es un territorio de ambigüedad. Yo creo que los ingredientes que tiene que tener una buena escritura, y no digo que la mía lo tenga, son rigor, la palabra precisa; lirismo, que tenga una resonancia; y ambigüedad, que es dejar espacio al lector", asegura, siguiendo a uno de sus escritores de referencia, Ian McEwan.

El escritor paracaidista

La entrevista tiene lugar en el Café Comercial de Madrid, donde hace unos años Rosado organizó un ciclo de pequeños conciertos de clásica. Uno de los muchos episodios de su desempeño profesional vinculado a la música, sobre todo como periodista, en numerosos medios, hasta hace muy poco como redactor de El Mundo y recientemente, casi al compás de su premio, en las páginas de El País. También ha sido gestor cultural y negro literario. Así que le sobra el oficio aunque no se le adivinara la intención, y de ahí la sorpresa cuando el pasado 13 de febrero sonó su nombre en el Liceo.

Por eso se sintió y se siente un poco paracaidista en el mundo de la literatura. "Un paracaidista que aterriza en una ciudad en una misión de rescate. De rescate de mí mismo. Fue un día inolvidable, me hizo inmensamente feliz. Estas cosas a veces le pasan a quien menos lo persigue. Y yo no he perseguido ver mi nombre en la portada de un libro a toda costa, sino que le he tenido mucho respeto y mucho miedo. A mí me gusta escribir y estoy satisfecho del premio, pero la parte de dar la cara la llevo fatal, porque ni tengo cara, ni la sensación de tener cosas que decir. Aunque me voy haciendo más rápido de lo que pensaba. Es decir, mi gran miedo era esta cosa del escritor que es personaje y que tiene respuestas para todo. Me agobiaba un montón porque realmente yo no tengo respuestas para casi nada, incluso para lo fácil. Y no porque me falten lecturas o lo que sea, que también, sino porque en realidad dudo mucho de todo. Esa duda permanente favorece la escritura de ficción, porque te permite ser permeable, entender todo y te da mucha cintura, pero no favorece tanto la figura del tertuliano, del opinion maker, aunque a mí nadie me ha llamado ni me ha pedido que sea tertuliano. Pero es que esa figura del escritor que puede decir cualquier cosa ya ni nos la creemos, ese tipo de mitomanía se está acabando. Yo creo que mi única tabla de salvación es la naturalidad, aunque en la naturalidad uno está condenado a decepcionar".

Benjamín G. Rosado.

Rosado no tendrá respuestas, pero desde luego no necesita que le pregunten para hablar mucho, articulada y torrencialmente, de sí mismo, de su libro y de otras muchas cosas. Lo hace un poco como escribe, abriendo paréntesis de paréntesis y tomando bifurcaciones antes de volver al camino original.

Pregunta.- ¿Siempre ha querido escribir literatura?

Respuesta.- Bueno [¿duda?]… sí. La respuesta es sí. Ciudad Café, el libro que Diego Marín [el protagonista de El vuelo del hombre] escribe en la novela, es un libro que yo comencé a escribir con 20 o 21 años sobre un camionero que recorría una versión ficticia del continente americano. Pero tenía una voz muy impostada, como de realismo mágico, y no lo acabé. Luego llegó el periodismo, que te arrolla, pero que al mismo tiempo te obliga a estar escribiendo permanentemente y es una especie de gimnasio literario. Yo no me proyecto literariamente en el periodismo, pero te sirve para hacer músculo. Mi padre siempre me decía que le encantaban los arranques de mis artículos. Al principio siempre hay que poner un poco de chispa para que te lean más de cinco líneas, sobre todo yo, que escribo de música clásica. Entonces en mi cabeza estaba esa idea de ir concatenando arranques con chispa para hacer un capítulo. También está la capacidad de síntesis. Haber sido editor y periodista te permite ir al grano, coger un borrador de 600 páginas como tenía y sintetizarlo. Entonces, respondiendo a tu pregunta, creo que la literatura siempre estuvo ahí. Sin responsabilizar a mis padres, y ahí sí que hay un poco del personaje de la novela, sentí que mi familia esperaba algo así, aunque quizá quien lo esperaba era yo mismo. Sé que no voy a vivir de esto, pero si las cosas se dan, bienvenidas sean. Como a quien le toca la lotería. Ahora hay que probar.

La virtud de un cajón

El vuelo del hombre comienza con una investigación filológica en Valparaíso sobre el gen implicado en el origen del lenguaje, deriva en una historia de amor en Nueva York, luego en una breve fantasía libresca en una mansión lovecraftiana de Rhode Island y en un siniestro misterio tropical en lo más profundo de la selva colombiana con ramificaciones en Nueva Jersey. Para que la sucesión de tiempos y lugares y los meditados golpes de efecto funcionen con la precisión que lo hacen en este libro se requiere un trabajo arduo.

—Yo me he dejado los cuernos para escribir este libro —reconoce Rosado—. Me he perdido un montón de cosas, me he pasado fines de semana encerrado escribiendo, retocando, corrigiendo. En esa idea de no tener prisa está también la de no lanzarte hasta que no estás satisfecho con el resultado. Empecé a escribir este libro hace diez años, tardé dos años y medio en tener el primer borrador y luego permaneció como tres o cuatro más en un cajón. Un cajón a un libro le viene muy bien. Jean-Claude Carrière, el guionista de Buñuel, metía todos sus guiones en un cajón, esperaba unos meses y los volvía a sacar cuando sabía que se habían matado entre ellos. Eso te permite algo muy importante, sobre todo cuando se trata de tu primer libro, que es el olvido, leer tu escritura con los ojos frescos de un lector. Así que son muchos momentos de escritura y olvido, escritura y olvido.

P.- Pocos autores de su generación publican en España este tipo de literatura tan imaginativa, sin concesiones a la autoficción.

R.- Este libro no es una invectiva contra la autoficción. Hay gente que se lo ha tomado como que yo vengo a reivindicar algo, y no, realmente en mi caso es una limitación. Es decir, soy consciente de que mi vida no le interesa a nadie, de que no sabría plasmarla en un papel y de que no me apetece contar mi intimidad. Huyo del reflejo. Si yo me planteara hacer autoficción, incluso con aspectos de mi vida que pueden ser muy autoficcionables, no sería capaz de ordenarlo de manera que produjera lo que a mí de manera intuitiva me genera el eco de esas experiencias. Yo empecé este libro en un rompehielos de la armada chilena por aguas de la Antártida, trabajé en una granja de guano en la isla de Quihua de la Patagonia chilena, estuve persiguiendo tornados en Kentucky, viví en una cabaña rodeado de osos, ciervos y con el dichoso Lyme disease de la garrapata en una cabaña en Siren, Wisconsin. Fui a Siberia, estuve una buena temporada en Nueva York, viví en Cartagena de Indias... Tengo cosas para contar, pero todas esas aventuras son combustible para escribir y me resultaría imposible que funcionara de otra manera. Así que no es que diga, aquí estoy yo mientras todos los escritores de mi generación han hecho autoficción. No, realmente es una limitación. No sé hacer otra cosa. Y me quito el sombrero cuando la autoficción funciona.

P.- Algún crítico le ha reprochado a su libro que pasan demasiadas cosas.

R.- Supongo que es esa cosa del escritor primerizo que quiere demostrarlo todo, y que en el fondo es inseguridad. Pero también tiene una parte buena porque tocas tantos palos que es más fácil encandilar a todo el mundo. Los críticos que han dicho eso han aludido directa o indirectamente a la idea de prestigiador, de mago, y eso me gusta porque sí que he tenido esa sensación de que para hacer que algo funcione haya que repetirlo mil veces, como el juego de la bolita. Repetir y repetir y repetir hasta que no se vea el truco. Y esa ha sido la forma de entrenar el texto. Dicho esto, a mí me han dado el privilegio de poder contar lo que me ha salido de la chistera en 373 páginas. Y me parece perfectamente compatible con que alguien, un catedrático de literatura o un crítico, diga en una página lo que quiera de mi libro. La única razón por la que me puede molestar una crítica un poco puntiaguda es que pueda alejar a los lectores de un libro que en realidad no es nada difícil.

P.- ¿Vislumbras alguna intención adicional, las clásicas envidias y rencillas del mundillo literario?

R.- Me da igual. Creo que mi gran escudo es la ingenuidad. No pienso mal de nadie y trato de no ver fantasmas, aunque hay momentos en los que te aturde la atención que recibes. No creo que nadie venga con un cuchillo. Es lo bueno de ser un desconocido. Aunque ahora, claro, estoy aquí y sí que me siento cómodo con algunos escritores o me reconozco en ciertos ambientes. Pero lo bueno cuando no perteneces a un club es que no tienes esos amigos que te van a defender a muerte, pero tampoco tienes esos enemigos que te odian. A lo mejor irán saliendo, no lo sé.

En El vuelo del hombre, una novela ambientada en los 2000 y escrita antes de la eclosión masiva de la IA, una empresa ha diseñado un software para confeccionar novelas a la carta. La inteligencia artificial es un asunto que obsesiona a Rosado y con el que se cierra la conversación. "Si yo hubiera publicado este libro dentro de cinco años, nadie habría sido capaz de valorar el esfuerzo que trae de engranaje, de información y de temas. Esta es una novela pre IA y completamente analógica. Ahora todo ha cambiado. Dentro de poco la clave no será escribir, sino describir, ser capaz de explicarle a la inteligencia artificial lo que quieres para que te devuelva algo con lo que tú puedas jugar". La pregunta ya no es si escribir con IA es legítimo, sino qué significa transgredir con la palabra literaria en un tiempo en el que la línea que hay que cruzar ya no está clara. "¿Dónde está la puñetera línea?", se pregunta Rosado. La respuesta, en próximas novelas.