Este jueves, la Fundación Miró presenta en Barcelona el programa conmemorativo de su cincuenta aniversario, que arrancará el próximo 11 de junio con la inauguración de la muestra La poesía acaba de empezar. 50 años de la Miró. La institución, una referencia en el panorama cultural catalán y español de las últimas décadas, abrió sus puertas pocos meses antes de la muerte de Franco, y fue un símbolo del cambio social y político que se produjo en aquellos años. Pero su génesis tuvo lugar en plena dictadura, a veces con la anuencia de la autoridad competente. El ayuntamiento franquista de la Ciudad Condal cedió los terrenos para la fundación, y se consintió que un arquitecto republicano y exiliado, el prestigioso Josep Lluís Sert, diseñara el proyecto por persona interpuesta. Una historia que muestra los intersticios de la realidad española de la dictadura, menos monolítica de lo que a veces pudiera parecer.
El 10 de junio de 1975 se inauguraba en un terreno de la montaña de Montjuïc con vistas privilegiadas sobre Barcelona un centro de arte contemporáneo radicalmente moderno, impulsado por uno de los artistas más internacionales de la cultura catalana. Pero si el contenido era importante –más de 14.000 piezas de Miró entre pinturas, esculturas, tapices, dibujos y obra gráfica–, el continente no lo era menos.
Un vínculo a prueba de exilios
Josep Lluís Sert era uno de los arquitectos españoles de mayor prestigio internacional. Antes de serlo, antes de la guerra que le empujara al exilio, fue una de las voces principales de la renovación arquitectónica y cultural de la Barcelona republicana. En los años 20 y 30, Sert lideró junto a un grupo de jóvenes colegas el rechazo a la arquitectura oficialista y monumentalista de la Exposición Internacional de Barcelona de 1929. Aquella rebeldía cristalizó en una contra-exposición titulada simplemente ARQUITECTURA y en la creación del GATEPAC (Grupo de Artistas y Técnicos Españoles para el Progreso de la Arquitectura Contemporánea), fundado en 1930 junto a colegas de Madrid y del País Vasco. Su órgano de difusión, la revista A.C. (Actividad Contemporánea) se convirtió en plataforma de toda la modernidad artística de la época. En 1932, Sert, Joan Prats y Joaquim Gomis impulsaron la sociedad ADLAN, dedicada a la promoción del arte nuevo y conectada con las vanguardias internacionales gracias, en parte, a la mediación de Miró, quien introdujo a sus amigos barceloneses en los círculos de Picasso, Calder o Léger.
El trabajo conjunto de Sert y Miró se consolidó cuando, junto a Luis Lacasa, Sert diseñó el Pabellón de España para la Exposición Internacional de París de 1937, el mismo que acogió el Guernica de Picasso. Allí, fue recibido como un igual por los grandes nombres de la vanguardia europea. La Guerra Civil y el exilio truncarían esa trayectoria en España, pero el vínculo entre Sert, Miró y Prats, forjado en los años de la República, sería decisivo décadas después para hacer realidad la Fundación Miró en Barcelona.
Antes de partir al exilio, Sert dejó en Barcelona obras maestras como el edificio de viviendas de la calle Montaner o el dispensario central antituberculoso. Desde su patria de adopción, Estados Unidos, se dedicó a la planificación urbana y a la rehabilitación de edificios históricos en América Latina, y en 1953 sucedió a Walter Gropius como decano de la Escuela de Arquitectura de Harvard, puesto que ocupó hasta 1969. La dictadura franquista le prohibía ejercer en España, pero él mantuvo lazos con la escena cultural catalana, y por supuesto con Prats y Miró.
Complicidad del Ayuntamiento
En la Barcelona de los años 60 y 70, el control cultural de la dictadura coexistía con una cierta apertura. El Ayuntamiento de Barcelona, en un movimiento difícil de imaginar pocos años antes, cedió los terrenos de Montjuïc para levantar la fundación, en una operación que contó con la complicidad de figuras clave como Joan Prats. Fue él quien consiguió el terreno y vivió lo suficiente para ver la maqueta del edificio, que Sert y Miró le mostraron junto a su cama poco antes de su muerte.
El sueño de Miró era crear un espacio abierto al arte contemporáneo, un lugar de encuentro para artistas y público. Para ello recurrió a Sert, quien ya había diseñado su estudio en Mallorca y la Fundación Maeght en Saint-Paul-de-Vence. La colaboración entre ambos se fraguó en la distancia, con Sert enviando maquetas y bocetos desde Harvard, realizados con su característico lenguaje gráfico: lápiz blando de grafito, colores primarios (rojo, azul, verde) y papel pautado, una gramática heredada de su trabajo junto a Le Corbusier.
Sin embargo, la legalidad franquista impedía que Sert firmara el proyecto. La solución fue que su discípulo y colaborador Jaume Freixa apareciera como arquitecto responsable ante la administración, aunque el diseño y la autoría intelectual fueran de Sert.
Un edificio racionalista y mediterráneo
El edificio, con sus patios, terrazas y juegos de luz, es un ejemplo magistral del racionalismo mediterráneo y de la síntesis entre arquitectura y arte. El núcleo del edificio es un patio acristalado con un olivo –símbolo clásico de la paz y de la tierra–, donde convergen las salas de exposición. Ese espacio exterior, convertido en interior, establece un delicado juego de transparencias que permite ver, desde la entrada, la ciudad de Barcelona a los pies de Montjuïc.
Sert entendía el espacio como una construcción de planos más que de volúmenes, y sus secciones, más que las perspectivas, sintetizan su visión arquitectónica. En sus bocetos, el movimiento de los visitantes se marca en rojo, las zonas exteriores en verde y los muros en negro o gris grafito. Cada decisión está meditada, regida por proporciones moduladas y trazados reguladores, una arquitectura que no deja nada al azar.
Uno de los elementos más singulares y simbólicos de la fundación es la fuente de mercurio de Alexander Calder, instalada en el patio exterior. Esta obra, que ya había sido mostrada en el Pabellón de la República Española en la Exposición de París de 1937, es un homenaje a las minas de Almadén y a la resistencia republicana, y conecta la historia del arte moderno con la memoria política de España. Su presencia en la Fundación es un recordatorio de la complicidad entre Miró, Sert y los grandes nombres de la vanguardia internacional.
Otro de los grandes logros de Sert fue la luz cenital: bóvedas de medio cañón que permiten iluminar las salas sin abrir huecos en los muros. Esta luz suave, indirecta, recuerda a los lucernarios industriales del siglo XIX, pero transformada aquí en una atmósfera espiritual y recogida, heredera también del claustro medieval. El edificio entero dialoga con la tradición monástica catalana, como los monasterios de Poblet o Santes Creus, con su patio central y su silencio de piedra.
Que el franquismo permitiera la construcción de la Fundación Miró es una paradoja histórica. El régimen necesitaba mostrar una imagen de apertura y modernidad, especialmente en Barcelona, ciudad con proyección internacional. La cesión de los terrenos por parte del Ayuntamiento fue posible gracias a la presión de la sociedad civil y a la habilidad de Prats para negociar en los márgenes del sistema. El hecho de que Sert no pudiera firmar el proyecto es elocuente: la dictadura no podía reconocer oficialmente a un exiliado, pero tampoco quería perder la oportunidad de asociar su imagen a un proyecto cultural de primer nivel. Así, el franquismo hizo la vista gorda, permitiendo que la modernidad y el exilio se colaran por las grietas de su propio aparato burocrático.
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