Morante de la Puebla ha conseguido abrir la Puerta Grande de Las Ventas en la corrida de Beneficencia celebrada este domingo con lleno de 'No hay billetes’ en los tendidos. El Genio de la Puebla, que oficiaba con Fernando Adrián y Borja Jiménez, cortó una oreja a cada uno de sus toros de Juan Pedro Domecq. En el primero, que brindó a la Infanta Elena, estuvo espléndido a la verónica y con las chicuelinas de recibo para completar una medida pero rotunda faena al buen toro de Juan Pedro, que acusó sus más de 600 kilos y al que mató de una extraordinaria estocada.

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La estocada al cuarto, sin embargo, cayó baja y eso provocó las protestas y la polémica, aunque la mayoría de pañuelos. A este toro, protestado y nada lucido, le pegó una extraordinaria tanda de naturales, que ya por sí sola merecía el trofeo. Sus dos vueltas al ruedo fueron lentas y atendiendo muy cerca de la barrera a todos cuantos le jaleaban y lanzaron objetos varios, entre ellos habanos de primeras calidades y objetos papales.

Morante de la Puebla sale a hombros tras la Corrida de Beneficencia, broche de oro a la temporada de San Isidro.
Morante de la Puebla sale a hombros tras la Corrida de Beneficencia, broche de oro a la temporada de San Isidro. | Juanjo Martín / EFE

Decenas de jóvenes se acabaron echando al ruedo entusiasmados para acompañar al maestro sevillano en una clamorosa y masiva vuelta al ruedo en volandas antes llevarle así, camino del hotel, por la gran calle de Alcalá. Y hubo motivos sobrados para así sucediera porque Morante puso las cosas en su sitio después de un larguísimo y paupérrimo San Isidro, para lo que, simplemente, le bastó con mostrar, con total sencillez y naturalidad, la más honda pureza y verdad del toreo auténtico, del de siempre.

Un trofeo benévolo

También hubo un trofeo, este sí que muy benévolo, para Fernando Adrián del primero de los dos notable toros de su lote, un serio y astifino castaño que repitió sus arrancadas con notable profundidad. Por mucho que esta vez intentara mostrarse más reposado, el madrileño volvió a caer en sus ya habituales desaciertos, como los de empalmar pases cortos casi siempre en cites sesgados o desde la pala del pitón.

Y, perdiendo así la gran oportunidad de acompañar al maestro que le brindó el quinto, esa fue también la injustificada estrategia con la que Adrián, más pausado fuera de la cara del toro que en el terreno de la verdad, se dejó ir también la buena clase de ese otro juanpedro, aunque recurriera finalmente a un desesperado pero improductivo arrimón.

Por su parte, Borja Jiménez pasó prácticamente desapercibido en la definitiva coronación de Morante. Mecánico, sin fibra, toreando por las afueras o encimándose más de la cuenta con ambos, el también sevillano apenas provocó un solo olé o una mediana ovación, pese a la clase que, con unas escasas fuerzas, tuvo su primero y la nobleza de un sexto que pareció ser solo el prólogo de la más espectacular salida a hombros del año en Las Ventas.

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