La noche en que Max se puso su traje de lobo, se dedicó a hacer travesuras de toda clase. Rugió, arañó y se fue a un lugar habitado por criaturas deformes, que no dudaron en convertir al niño en su monarca: el rey no sólo de los monstruos, sino de las trastadas. Fue entonces cuando Max se sintió solo. El autor e ilustrador estadounidense Maurice Sendak (1928-2012) convirtió su fábula sobre un niño enrabietado en un psicoanálisis de la ira, y se inspiró en el recuerdo de los amigos de sus padres, que se cernían sobre él con "dientes enormes, fosas nasales inmensas y frentes sudorosas", para concebir las criaturas de su Donde viven los monstruos. El bueno de Sendak jamás tuvo hijos, sino que fue padrino honorario de toda una generación: "Hay miles de pequeños Max por todo el país", aseguró en 1984.
El miedo a la muerte lo acompañó desde que apenas tenía cuatro años: hijo de una familia judía de origen polaco, Sendak veía que los niños en la década de 1930 "siempre estaban a punto de morir", sobre todo si eran judíos durante el exterminio nazi. Seguro en Estados Unidos, el pequeño disfrutaba de los cuentos, las historias y el cine. Precisamente fue ahí, entre cuatro paredes y frente a una pantalla gigante, donde empezó a gestarse su germen coleccionista —años más tarde se vería obligado a aclarar que no coleccionaba "por coleccionar", sino que buscaba objetos que le "remitieran a algo pasado"—: el pequeño no podía salir del cine sin hacerse con una figurita de Mickey Mouse que repartían a la salida de la proyección.
Los trazos del artista "más grande de Gran Bretaña"
Sendak arrastraría su obsesión por coleccionar objetos de Mickey Mouse durante toda su vida, aunque estos deberían de estar siempre fechados durante la década de los años 30, pues aseguraba que "en cuanto se casó con Minnie, [Mickey] empezó a decaer". A los veinte años, empezó a adquirir rarezas encontradas en librerías de segunda mano, pero no fue hasta 1963, con el éxito de Donde viven los monstruos, que empezó a realizar sus primeras compras importantes, entre las que se encontraban dos libros escritos e ilustrados por William Blake (1757-1827) raramente vistos.
La célebre casa de subastas Christie's ofrece una selección de obras de la colección personal del autor encabezada por estas primeras ediciones de Cantos de inocencia y Cantos de experiencia, de 1789 y 1794 respectivamente. Ambas pujas, de las que se estima obtener más de un millón y medio de dólares por libro, recalcan el valor de estos poemarios. De Experiencia, por ejemplo, se conocen tan sólo cuatro copias únicas de esta primera impresión, siendo la ahora subastada la única que permanece en manos privadas.
Si bien ahora se le tiene en alta estima, el trabajo de William Blake pasó desapercibido durante el trascurso de su vida. Este artista visual (según el medio británico The Guardian, "el más grande que Gran Bretaña ha producido jamás") se mostraba perplejo ante la impasividad social frente a los absurdos morales, los límites de la percepción o la doble vara de medir del siglo XVIII, y lo reflejaba en su obra, ya fuera escrita o pictórica. Su obra escrita no era para todos los públicos: metamorfoseándola con sus dibujos, Blake producía oraciones que emanaban de las ramas de unos árboles que él mismo había dibujado. Sobre el papel, la literatura y la pintura jamás han estado tan unidas, y sus visiones fantásticas inspiraron los mundos oníricos de Sendak.
Será este 10 de junio en Nueva York donde tendrá lugar la puja de estos tesoros literarios (aunque la subasta digital ya ha comenzado), así como de algunos de las pinturas de Blake que pertenecían a la colección privada de Sendak. La subasta incluirá también dibujos del autor de Donde viven los monstruos, que beben de la influencia del ya mencionado, pero también de otros artistas dispares entre sí como Beatrix Potter o Rembrandt.
La subasta, en la que se pujarán 58 objetos de la colección privada de Sendak, espera recaudar más de 3.900.000 dólares. Los beneficios de las ventas se destinarán a la Fundación Maurice Sendak, que todos los años organiza un programa de becas para artistas que sueñan con ser ilustradores.
Buenos libros para niños malos
"La ilustración es como la danza: debe moverse como la música, y al ritmo de ella", escribió Sendak para poner de manifiesto sus dos pasiones. La música clásica le removía por dentro, en particular Schubert, Verdi o Mahler, pero era Mozart el que sonaba constantemente mientras trabajaba. El objetivo en toda su obra no era otro sino entremezclar la imagen ilustrada con la musicalidad de la palabra escrita, asegurando ser un firme defensor de la interconexión implícita de todas las formas de arte. Por eso quería reunirlas todas.
"[Sendak] era un coleccionista apasionado, inteligente y meticuloso", afirma Lynn Caponera, directora ejecutiva de la Fundación e íntima amiga del autor. Sendak recopilaba ilustraciones y cuadros de aquellos artistas de los que, más tarde, bebería para perfeccionar su trazo. "A través del coleccionismo pudo reunir una gran fuente de inspiración para su obra con un grupo de artistas a quienes consideraba sus compañeros más cercanos", explica Caponera.
El coleccionismo le permitía honrar la memoria de aquellos artistas con los que compartía sueños y aspiraciones. Su admiración por el pintor británico George Stubbs le hizo querer poseer casi todos sus grabados, viéndolo como un referente sobre cómo representar animales con precisión científica y, a su vez, con emoción humana y empatía. El cuadro Un león, presentado ahora en la subasta y del que se estima obtener entre 20.000 y 30.000 dólares, causó especial atención en el autor, que lo observó y observó hasta lograr perfeccionar esa técnica que le permitió imbuir de realidad y fantasía a los personajes de sus libros.
Con todo, en algún rincón del papel donde el blanco se convierte en selva, Maurice Sendak dejó migas de pan, monstruos adorables y sombras que, aún hoy, siguen creciendo en las estanterías de todo niño. No hay infancia que no haya sido un poco suya, ni adulto que no haya vuelto la vista atrás a ese bosque frondoso en el que Sendak plantó un nuevo escenario: el de la memoria, la nostalgia y el arte. "Cuando ya no esté en este mundo, pienso dejar en mi testamento que mis cosas se vuelvan a subastar", alegó en una entrevista. "No quiero dejárselas a nadie en concreto, porque me divertí mucho haciéndolas. Me gustaría que se dispersaran. No pertenecen a nadie. No son tuyas".
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