José Tomás fletó un avión con overbooking para la celebérrima encerrona matinal de Nimes. Extasiados con el maestro volvieron a Madrid. Desde entonces, apenas se les ha visto por una plaza de toros, leales a su divisa: "Yo sólo veo a José Tomás".

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Esta ha sido la cúspide del hooliganismo taurino (así pasó también con el despegue de Finito) : seguir a un torero por encima de todas las cosas y al margen de lo que haga o deje de hacer otro torero y/o del disfrute de ver embestir por derecho a un toro. El único propósito es ir a ver al elegido y, por supuesto, contarlo, Las maneras de relatarlo en la actualidad se han multiplicado en tiempo y plataformas, de tal modo que existe el claro peligro de la hartura.

En los grupos de wasap -hay están, que no las catáis, las noticias o tendencias- se viene mascando la velada acusación de exceso en todo lo que rodea a Morante de la Puebla, metidos ya en el fragor de la temporada en pleno agosto. Me opongo categóricamente a estos planteamientos, por dejarlo claro al toque.

Considero necesarias varias reflexiones.

La división entre morantistas, neomorantistas y antimorantistas es absolutamente de creación propia y, por tanto, rebatible. Canales y plataformas hay para ello, así que déjennos trabajar.

Los morantistas saben que lo son y están viviendo en una sonrisa, en una paz, en un relax diario, cobijados por las genialidades del torero actualmente de baja por herida de asta de toro, como rezan los partes. Ser morantista a 14 de agosto de 2025 es enfrontilar una manzanilla con un langostino, de o en Sanlúcar. Y ya está.

El neomorantista, al cabo, no sabe que lo es. Alguno, además, no sabía nada de nada de nada del Genio hace unos meses, pero ha hecho piña y se ha subido al vagón. Hay que recepcionarlo con educación y, si no prospera, abandonarlo con un recorte decimonónico. Flipa con los vestidos del torero, se arranca a jalear incluso cuando el toro no se ha movido y hace suyo cual afrenta cuando al presidente de turno le da por aplicar recortes a los merecidos premios. Ahí sufre el neomorantista y va rápido a compartir con el morantista que es que "no hay derecho a esto, de verdad, es que no puede ser". Morante le pega entonces un monterazo al usía y de desata la histeria.

De los excesos viene la hartura, y aquí aparece el gran ogro antimorantista. A esta fe se llega normalmente por dos vías: 1) Vía personal: Morante de la Puebla ni es ni pretende ser santa Teresa de Jesús, con lo cual no se le perdonan tropelías, reales o supuestas, que haya dejado en el camino. 2) Morante lleva toreando un porrón de años y ahí se agarra esta oposición para recordar las tardes oscuras de desgana o de no querer ni verlo con la espada de matar bajo la muleta. Los tiempos de Tunante de la Puebla, por resumir.

El antimorantista se tira de los pelos al escuchar los excesos del neomorantista y llama o escribe al morantista para reprenderlo: "¿Ves, ves? Es que no puede ser".

"No puede ser" nada, según los unos y los otros.

El morantista, que sólo está viendo gloria bendita, que es lo que hay, se decanta por no contestar a las agresiones verbales o los escritos guasones, malintencionados a veces, nacidos de una rabia furbolera, que te asaltan y rompen tu vida ordenada a través de Whatsapp.

Pero lo hará, vaya que si responderá.

El antimorantista, entonces, se tira de los pelos al escuchar los excesos del neomorantista y llama o escribe al morantista para increparle

En este memorable año que está cuajando el torero en 2025 no debemos pasar por alto dos derivadas de distinta pero notable consideración (otras dos, como las vías de acceso al antimorantismo citadas hace nada):

1) La cuestión mediática. En una maravillosa confabulación con el periodismo de toda la vida, Morante se ha prestado a dos reportajes que han retratado al artista como nunca antes se había hecho, dejando a un lado por su distinción los mano a mano con el Loco de la Colina, otro artista. No han sido entrevistas televisivas o radiofónicas en el programa de prime time; un reportaje tradicional, clásico, de texto y fotos en mayúsculas desde la portada, en medios tradicionales, ese periodismo de toda la vida que por lo que se ve no pasa de moda cuando está hecho con medios y talento.

La entrevista de Jesús Bayort en Abc del pasado 2 de marzo y las 48 horas de sacudida del toreo que ha firmado Zabala de la Serna en El Mundo esta semana. Con Raúl Doblado y Alberto Di Lolli de retratistas.

En la primera, ya sólo el subtítulo daba escalofríos: "Desde hace más de veinte años sufre un trastorno disociativo que desconecta su cuerpo de las emociones, agravado ahora con un complejo cuadro depresivo. Se acaba de someter a una terapia de electroshocks para poder volver a torear".

La segunda, más sobre el terreno, e incluso desde el aire, ha desmenuzado al Genio en su intimidad de batín en dos fechas que fueron un regalo para el periodista (con todos los respetos la segunda): la bronca desatada por Morante contra Roca Rey en el callejón de la Real Plaza del Puerto de Santa María, uno de los paraísos para el aficionado esta temporada; y la cornada de Pontevedra que, somo suele suceder, terminó por derribar fronteras televisivas.

Ambas piezas han terminado de armar al personaje público de José Antonio Morante de la Puebla.

2) La cuestión torera, propiamente dicha. Porque de lo que se trata es de que estanos disfrutando de una torería excelsa. Aquí también relincha el antimorantismo, que de ninguna de las maneras le sitúa entre los diez toreros de la Historia; el neomorantismo calla porque no tiene ni idea, en su generalidad, mientras que el morantismo se solaza de que es el mejor del momento, el mejor que han visto y ya veremos lo otro, pero sí, para muchos el mejor de la Historia porque reúne muchas de las mejores cosas de los elegidos.

En esta cuestión torera hay muy poco margen para el debate -como el resto del artículo, pienso humildemente- si tiramos del fact-checking. El origen es claro: el 20 de abril pasado, cuando el propio torero rompió los formalismos del Domingo de Resurreción sevillano gritando "¡¿Qué queréis?!" a los nobles tendidos de sombra. Enfrontilado, esculpió un tesoro de tanda al natural. Un sopapo en toda regla en la cara de los pasmaos.

A partir de ahí, Morante estuvo extraordinario las otras tres tardes en La Maestranza y las dos tardes de San Isidro. Insistamos: ha estado cumbre las cuatro tardes en Sevilla y las dos tardes en Madrid; y luego han ido cayendo el resto de recitales del toreo, con particular sabor las recientes cuatro faenas de El Puerto.

Visiblemente maltrecho tras el revolcón nocturno de Marbella (de la plaza de toros de Marbella, maticemos a los malintencionados), se apoyó bromeando en un bastón que le lanzaron en la vuelta al inmenso ruedo de El Puerto, por el que también rodó apretado en el recibo al cuarto, sin saber entonces que 24 horas después iba a llegar la cornada de verdad en Pontevedra.

La temporada es de flamenco y bachata.

¿Cuándo reaparece Morante?

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