"A la Fiesta le falta un mechón". Autor: Jorge Laverón. Divulgador: Julián Campo.

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Aludía el grito de nostalgia a Antonio Chenel, Antoñete, que se retiró varias veces de los ruedos y su ausencia se antojaba insustituible. Al mediodía del próximo 12 de octubre, la plaza de Las Ventas homenajeará a su torero en un festival cuya recaudación se destinará a levantar un monumento en la explanada en la que ya se recuerda a Antonio Bienvenida y a El Yiyo, a Luis Miguel Dominguín y al doctor Fleming. Se le metió en la cabeza a Morante de la Puebla organizarlo, y palante: Pablo Hermoso de Mendoza, Curro Vázquez, César Rincón, Enrique Ponce, Julio Aparicio, Morante y Olga Casado. Inimaginable hace pocos meses, las cosas de las cosas del Genio de La Puebla, quien -presuntamente tras un brunch en el Wellington- volverá a Las Ventas por la tarde vestido de luces.

Julián Campo murió el 21 de agosto de 2006 a los 50 años. El pasado 15 de mayo se acabó de imprimir El legado de Julián Campo, justo en el festivo madrileño en el que hubiera cumplido 69. (En www.todostuslibros.com se puede comprar este libro de su hermano Ovidio a beneficio de las Misioneras de la Caridad de la Madre Teresa de Calcuta).

Julián Campo fue muchas cosas: empresario comercial en Burgos, vecino del edificio Skol de Marbella cuando la enfermedad y la ruina de sus negocios -él repetía mucho esa palabra, "ruina"- le llevaron a la Costa del Sol; peregrino y hospitalero en el Camino de Santiago, aficionado a los toros con Antoñete (después bajó la cosa, pero no desapareció de las plazas), misionero en Calcuta y muy, muy del Atleti; se sumaba de hecho entusiasta a enlazar el himno de la Guardia Civil con el rojiblanco, una simbiosis fuera de toda razón cuando desaparecían los protocolos.

En España, en sus plazas de toros, en sus campos de fútbol, en sus hoteles y restaurantes, se bregó con lo más granado de la sociedad; en Calcuta, se rodeó de los más pobres, a los que cuidó y cargó cuando ya apenas tenían un hilo de vida.

Allí se subió a los trenes del infierno, pero el de la muerte les estaba aguardando a él y a su íntimo amigo José Santino en la estación de Villada (Palencia). Volvían con un día de retraso a Burgos desde Santiago de Compostela. Ese lunes fatídico -Julián peleó con Renfe para sacar los billetes del domingo, "aunque sea viajamos en el suelo", insistió sin éxito, como se recuerda en el libro de su hermano Ovidio-, el tren que iba desde La Coruña a Hendaya, con parada en Burgos, descarriló poco antes de las 4 de la tarde en Villada. Tras golpear contra un puente por exceso de velocidad, murieron seis personas instantáneamente y una días después en el hospital. Julián Campo y José Santino, que habían penado felices durante años en la India, perdían la vida en un accidente en Palencia un lunes de verano.

En España, en sus plazas de toros, en sus campos de fútbol, en sus hoteles y restaurantes, se bregó con lo más granado de la sociedad; en Calcuta, se rodeó de los más pobres, a los que cuidó y cargó cuando ya apenas tenían un hilo de vida

Autor de frases magistrales que perviven en un insólito legado lingüístico entre sus amigos, "¡¡A la Fiesta le falta un mechón!!" fue una de ellas. Así daba el ongi etorri (le encantaba el País Vasco) con sus larguísimos brazos abiertos en la previa de un festejo al que, llegada la sobremesa, se ocupaba nada sibilinamente de poner en entredicho con un extendible a otros ámbitos "¿Quién no va a los toros?", de lo a gusto que estaba. Si ya no toreaba Antoñete, para qué. Madrid, Sevilla, Burgos, Pamplona fueron sus ciudades fetiche, pero hizo miles de kilómetros desde las bonitas plazas del sur de Francia hasta Almería, de copiloto en el VW Golf de uno de sus amigos más cantados, el doctor Aguado.

En esas temporadas de los 80 y los 90 muchos aficionados hacían las ferias completas; Julián y Juan Manuel eran más selectos con los carteles, con Chenel sí, pero también con Rafael de Paula, con Curro Romero, con Fernando Cepeda o Pepe Luis, con Joselito o con Manzanares en el cartel (aunque su torero fue del del mechón, está claro, peña internacional incluida).

Siempre con una gran comida por delante, acompañados de gente de la prensa en muchas ocasiones ya que en seguida conectaron con la retranca de insignes como Antonio D. Olano o José Antonio del Moral, de cowboys de la barras de postín como Jorge Laverón o, incluso, de jovencísimas promesas como Rubén Amón, con el que terminaron de cimentar la amistad entonando a capela en una nutrida mesa del Polvorilla junto al mismísimo Luis Aguilé Es una lata el trabajar, su hit parade. Siempre antes de los toros, siempre haciendo cavilar con el sondeo de quién no va a los toros en mitad de los cánticos y el despiporre general.

Pasada su etapa en la que alternó el trabajo de comerciante con los festejos varios, roto todo aquello, Julián se refugió primero en Marbella y después en sus dos destinos definitivos: el Camino de Santiago y Calcuta, alternando.

Su hogar en Burgos seguía siendo, desde 1994, el de su primo Juan Vicente Herrera Campo, ex presidente de la Junta de Castilla y León. Allí se conservaron intactos tres bolsones indios, cuatro maletas y tres cajas llenas de fotos, postales, cartas, agendas, etc. También cuatro delantales de Prem Dan, Calcuta, donde se dejaba la vida y aún se le recuerda.

Todo ese legado se convertirá el año que viene en un museo, en el Museo de Julián, en una sala del Monasterio de San Salvador de Rabanal del Camino (León), con este libro editado por la Fundación San Antón como catálogo de la exposición permanente.

Antes de eso, que llegará, el próximo 12 de octubre nos acordaremos de él y Antoñete en Las Ventas, como aquella primera vez en que vimos salir a hombros a Finito en una jornada electoral. Después de un aperitivo largo en la gloriosa Cruz Blanca de Goya, Julián no dudó en ir a votar al colegio electoral de Conde de Peñalver, donde lógicamente le echaron a los corrales mientras insistía con su DNI burgalés sin parar de repetir "¡Vota a Gundisalvo!".

A la Fiesta sí que la falta un Julián (Campo).

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