Frank Gehry, uno de los arquitectos más influyentes de las últimas décadas y autor del Museo Guggenheim de Bilbao, ha muerto este viernes a los 96 años en su casa de Santa Mónica (California) a causa de una afección respiratoria. La noticia ha sido confirmada por su jefa de gabinete, Meaghan Lloyd.

Nacido como Frank Owen Goldberg en Toronto en 1929, hijo de una familia judía de origen ruso y polaco, Gehry emigró de adolescente con sus padres y su hermana a California. En Los Ángeles encadenó trabajos precarios –condujo camiones mientras estudiaba en el City College– antes de ingresar en la Escuela de Arquitectura de la Universidad del Sur de California. Allí se formó como arquitecto y, tras un breve paso por Harvard, regresó a Los Ángeles para trabajar en estudios comerciales antes de abrir su propio despacho en 1962. En los años 50 y 60 cambió su apellido a Gehry para evitar el antisemitismo.

Su casa de Santa Mónica, un manifiesto

Gehry ha sido una figura clave en la redefinición de la arquitectura contemporánea. Su obra, difícil de encasillar, combinó materiales ordinarios –chapa ondulada, malla metálica, contrachapado– con formas dinámicas y fragmentadas. Su propia casa en Santa Mónica, una vivienda banal de los años 20 envuelta en un nuevo exoesqueleto de metal, vidrio y rejas, se convirtió a finales de los 70 en un manifiesto construido: una exploración de lo inacabado, lo cotidiano y lo aparentemente tosco como lenguaje arquitectónico.

Ganador del premio Pritzker en 1989, el gran salto a la fama internacional le llegó con el Guggenheim Bilbao, inaugurado en 1997 en la ría de la capital vizcaína. Aquel volumen de curvas titánicas y piel de titanio no solo redefinió lo que podía ser un museo, sino también el papel de la arquitectura en la transformación urbana. El llamado “efecto Guggenheim” convirtió el edificio en un icono internacional y en motor económico de una ciudad industrial en reconversión. Su colega Philip Johnson lo definió como “el mejor edificio de nuestro tiempo”.

"Los vascos me respetaban"

Para Gehry, sin embargo, la relación con la ciudad fue siempre más que un caso de éxito turístico. En una entrevista con El País en 2022, el arquitecto recordaba el clima de confianza con sus interlocutores institucionales: “Desde el principio sentí que los vascos me respetaban”, aseguraba. "Me di cuenta de que con ellos ni siquiera hacía falta firmar un contrato. Había respeto mutuo”. Esa experiencia, explicaba, le hizo sentirse especialmente orgulloso del edificio y de su impacto en la ciudad.

Gehry dejó una constelación de obras que se han convertido en destinos en sí mismos: el Walt Disney Concert Hall de Los Ángeles, con sus volúmenes de acero curvado deudores de los experimentos formales del Guggenheim Bilbao, el New World Center de Miami Beach, la llamada Casa Danzante de Praga, el Museo Vitra en Weil am Rhein, el hotel Marqués de Riscal en Elciego, la Fondation Louis Vuitton en París o la torre de la Luma Foundation en Arlés, una aguja de acero inoxidable que parece retorcerse sobre sí misma.

Pionero del diseño por ordenador

Su arquitectura, a menudo calificada de “espectáculo”, aspiraba, según él mismo, a algo más que a producir imágenes llamativas. En sus proyectos tempranos en California, en los años 70 y 80, buscó un lenguaje próximo al arte de sus amigos –Bob Rauschenberg, Ed Moses, Claes Oldenburg– y a la realidad desordenada de Los Ángeles. “Un material puede crear emoción. Nunca se habla de esto en arquitectura”, afirmaba. Esa intención de provocar una respuesta emocional con materiales corrientes se mantuvo, amplificada por el uso pionero de programas de diseño asistido por ordenador procedentes de la industria aeronáutica, que le permitieron construir formas cada vez más complejas, de las esculturas de peces al propio Guggenheim.

En España, además de Bilbao y del hotel riojano, su firma está presente en la gran escultura de pez en el puerto olímpico de Barcelona, El Peix, uno de los primeros ensayos a gran escala de la imaginería marina que recorre su obra. La figura del pez, contaba, fue su respuesta irónica a una arquitectura que miraba obsesivamente al pasado clásico: si había que mirar atrás, mejor retroceder “300 millones de años” y observar a los peces.

Una arquitectura para el siglo XXI

Gehry ha combinado durante décadas los grandes equipamientos culturales con experimentos más modestos como mobiliario de cartón y con encargos institucionales de enorme visibilidad, como el memorial a Dwight D. Eisenhower en Washington o la planificación de un nuevo museo Guggenheim en Abu Dabi, todavía en desarrollo.

Gehry, que ha seguido acudiendo diariamente a su estudio hasta el final, se definía a sí mismo como un “realista” que intentaba encontrar “un lenguaje arquitectónico que tuviera sentido en nuestra época”. Hasta poco antes de su muerte, continuaba implicado en varios proyectos para el grupo LVMH en Beverly Hills y París, así como en una nueva sala de conciertos para la Colburn School de Los Ángeles, junto al Walt Disney Concert Hall.

Frank Gehry deja cuatro hijos, fruto de sus dos matrimonios, y una obra que ha marcado de forma decisiva el paisaje de varias ciudades del mundo y el imaginario de la arquitectura contemporánea. Su carrera resumió muchas de las tensiones de las últimas décadas –entre arte y mercado, emoción y espectáculo, icono y ciudad– y convirtió al Guggenheim Bilbao en uno de los símbolos culturales más reconocibles de la España democrática y la arquitectura del último medio siglo.