El olivo conserva un halo de misterio a pesar de su presencia constante en los paisajes españoles. La cultura que lo envuelve, su historia de mil años de antigüedad, lo singularizan, y características propias hacen que se convierta en un árbol distinto, pero su cultivo genera confusión.
La creencia más extendida surge de una idea persistente, que simplemente hay que enterrar un hueso de aceituna para que crezca. Esta visión está alejada de la realidad, y puede dar cuenta de los numerosos intentos de cultivo casero que han terminado de forma inapelable.
Lo que necesitas para plantar un olivo
Enterrar un hueso de aceituna no ayuda a la obtención de un olivo, sino que provoca el nacimiento del acebuche, que es su progenitor silvestre. La semilla en el suelo recobra la genética primitiva y se desarrolla un arbusto que es rústico y que presenta hojas de tamaño más pequeño y un fruto de un tamaño mínimo. Dicho comportamiento natural corresponde a millones de años de evolución en el Mediterráneo y establece una diferencia esencial entre el olivo como árbol de producción y su versión salvaje.
La clave de un olivo auténtico
Para plantar un olivo se necesitan varas o esquejes procedentes de un ejemplar ya formado. Esa práctica garantiza que el nuevo árbol mantenga las características genéticas del progenitor: producción estable, tamaño del fruto, resistencia o sabor. Los sistemas de injerto y de propagación por esquejes permiten duplicar una línea de cultivo que se mantiene desde hace miles de años.
Cómo se cultiva un olivo correctamente
Un olivo precisa de una tierra porosa, aireada y nunca encharcada. La textura arcillosa limita el crecimiento del olivo y favorece determinadas enfermedades. La distancia entre olivos también tendrá una influencia sobre su desarrollo; a partir de 9 metros se garantizan una copa bien expandida y la ausencia de competencia radicular.
Este árbol vive bien en climas suaves, con temperaturas medias por encima de los 3 °C y sin las heladas excesivamente pronunciadas que puedan alterar sus ramas y frutos. Así pues, su comportamiento resulta más óptimo en altitudes bajas y en las franja costeras donde la humedad se mantiene a niveles moderados.
Gestión y el mantenimiento
Las podas intensivas acortan la longevidad del olivo y le restan vigor, ya que los olivares antiguos se desarrollaron como bosques sombríos con su equilibrio en lo natural para proteger la planta del calor extremo; conservar este modelo propicia la longevidad: Necesita unos riegos moderados, un control de las plagas y un seguimiento estacional para detectar desequilibrios en la tierra para que el árbol desarrolle una estructura que logre cosechas regulares.
La herencia del olivar
Un olivo correctamente planteado no solo produce aceitunas, es el reflejo de una tradición de carácter familiar y de carácter cultural. Muchas variedades actuales provienen de injertos con muchos siglos de antigüedad y cuando se toma el esqueje del árbol madre este, a su vez, conserva la herencia de las generaciones anteriores. El árbol puede llegar a durar más de 500 años si las condiciones son óptimas; incluso en algunos lugares, como en Tarragona, algunos llevaban más de dos mil años bien conservados.
El valor de una plantación consciente
Conocer que un olivo no brota de un hueso sino de un esqueje, transforma radicalmente la forma de tratar su cultivo. Cada rama que arraiga prolonga un linaje que viene acompañando al Mediterráneo desde hace miles de año. Su lento crecimiento nos advierte que el aceite de oliva y la madera de este árbol provienen de la paciencia, la perseverancia y el saber enraizado por generaciones. Un olivo bien plantado no es un árbol, es una historia que sigue viva.
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