El Teatro Real cierra la temporada con el estreno en Madrid de la producción de La traviata del director Willy Decker, veinte años después de su revolucionario debut en el Festival de Salzburgo. La producción que se puede ver desde hoy al 23 de julio es una ocasión única para redescubrir la obra maestra de Giuseppe Verdi (1813-1901), la más representada del repertorio, desde una perspectiva radicalmente distinta. 

Con este estreno el Real se quita la última espina clavada de la traumática experiencia de la pandemia, ya que La traviata de Decker debía haberse presentado en 2020, pero el Covid obligó a sustituirla por una versión adaptada a las restricciones sanitarias. 

La traviata de Willy Decker es, veinte años después de su estreno, una mirada diferente de la ópera de Verdi, sin embargo, el director, lo tuvo claro desde el principio. “Al concebir una obra, paso semanas o meses discutiendo con el diseñador para encontrar un concepto. Con La traviata fue diferente; el concepto surgió en pocos días, lo cual es muy inusual. Por ejemplo, desde el principio tuve claro que en el escenario habría una sola mujer (Violeta) y sólo hombres, incluyendo el coro, para enfatizar el conflicto fundamental entre lo femenino y lo masculino en la obra”, explica Deker.

El tener Xabier Anduaga (Alfredo) y la soprano Nadine Sierra (Violetta) | Alfonso del Real

“Verdi deja claro desde el principio que Violetta va a morir, y ella misma lo sabe, al igual que el público. Sabe que su tiempo se agota, y la obra trata precisamente de eso. Violetta intenta reprimir el conocimiento de su muerte con bailes, bebida y noches de fiesta en París, pero el "reloj" sigue sonando en su alma”, explica el director. “El único elemento fuerte en escena en la producción es un gran reloj, que recuerda constantemente a ella y al público que la muerte está cerca”.

El espacio escénico, semicircular y desnudo, centra en la cuenta atrás que vive Violetta y el tiempo es un personaje más, la muerte, encarnada en la figura omnipresente del doctor Grenvil, acecha desde antes del primer compás.

El amor y la muerte: una dialéctica inseparable

Frente a la muerte el amor ancla al presente a los personajes de Violetta y Alfredo, interpretados por las sopranos Nadine Sierra y Adela Zaharia y los tenores Xabier Anduaga, Iván Ayón Rivas y Juan Diego Flórez. La dirección musical será del húngaro Henrik Nánási y también de  Francesc Prat –que dirigirá las funciones del 1 y 10 de julio.

La visión de Decker trasciende la anécdota romántica y coloca el conflicto entre amor y muerte en el centro del drama. “En esta obra, el amor y la muerte son inseparables. Violetta vive con la conciencia de su final, y eso le da una fuerza vital extraordinaria. El poder de la muerte y la lucha por la vida están presentes a cada momento”, afirma Decker.

En esta obra, el amor y la muerte son inseparables. Violetta vive con la conciencia de su final, y eso le da una fuerza vital extraordinaria

Esta interpretación encuentra eco en la partitura de Verdi, que, como recuerda el maestro Nánási, compuso La traviata tras haber perdido a su esposa y a sus hijos: “Verdi proyecta en Violetta la imagen de su esposa fallecida. Por eso cada detalle, cada movimiento del alma y del corazón, es tan importante. Es una ópera muy íntima, la más privada de Verdi”, asegura.

La traviata, inspirada en la novela La dama de las camelias de Alexandre Dumas hijo, se ha interpretado a menudo como una historia de amor imposible, pero la dramaturgia de Decker incide en su dimensión de denuncia social. Violetta es una marginada, una mujer utilizada por la sociedad y luego condenada por ella. Como explica Joan Matabosch, director artístico del Real: “Nos invita a admirar la generosidad, la nobleza y el coraje de Violetta. Resulta que esa mujer considerada inferior social y moralmente es muy superior a todos los que la rechazan esgrimiendo respetabilidad, tanto en prudencia como en sensibilidad, conciencia de sí misma y consideración hacia los hombres que la rodean”. 

Otro aspecto que parece partir de la vida privada de Verdi que en aquel momento era objeto de críticas por su relación con la soprano Giuseppina Strepponi (1815-1897). En 1847, tras retirarse de los escenarios, comenzó una relación con Giuseppe Verdi, quien también había enviudado joven y era objeto de habladurías por su convivencia con Strepponi sin estar casados. Esta relación fue fuente de tensiones en Busseto, el pueblo natal de Verdi, y marcó profundamente la sensibilidad del compositor respecto a la exclusión social y la hipocresía burguesa.