El Teatro Real de Madrid acoge, por primera vez en su escenario, el ballet-pantomima El mandarán maravilloso y la ópera El castillo de Barbazul, ambas del compositor húngaro Béla Bartók (1881-1945). Una coproducción del Real en colaboración con la Ópera de Basilea de la que se podrán ver cinco funciones entre el 2 y el 10 de noviembre y que supone el debut de Gustavo Gimeno como director musical del Teatro Real.

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Gustavo Gimeno destaca de esta producción el desafío que representa abordar diferentes obras de Bartók en una sola velada. “Es una obra que exige concentración, adrenalina y preparación de cada músico. Lleva al límite su propio lenguaje con innumerables cambios de compás y tempo. Es fascinante y muy audaz”, asegura.​

Sobre la puesta en escena del ballet y la ópera, Gimeno destaca el trabajo del director de escena Christof Loy: “Es increíble cómo se funden música y escena, y estas dos obras que, a priori, no han sido concebidas para estar una tras otra. Ambas son grandiosas, fascinantes y, aunque tengan puntos en común, resultan muy diferentes.”

Loy crea un atmósfera muy agresiva, un espacio suburbano “en el que tenemos la sensación de que es el fin del mundo con una sociedad en decadencia”, como asegura el propio Loy sobre su escenografía del ballet. Por su parte la ópera El Castillo de Barbazul arranca con más alegría, pero el espacio se va transformando, poco a poco, en el mismo entorno apocalíptico del ballet. “Es el mismo espacio, pero resulta menos inquietante, pero durante la obra se pierde esa esperanza con la que arranca”, explica.

'El mandarín maravilloso'
'El mandarín maravilloso' | EFE/ Theater Basel/Matthias Baus

Un ballet censurado

El mandarán maravilloso, cuando se estrenó en 1926 en Colonia, fue objeto de censura por la crudeza de su argumento, centrado en los bajos fondos de una gran ciudad, donde tres malhechores obligan a una joven a prostituirse y seducira a un mandarín que sobrevive a varios intentos de asesinato. 

El prólogo, que normalmente se elimina en muchas representaciones de El castillo de Barbazul, en este montaje se conserva y se interpreta dos veces, funcionando como “una invitación al público y una reflexión muy inteligente sobre el teatro, está escrito para Barbazul, pero al escucharlo solo una vez es casi imposible de entender todos los matices”, explica Christof Loy. 

Para los cantantes, el reto de interpretar en húngaro es tan grande como estimulante. Evelyn Herlitzius(Judith) confiesa que “es realmente un placer cantar este personaje, está escrito de forma perfecta para la voz. El desastre es tener que cantar en húngaro, pero una vez que el húngaro está en tu cabeza, la verdad es que el idioma tiene unas vocales tan abiertas que es ideal cantarlo... Judith tiene una vocalidad muchas veces suave y luego cambia muy drásticamente a estallidos dramáticos, todo compuesto con muchísimo gusto.”

Por su parte Christoph Fischesser  (Barbazul) destaca que “cantar en húngaro es un placer... hacia el final de la pieza, cuando explica lo que hizo con las tres mujeres, es una música muy romántica, con líneas preciosas. Me gusta mucho el idioma y encuentro la música de Bartók sencillamente genial”.

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