En 2018 hubo un día lluvioso en París en el que el sol brilló más que nunca… solamente para un ser humano. Una de esas ocasiones en las que durante unos instantes (en este caso 5 minutos y 26 segundos) todos los problemas se convierten en nada importante. Ese regocijo interior nos puede hacer cantar o bailar sin ningún reparo delante de cualquiera. El afortunado esta vez fue un cantante venido a menos, a muy poco. Nadie se acordó de Garfield Fleming durante 30 años. Hasta aquella mañana.

Para entender esto hay que meterse en la piel de un hombre que formó parte de ese pequeño grupo de artistas negros que durante los años 70 y 80 consiguieron su sueño de cantar para una discográfica legendaria como Motown Records y hasta meter su voz en elepés de funky y soul. De hecho, formó parte de una de esas bandas que tuvieron algún que otro éxito y que apenas encontramos en los grandes recopilatorios musicales: Delfonics. Si no llega a ser por esta preciosa balada soul, ni aparecerían en las listas del género:

Las famosas “diferencias irreconciliables” suelen llevar a cambios en las formaciones musicales. Eso permitió a nuestro pequeño gran protagonista ser vocalista del grupo, cuando ya prácticamente nadie les llamaba para grandes actuaciones. Pero su evidente talento convenció a todos sus amigos para ayudarle, incluso en lo económico. Entre ellos había quien tenía mano en  una pequeña discográfica afincada en Broadway llamada Becket Records. Entre todos decidieron financiarle una única grabación, que desgraciadamente pasó de forma inadvertida para la industria. Se llamó “Don’t Send Me Away”

El estribillo reza insistentemente “Por favor, no me eches”. Ironías del destino. Era 1981 y había otros objetivos para las radios. El éxito para su humilde discográfica del clásico “Last Night a DJ Saved My Life” de Indeep y la saturación de música de baile, enterró para siempre este tema hasta el “fondo de catálogo”, condenando esos vinilos sobrantes al final en las cajas de discos maxi singles de 45 rpm a la venta en los mercadillos.

Pues justo ahí se produjo el milagro.

Garfield pasó tres décadas siendo ignorado en la música. En su rostro podemos ver proyectadas mil batallas perdidas, y alguna bastante sórdida contra la miseria y el olvido. Aquel domingo pre pandémico decidió pasear por París con sus mejores galas, consistentes únicamente en un hermoso abrigo marrón heredado y unas gafas de segunda mano. Obligado pues, para quien no puede permitirse comprar en las tiendas de Champs Élysées, acudir al “Marché aux puces”, en concreto, al de Saint-Ouen.

Estaba nublado, pero pareció abrirse el cielo para hacer justicia poética con el pobre Garfield, que creyó que estaba soñando cuando de pronto, en uno de los muchos puestos de música del conocido mercadillo, alguien puso su disco. El resto es Historia. Ochenta millones de personas en todo el mundo asistieron a la enorme espontaneidad de su alegría al cantar sobre su propio disco, gracias al poder viral de las redes, y a los cuatro o cinco móviles que captaron, claro, el momento.

La pasión, el entusiasmo y el talento de ese ser humano sintiente se deja notar y golpea en el pecho con tanta fuerza, que recuerda que siempre hay una oportunidad esperando a la vuelta de la esquina. A los pocos meses, Garfield tenía nuevo videoclip oficial, emulando la gesta, y grabado en otra tienda de discos.

Ahora, en este renacer que le brindó YouTube, este buen señor actúa junto a otras tantas viejas glorias de la música en un humilde pero sentido proyecto llamado “That Motown Band”, recreando grandes temas de la época dorada del soul.

La música, y sus gentes, a veces tienen pequeñas grandes historias dignas de ser leídas. Sobre todo cuando nos recuerdan que nuestra vida puede dar la vuelta en un instante.