El Palau Sant Jordi ya está listo para recibir a Billie Eilish. La artista californiana actúa este fin de semana –sábado 14 y domingo 15 de junio– en Barcelona, única parada española de su gira Hit Me Hard and Soft, con las entradas agotadas desde hace meses. Lo que se verá en el escenario es un espectáculo inmersivo, con partes acústicas y una escenografía en 360 grados. Pero lo que ocurrirá alrededor del concierto irá más allá: será una comunión con miles de jóvenes que han crecido escuchándola y que la reconocen como algo más que una cantante pop.
Su tercer disco de estudio, publicado hace algo más de un año y escrito de nuevo junto a su hermano y productor Finneas, incluye temas como Blue, Chihiro o Birds of a Feather que la han consolidado como una estrella mundial. La evolución de su sonido, más melódico y sensual, no ha sido a costa de la intensidad emocional que la distingue desde su debut. Eilish siempre ha sabido moverse entre géneros con fluidez: del minimalismo oscuro de When We All Fall Asleep, Where Do We Go? al clasicismo confesional de Happier Than Ever, pasando por su presencia pionera en plataformas como COLORS, donde deslumbró antes de que muchos supieran siquiera pronunciar su nombre.
Las mil caras de Billie: sexy, empollona o pandillera
Hoy, con 23 años, Billie Eilish ha alcanzado un equilibrio inusual entre éxito masivo e integridad artística para una artista tan joven. En un panorama saturado de estrellas pop, ella ha sabido mantenerse fiel a una sensibilidad única que mezcla vulnerabilidad, ironía y confianza en sí misma. Su impacto no se limita a la música: también ha contribuido a transformar la manera en que las nuevas generaciones se relacionan con la imagen, el deseo y la identidad. En un mundo de sobreexposición, Eilish ha hecho de la privacidad y la contradicción un valor. Es una de esas mujeres capaces de cambiar el mundo con lo que se ponen, y no por seguir tendencias, sino por desarmarlas: con sudaderas y pantalones gigantes o con corsés y lencería retro, pero siempre con la misma libertad para mostrarse sexy, empollona, andrógina o pandillera, según le venga en gana.
Esa libertad no ha sido gratuita. En una reciente entrevista con el Vogue británico, Eilish hablaba sin rodeos del cuerpo, el deseo y la necesidad de gustar: "Me ha costado mucho encontrarme cómoda conmigo misma. Sigo en ello. Pero cada vez me importa menos gustar o no gustar". Esa franqueza le ha servido para ejercer como un espejo emocional para la Generación Z. Sus canciones hablan de desamor, ansiedad, autoestima o deseo con una claridad que evita tanto la consigna vacía como el cinismo posmoderno. En un mundo marcado por la duda, ella ha construido una estética de la contradicción: íntima y espectacular, gótica y tierna, hipermoderna y sin edad.
Nueva vida con su nuevo novio: Nat Wolff
Su vida personal también ha evolucionado sin necesidad de alimentar la viralidad y los titulares. Hace solo unas semanas Eilish confirmaba su nueva relación con el actor Nat Wolff –hermano de Alex Wolff, conocido por interpretar al desgraciado vástago de la familia protagonista de la terrorífica Hereditary– con quien ha sido vista en actitud relajada y cómplice. Atrás quedan otras relaciones más conflictivas, como la que mantuvo con Jesse Rutherford, vocalista de The Neighbourhood. Aquella historia fue un ejemplo de cómo el escrutinio mediático puede tensar incluso las relaciones más privadas. Ahora parece que el tono es otro: menos drama y más equilibrio.
Los conciertos en Barcelona llegarán acompañados de un dispositivo de seguridad especial por la coincidencia con el Sónar, y con una llamada expresa de la artista a usar transporte público o compartir coche para reducir la huella de carbono. Parte de los beneficios se destinarán, además, a organizaciones que luchan contra la inseguridad alimentaria y el cambio climático. Son detalles pequeños pero reveladores de una ética de trabajo que ha acompañado a Eilish desde sus inicios, cuando aún era una adolescente componiendo desde su habitación.
Lo que se verá este fin de semana en Montjuïc no es solo el paso de una gira mundial. Es la confirmación de una artista que ha sabido crecer con su público, cambiar sin traicionarse, y mantenerse en el centro de la cultura pop –ahí está su icónica colaboración con Charli XCX– sin convertirse en caricatura. En una galaxia, la de la música, repleta de artefactos diseñados a golpe de algoritmo para su viralización, Billie Eilish es una voz, un gesto, una forma de estar en el mundo. Por eso sigue emocionando cada vez que canta bajito I'm not your friend or anything, damn.
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