Rebuznos en forma de palabras. El primer rebuzno de la historia debió de ser un grito de protesta o de dolor o de queja. Rebuznos que golpean el corazón porque antes golpearon los lomos de los burros. Tan necesarios, imprescindibles en la labor humana. Tan maltratados que debían de pensar que el castigo no les dolía. 

Un hombre, hoy, un actor, un intérprete, un ser humano nos quiere contar la historia del burro. Las historias del burro. Y lo hace con todas sus emociones y sentimientos, con experiencias, memoria, paralelismos y metáforas. Ese burro es, ni más ni menos, Carlos Hipólito, alma rota, energía pura, teatralidad encendida. 

Lo acompañan en el escenario Fran García, Iballa Rodríguez y Manuel Lavandera, adornando la historia con música, pero también con personajes, con la acción necesaria para que el asno no se sienta del todo solo. Y también está la sombra, personaje actante, imprescindible para que el burro no se sienta del todo solo, como le ha ocurrido a lo largo del tiempo. 

Lo vislumbra bien, en ese sentido, Álvaro Tato que cosecha textos de Esopo y Apuleyo, de la fábulas populares, de Fray Anselmo de Turmeda, de Cervantes y de Juan Ramón Jiménez, además de la experiencia y sabiduría que sobre los burros en el mundo y en la literatura ha habido. Y lo hace con el gracejo y humor al que nos tiene acostumbrados en los montajes de Ron Lalá. Otro ronlalero, Yayo Cáceres, se encarga de dirigir con sabiduría, cariño y emoción la gran variedad de registros que despliega Carlos Hipólito en un luminoso monólogo que no es tal, en un ascendente posicionarse en el escenario fluyendo en una vital reivindicación donde se constata que los humanos formamos parte de los burros. El peligro de que el fuego arrase con todo y caigamos en la frialdad del olvido es evidente y nada contradictorio.

Friedrich Dürrenmatt ya escribió un alegato teatral titulado Proceso por la sombra de un burro, donde se venía a cuestionar quién era más animal. Aquí se nos incita a creer, y así debe ser, que los jumentos, pollinos, roznos, rucios u onagros ni son tan toscos, ni tan torpes, ni tan zafios, ni tan zopencos, ni tan burros. Sueñan y sienten. Soñamos y sentimos. Amor, soledad, olvido, carga, penurias, hambre, sed, miedo. Y que no estamos tan alejados de ellos. Excepto cuando nos mostramos insolentes, intolerantes, fríos, déspotas, vulgares, creyéndonos por encima de los semejantes, de los demás, de los animales, de la naturaleza, de Dios. 

Este Burro es una lección de humildad, de necesidad, de poesía, de teatralidad, de ejemplo. Tal y como nos comportamos con nuestros animales, tal así nos estamos definiendo. Hay, todavía, en los tiempos que vivimos, quien no distingue entre ser sufrido y bestia de carga (definición que está contemplada en la RAE) con causar sufrimiento. Apliquémonos el cuento. 

BURRO

Intérpretes: Carlos Hipólito, acompañado de Fran García, Iballa Rodríguez y Manuel Lavandera
Dramaturgia: Álvaro Tato

Música original y dirección: Yayo Cáceres

Una coproducción de Ay Teatro con Teatre Romea

En el Teatro Reina Victoria hasta el 18 de febrero